Las Profecías y Revelaciones de Santa Brígida de Suecia - Libro 2
Las instrucciones del Hijo a la novia acerca del Diablo; la respuesta del Hijo a la novia acerca del por qué ÉL no aparta) a quienes hacen mal antes de que caigan en el pecado; y acerca de cómo el reino del cielo es dado a las personas bautizadas que mueren antes de alcanzar la edad de la discreción.
Capítulo 1
El Hijo habló a la novia, diciendo: “Cuando te tiente el Diablo, dile estas tres cosas: ‘Las palabras de Dios no son nada sino la verdad.’ Segundo: ‘Nada es imposible para Dios, porque Él puede hacer todas las cosas.’ Tercero: ‘Tú diablo, no me puedes dar un fervor de amor tan grande como el que Dios me da.’ Nuevamente el Señor le habló a la novia, diciendo: “Veo a la gente de tres formas: primero, su cuerpo externamente, para ver en qué condición se encuentra; segundo, su conciencia interna, a qué se inclina y en qué manera; tercero, su corazón, y qué es lo que desea. Como un pájaro que ve un pez en el mar y calcula la profundidad del agua y también tiene en cuenta los vientos de tormenta, Yo, también, sé y evalúo los caminos de cada persona y tomo nota de qué es lo que le toca a cada una, ya que tengo buen ojo y puedo percibir la situación humana mejor de lo que lo que una persona se conoce a sí misma.
Por lo tanto, porque veo y sé todas las cosas, pueden preguntarse por qué no me llevo a quienes hacen el mal antes de que caigan en las profundidades del pecado. Yo mismo formulé la pregunta y Yo mismo te la responderé: Yo soy el Creador de todas las cosas, y todas las cosas me son conocidas. Yo conozco y veo todo lo que ha sido y será. Pero, aunque conozco y puedo hacer todas las cosas, aún, por razones de justicia, no interfiero con la constitución natural del cuerpo como tampoco lo hago con la inclinación del alma. Cada ser humano continúa existiendo de acuerdo con la constitución natural del cuerpo tal cual es y fue desde toda la eternidad en mi conocimiento previo. El hecho de que una persona tenga una vida más larga y otra más corta tiene que ver con su natural fortaleza o debilidad y está relacionada con su constitución física. No es debido a mi conocimiento previo que una persona pierda pierde su vista u otra se vuelve coja o algo parecido, ya que mi conocimiento previo de todas las cosas es de tal forma que por él, nadie ha empeorado, ni tampoco le ha hecho daño a alguien.
Cuanto más como mucho), estas cosas no ocurren por el curso y posición de elementos celestiales, sino por un sentido oculto de justicia en la constitución y conservación de la naturaleza. Por el pecado y el desorden natural, el cuerpo se llega a deformar de muchas maneras. Esto no sucede porque es mi voluntad directa, sino porque permito que ocurra para que haya justicia. A pesar de que Yo puedo hacer todas las cosas, aun aquí no obstruyo a la justicia. Como corresponde, la longevidad o brevedad de la vida de una persona, está relacionada con la fortaleza o debilidad de su constitución física, tal como estaba en mi conocimiento previo que nadie puede contravenir.
Puede entender esto usando un símil. Imagínese que había dos caminos con un camino que conduce a ellos. Había muchas tumbas en ambos caminos, cruzándose y empalmándose mutuamente. El final de uno de los dos caminos se pronunciaba directamente hacia abajo; el final del otro hacia arriba. En el cruce estaba escrito: ‘Quien viaje por este camino lo empezará con gran gozo físico y disfrutándolo y lo terminará en desgracia y vergüenza. Quien tome el otro camino comenzará con un moderado y soportable esfuerzo, pero lo terminará con un gran gozo y consolación.’ Una persona caminando sola en un camino sencillo se hallaba completamente ciega. Sin embargo, cuando llegó al cruce de caminos, sus ojos fueron abiertos, y vio lo que estaba escrito acerca de cómo terminaban ambos caminos.
Mientras estaba estudiando el letrero y pensándolo consigo misma, repentinamente se aparecieron junto a ella dos hombres a quienes se les había confiado el cuidado de ambos caminos. Conforme observaban al caminante en el cruce de caminos, se dijeron el uno al otro: 'Observemos cuidadosamente cuál de los caminos decide tomar y entonces él pertenecerá a aquél de nosotros cuyo camino seleccione.' El caminante, sin embargo, estaba considerando consigo mismo el fin y ventajas de cada camino. Tomó la prudente decisión de tomar el camino cuyo principio involucraba algo de dolor pero al final tenía gozo, en vez del camino que empezaba con alegría y terminaba con dolor. Decidió que era más sensato y tolerable cansarse al hacer un poco de esfuerzo al principio pero descansar con seguridad al final.
¿Entiendes todo lo que esto significa? Estos dos caminos son el bien y el mal al alcance humano. Está el escoger dentro del libre albedrío y poder de la persona el escoger lo que él o ella deseen al llegar a la edad de la discreción. El hombre al caminar está en este primer camino como un ciego, porque está como si fuera, ciego desde su niñez hasta que llega a la edad de la discreción, sin saber cómo distinguir entre el bien y el mal, entre el pecado y la virtud, entre lo que está mandado y lo que está prohibido.
El hombre caminando en este primer camino, es decir, en su época juvenil, es como si estuviera ciego. Sin embargo, cuando llega al cruce de caminos, la edad de la discreción, los ojos de su entendimiento se abren. Entonces sabe cómo decidir si es mejor experimentar un poco de dolor pero eterno gozo o un poco de gozo y eterno dolor. Cualquier camino que escoja, no le faltarán quienes cuidadosamente le cuenten sus pasos. Hay muchas tumbas en estos caminos, una seguida de otra, y una encima puesta contra la otra, porque en ambas juventud y vejez, una persona puede morir temprano, otra después, una en la juventud, otra en la vejez. El final de esta vida está simbolizado adecuadamente con tumbas: le llegará a todos, a uno de esta forma, a otro en aquélla, de acuerdo con la condición física de quien y exactamente como Yo lo he sabido con anticipación.
Si tomase alguno, yendo en contra de su condición natural, el diablo tendría fundamento para acusarme. Consecuentemente, para que el diablo no pueda encontrar nada en mí que vaya en lo más mínimo contra la justicia, no interfiero con la constitución natural del cuerpo como tampoco interfiero con la constitución del alma. ¡Pero consideren mi bondad y piedad! Y, como dice el maestro, doy virtud a aquellos que no tienen virtud alguna. Debido a mi gran amor les doy el reino del cielo a todos los bautizados que mueren antes de llegar a la edad de la discreción. Como está escrito: Ha complacido a mi Padre el dar el reino del cielo a todos estos. Debido a mi tierno amor, hasta por los niños de los paganos muestro piedad.
Si alguno de ellos muere antes de la edad de la discreción, dado que no pueden venir a conocerme cara a cara, en lugar de esto van a un lugar que no te está permitido conocer pero en el que vivirán sin sufrimiento. Aquellos que hayan avanzado en el primer camino, alcanzarán esos dos caminos, es decir, la edad de la discreción entre el bien y el mal. Tienen la facultad de escoger lo que más les guste. La recompensa seguirá a la inclinación de su voluntad, puesto que para entonces, ya saben cómo leer el letrero escrito en el cruce de caminos diciéndoles que es mejor experimentar un poco de dolor al comienzo y que el gozo esté esperándolos, que experimentar gozo al principio y dolor al final. Algunas veces ocurre que algunas personas son llevadas más temprano de lo que su constitución física normalmente permite, por ejemplo, a través del homicidio, borrachera y cosas de esa naturaleza.
Esto es, porque la maldad del demonio es tal que el pecador en este caso recibirá un extremado castigo que durará mucho tiempo, si es que llegara a continuar en el mundo por más tiempo. Por lo tanto, algunas personas son llevadas más temprano de lo que su condición física natural permite, debido a demandas de justicia y por sus pecados. Su traslado me ha sido conocido desde toda la eternidad, y es imposible para alguien contravenir mi conocimiento previo. Algunas buenas personas son llevadas antes de lo que su constitución física permitiría. Porque por el amor tan grande que les tengo, y por su ardiente amor y sus esfuerzos para disciplinar al cuerpo por Mí, algunas veces la justicia requiere que sean llevados, como he conocido previamente desde toda la eternidad. Por lo tanto, no interfiero con la constitución natural del cuerpo como no interfiero con la constitución del alma.”
La acusación del Hijo sobre cierta alma que se iba a condenar en la presencia de la novia, y la respuesta de Cristo al diablo acerca de por qué, permitió a esta alma y a otros malhechores tocar o recibir su verdadero cuerpo.
Capítulo 2
Dios se mostró enojado y dijo: “Aquel a quien destiné esta obra de mis manos para gran gloria, me desprecia mucho. Esta alma, a quien le ofrecí mi amoroso cuidado, me hizo tres cosas: Desvió sus ojos de Mí y los volvió al enemigo. Fijó su voluntad en el mundo. Puso su confianza en él mismo, porque tenía la libertad de pecar contra mí. Por esta razón, porque no se molestó en tener ninguna consideración por mi, ejercí mi repentina justicia sobre él. Porque había fijado su voluntad contra Mí y había depositado falsa confianza en sí mismo, le arrebaté lo que anhelaba.” Entonces un diablo gritó, diciendo: “Juez, esta alma es mía.” El Juez contestó: “¿Qué argumentos tienes contra él?” Respondió: “Mi denuncia es la declaración en tu propia acusación que él te despreció, su Creador, y debido a su alma se ha vuelto mi sirviente.
Además, puesto que fue llevado repentinamente, ¿ cómo podría repentinamente empezar a agradarte? Ya que, cuando tenía cuerpo fuerte y vivía en el mundo, no te sirvió con un corazón sincero, puesto que amaba las cosas creadas más fervientemente, ni tampoco soportó con paciencia la enfermedad ni se reflejó, en tus obras como debió de haberlo hecho. Al final no ardía con el fuego de caridad. Él es mío porque te lo llevaste repentinamente.”
El Juez contestó: “Un final repentino no condena a una alma, a menos que haya inconsistencia en sus acciones. La voluntad de una persona no es condenada para siempre sin una cuidadosa deliberación.” Entonces la Madre de Dios vino y dijo: “Hijo Mío, ¿si un sirviente flojo tiene un amigo quien tiene relación íntima con su amo, no deberá venir su amigo íntimo en su ayuda? ¿No debe de ser, si lo está pidiendo, por el bien del otro?”. El Juez respondió: “Todo acto de justicia debe de ser acompañado de piedad y sabiduría – piedad con respecto a garantizar severidad, sabiduría para asegurar que se mantenga equidad. Pero si la transgresión es de tal tipo que no merece remisión, la sentencia aún puede ser mitigada por la amistad sin infringir la justicia. Entonces su madre dijo: “Mi bendito Hijo, esta alma me tuvo constantemente en su mente y me mostró reverencia y frecuentemente estaba movida a celebrar la gran solemnidad por mi bien, aún aunque haya sido fría hacia ti. Así es que, ¡ten piedad de ella!”
El Hijo respondió: “Bendita Madre, Tú ves y sabes todas las cosas en Mí. Aún aunque esta alma te haya tenido en la mente, lo hizo más por su bienestar temporal que por el espiritual. No trató mi más puro purísimo cuerpo como debió. Su malhablada boca lo privó de disfrutar mi caridad. El amor mundano y depravación le escondieron mi sufrimiento. El dar por hecho mi perdón en exceso y el no pensar en su fin aceleraron su muerte. Aunque me recibía constantemente, esto no le lo mejoró mucho, porque no se preparaba adecuadamente. Una persona que desea recibir a su noble Señor e invitado no sólo debe preparar la habitación sino todos los utensilios. Este hombre no lo hizo así, puesto que, aunque limpiaba la casa, no la barría reverentemente con cuidado. No esparció el piso con las flores de sus virtudes o llenó los utensilios de sus extremidades con abstinencia. Por lo tanto, ves suficientemente bien que lo que se le debe hacer es lo que merece.
Aunque Yo sea invulnerable y esté por encima de la comprensión y estoy en todos en todo lugar por mi divinidad, mi deleite es en lo puro, aun cuando entro tanto en los buenos como en los malditos. Los buenos reciben mi cuerpo, el cual fue crucificado y ascendido al cielo, el cual fue previamente formado por el maná y por la harina de la viuda. Los malvados también lo hacen así, pero, mientras que para el bueno lo conduce a una mayor fortaleza y consolación, a los malvados los conduce a una aún más justa condenación, tanto como, en su falta de méritos, no temen acercarse a tan digno sacramento.” El diablo contestó: “Si se acercó indignamente a ti y su sentencia se hizo más estricta por esto, ¿porqué (por qué) permitiste que se acercara a ti y te tocara a pesar de ser tan indigno?”
El Juez contestó: “No estás preguntando esto con amor, ya que no tienes ninguno, pero mi poder te obliga a preguntarlo por el bien de mi novia quien está escuchando. De la misma manera en que ambos, el bien y el mal me manejaron en mi naturaleza humana para probar la realidad de mi naturaleza humana tanto como mi paciente humildad, así es que muy buenos y malvados me comen en el altar – los buenos adentrándose en su más grande perfección, los malos para que no puedan creer ellos mismos que ya están condenados de tal forma que, habiendo recibido mi cuerpo, pueden ser convertidos, siempre que decidan reformar su intención. ¿Qué amor más grande que éste les puedo mostrar que Yo, el más puro, entraré en los recipientes más impuros (aunque como el sol material no puedo ser profanado por nada)? Tú y vuestros camaradas desprecian este amor, puesto que se han endurecido mismos contra el amor.” Entonces la Madre habló de nuevo: “Mi buen Hijo, cada vez que se acercaba a ti, él aun te tenía reverencia, aunque no como debía habértela tenido. El (él sujeto) también se arrepiente de haberte ofendido, aunque no perfectamente. Hijo Mío, por mi bien, considera esto en provecho de él. El Hijo respondió: “Como dijo el profeta, Yo soy el verdadero sol, aunque soy mucho mejor que el sol material. El sol material no penetra montañas o mentes, pero yo puedo hacer ambas cosas.
Una montaña puede obstruir al sol material teniendo como resultado que la luz solar no llega a la tierra cercana, pero ¿qué puede ponerse en mi camino a excepción de la pecaminosidad que abstiene a esta alma de ser afectada por mi amor? Aun si se retirara una parte de la montaña, la tierra en las cercanías no recibiría la calidez del sol. Y si yo entrara dentro de una parte de un alma pura, ¿qué consolación tendría si pudiera oler la fetidez de alguna otra parte? Por lo tanto, uno debe deshacerse de todo lo que esté sucio, y entonces el dulce gozo surgirá sobre la hermosa limpieza.” Su Madre respondió: “¡Que se haga tu voluntad con toda piedad!”
Explicación
Éste fue un sacerdote quien frecuentemente había recibido amonestaciones concernientes a su incontinente comportamiento y que no quería atender razones. Un día cuando salió a la pradera a cepillar a su caballo, vinieron truenos y un rayo que le cayó lo mató. Su cuerpo quedó totalmente ileso excepto por sus partes privadas, las cuales se podían ver totalmente quemadas. Entonces el Espíritu de Dios dijo: “Hija, aquellos que se dejan enredar en placeres despreciables, merecen sufrir en sus almas lo que este hombre sufrió en su cuerpo.”
Palabra de asombro de la Madre de Dios a la novia, y sobre cinco casas en el mundo cuyos habitantes representan cinco estados de personas, a saber Cristianos infieles, Judíos obstinados y paganos separadamente, Judíos y paganos juntos, y los amigos de Dios. Este capítulo contiene muchas observaciones útiles.
Capítulo 3
María dijo: “Es una cosa horrible que el Señor de todas las cosas y Rey de la Gloria sea despreciado. Él fue como peregrino en la tierra, deambulando de lugar a lugar, tocando en muchas puertas, como un caminante buscando acogida. El mundo fue como un estado que tenía cinco casas. Cuando vino mi hijo vestido como peregrino a la primera casa, tocó a la puerta y dijo: ‘Amigo, ábreme y déjame entrar a descansar y a quedarme contigo. ¡Para que los animales salvajes no me hagan daño, para que las lluvias torrenciales y aguaceros no me caigan encima! ¡Dame algo de tu ropa para calentarme del frío, para cubrir mi desnudez! ¡Dame algo de tu comida para refrescarme en mi hambre y algo de beber para revivirme. Recibirás una recompensa de tu Dios!
La persona que estaba dentro respondió: ‘Eres demasiado impaciente, de manera que no puedes vivir pacíficamente con nosotros. Eres demasiado alto. Por tal razón no te podemos arropar. ¡Eres demasiado codicioso y glotón, de manera que no te podemos satisfacer, ya que no tiene fin tu ávido apetito! Cristo el peregrino responde desde afuera: Amigo, déjame entrar alegre y voluntariamente. No necesito mucho espacio. ¡Dame algo de tu ropa, ya que no hay ropa tan pequeña en tu casa que no pueda ofrecerme al menos algo de calor! Dame algo de tu comida, ya que aun un diminuto bocado me puede satisfacer y una simple gota de agua me refrescará y fortalecerá.’ La persona que estaba dentro replicó: ‘Ya te conocemos bien.
Eres humilde al hablar pero impertinente en tus demandas. Haces ver que te contentas con poco pero eres de hecho insaciable cuando deseas llenarte. Eres demasiado frío y difícil de arropar. ¡Vete de aquí, no te recibiré!’ Entonces fue a la segunda casa y dijo: ¡Amigo, ábreme y mírame! Te daré lo que necesitas. Te defenderé de tus enemigos.’ La persona que estaba dentro respondió: ‘Mis ojos están débiles. Les dolería el verte. De todo tengo suficiente y no necesito nada de lo tuyo. Soy fuerte y poderoso, ¿quién podrá hacerme daño?’ Llegando, entonces, a la tercera casa, el dijo: ‘¡Amigo, préstame tus oídos y escúchame! ¡Estira hacia adelante tus manos y abrázame! ¡Abre tu boca y pruébame!’
El habitante de la casa respondió: ‘¡Grítame fuerte para que te pueda oír mejor! Si eres amable, te atraeré hacia mí. Si eres agradable, te dejaré entrar.’ Entonces Él fue a la cuarta casa cuya puerta estaba medio abierta. Dijo: ‘Amigo, si te pusieras a considerar que tu tiempo ha sido inútilmente usado, me permitirías entrar. Si pudieras comprender y escuchar lo que he hecho por ti, tendrías compasión de mí. Si pusieras atención en cuanto me has ofendido, suspirarías y rogarías perdón.’ El hombre contestó: ‘Estamos casi muertos de estar esperándote y añorando tu ausencia. Ten compasión de nuestra desgracia y estaremos más que listos para entregarnos a ti. Contempla nuestra miseria y ve la congoja de nuestro cuerpo, y estaremos listos para lo que desees. Entonces llegó a la quinta casa, la cual estaba completamente abierta. Dijo: ‘Amigo, con gusto entraría aquí, pero debes saber que busco un lugar para descansar más suave que el que provee una cama con plumas, un calor mayor que el que se obtiene de la lana, una comida más fresca de la que la carne de un animal puede ofrecer.’
Quienes estaban adentro respondieron: ‘Tenemos martillos tendidos aquí cerca de nuestros pies. Gustosamente los usaremos para hacer añicos nuestros pies y piernas, y te daremos la médula que fluya de ellos para que sean tu lugar de descanso. Con gusto abriremos nuestras partes más internas y entrañas por ti. ¡Pasa adentro! No hay nada más suave que nuestra médula para que en ella descanses, y nada mejor que nuestras partes más internas para calentarte. Nuestro corazón es más fresco que la carne fresca de animales. Seríamos felices si lo partiéramos como tu comida. ¡Tan sólo entra! ¡Porque eres dulce al gusto y maravilloso de disfrutar!’ Los habitantes de estas cinco casas representan cinco estados de personas en el mundo. Los primeros son los infieles cristianos quienes le dicen a mi Hijo sentencias injustas, sus promesas falsas, y sus mandamientos insoportables.
Éstos son aquellos que en sus pensamientos y en sus mentes y en sus blasfemias les dicen a los predicadores de mi Hijo: ‘Muy bien puede ser Todopoderoso, pero está lejos y es inalcanzable. Es alto y ancho pero no puede ser arropado. Es insaciable y no puede ser alimentado. Es impacientísimo y no te puedes llevar bien con él.’ Ellos dicen que está lejos porque son endebles en buenas acciones y caridad y no tratan de elevarse a su bondad. Dicen que es ancho, porque su propia codicia no conoce límites: ellos siempre están fingiendo que les falta o que necesitan algo y siempre se están imaginando problemas antes de que éstos lleguen. También lo acusan de ser insaciable, porque el cielo y la tierra le son insuficientes, y demanda mayores regalos de la humanidad.
Piensan que es insensato renunciar a todo por el bien de su alma por estar de acuerdo con el precepto, y peligroso darle al cuerpo menos. Ellos dicen que es impaciente, porque odia el vicio y les envía cosas contra sus voluntades. Piensan que nada está bien o es útil con excepción de aquello que los placeres del cuerpo les sugieren. Por supuesto, mi Hijo es verdaderamente Todopoderoso en el cielo y en la tierra, el Creador de todas las cosas y creado por nadie, que existió antes que todo, después de quien nadie ha de venir. Él está verdaderamente lejano y es el más ancho y el más alto, dentro y fuera y sobre todas las cosas.
Aunque Él es tan poderoso, hasta en su amor quiere ser arropado con ayuda humana – Él que no tiene necesidad de vestirse, quien viste a todas las cosas y es Él mismo vestido eterna e incambiablemente en perpetuo honor y gloria. Él, quien es el pan de ángeles y de hombres, quien alimenta todas las cosas y Él mismo no necesita nada, quiere ser alimentado por el amor humano. Él quien es restaurador y autor de paz pide paz de los hombres. Por lo tanto, quien quiera darle la bienvenida en una mente alentadora puede satisfacerlo aun con un bocado de pan, siempre y cuando sea buena su intención. Lo puede arropar con un solo hilo, mientras su amor esté ardiendo. Una sola gota puede apagar su sed, siempre y cuando la persona tenga la correcta disposición.
Siempre que la devoción de una persona sea ferviente y firme, puede darle la bienvenida a mi Hijo dentro de su corazón y hablar con Él. Dios es espíritu, y por esa razón, ha deseado transformar criaturas de carne en seres espirituales y seres efímeros en eternos. Él piensa que lo que le pase a los miembros de su cuerpo también le pasa a Él mismo. No sólo tiene en cuenta el trabajo o las habilidades, sino también el fervor de su voluntad y la intención con la que se lleva a cabo un trabajo. En verdad, cuanto más le grita a esta gente con inspiraciones ocultas, y cuanto más les advierte a través de sus predicadores, más endurecen su voluntad contra Él.
Ellos no escuchan ni le abren la puerta de su voluntad ni le permiten entrar con actos caritativos. Por consiguiente, cuando llegue su hora, la falsedad en que se apoyan será aniquilada, la verdad será exaltada, y la Gloria de Dios se manifestará. Los segundos son los judíos obstinados. Estas personas se ven a ellos mismos como razonables en todos los sentidos y consideran la sabiduría como justicia legal. Ellos hacen valer sus propias acciones y declaran que son más honorables que el trabajo de otros. Si oyen las cosas que mi Hijo ha hecho, las desprecian. Si oyen sus palabras y mandamientos, reaccionan con desdén.
Peor aún, se consideran ellos mismos como pecadores e impuros si lo fueran pero el oír y reflexionar en cualquier cosa que tenga que ver con mi Hijo y sería aun más desdichada y miserable si fueran a imitar lo que hizo. Pero mientras los vientos de mundana fortuna soplen sobre ellos, piensan que son muy afortunados. Mientras se sientan fuertes en su fortaleza física, ellos se creen los más fuertes. Por esa razón, sus esperanzas se volverán nada y su honor se tornará vergüenza.
La tercera son los paganos. Algunos de ellos gritan burlonamente: ‘¿Quién es Cristo? Si es gentil al dar bienes presentes, gustosamente lo recibiremos. Si es gentil en condonar pecados, aun más gustosamente lo honraremos.’ Pero estas personas han cerrado los ojos de su mente para no percibir la justicia y piedad de Dios. Tapan sus oídos y no oyen lo que mi Hijo ha hecho por ellos y por todos. Callan sus bocas y no se informan de cómo será su futuro o qué es lo que está a su favor. Cruzan sus brazos y rehúsan hacer un esfuerzo en buscar la manera en que puedan escapar a las mentiras y encontrar la verdad. Por lo tanto, ya que no quieren entender o tomar precauciones, aunque ellos pueden y tienen el tiempo para hacerlo, ellos y su casa caerán y serán envueltos por la tempestad.
La cuarta son aquellos judíos y paganos que quisieran ser cristianos, si tan sólo supieran cómo y en qué forma complacer a mi Hijo y si sólo tuvieran quien los ayudara. Ellos oyen de gente en regiones vecinas todos los días, y también saben de los llamamientos de amor dentro de ellos mismos, tanto como de otras señales, cuánto mi Hijo ha hecho y sufrido por todos. Es por esto que claman a Él en su conciencia y dicen: ‘Oh Dios, hemos oído que prometiste darte a nosotros. Así es que te estamos esperando. ¡Ven y lleva a cabo tu promesa! Vemos y entendemos que no hay poder divino en aquellos que son adorados como dioses, sin amor a las almas, sin apreciar la castidad. Sólo encontramos en ellos motivos carnales, un amor por los honores del mundo presente. Sabemos acerca de la Ley y oímos sobre las grandes obras que has hecho en piedad y justicia, Oímos lo dicho por tus profetas que están esperándote a Ti, a quien han predicho. Así es que, ¡ven amable Dios! Queremos entregarnos a Ti, porque entendemos que en Ti hay amor por las almas, el uso correcto de todas las cosas, pureza perfecta, y vida eterna. ¡Ven sin demora e ilumínanos, pues estamos casi muertos de esperarte!’ Así es como claman a mi Hijo. Esto explica por qué su puerta está medio abierta, porque su intención es completa con respecto al bien, pero aún no han alcanzado su cumplimiento. Éstas son personas que merecen tener la gracia y consolación de mi Hijo.
En la quinta casa hay amigos de mi Hijo y míos. La puerta de su mente está totalmente abierta para mi Hijo. A ellos les da gusto que Él los llame. Ellos no sólo le abren cuando les toca sino que alegremente corren a su encuentro cuando entra. Con los martillos de los divinos preceptos destrozan lo que encuentran distorsionado en ellos mismos. Preparan un lugar de descanso para mi Hijo, no de plumas de pájaros sino de la armonía de sus virtudes y el refreno de afectos diabólicos, el cual es la misma médula de todas las virtudes. Ellos ofrecen a mi Hijo una clase de calor que no viene de la lana sino de un amor tan ferviente que no sólo le brindan sus pertenencias sino también a ellos mismos. También le preparan comida más fresca que cualquier carne: es su corazón perfecto el cual no desea o ama nada sino a su Dios.
El Señor del Cielo mora en sus corazones, y Dios quien nutre todas las cosas es dulcemente nutrido por su caridad. Ellos mantienen continuamente sus ojos en la puerta no sea que entre el enemigo, ellos mantienen sus oídos vueltos hacia el Señor, y sus manos dispuestas para dar batalla al enemigo. Imítalos, hija mía, tanto como puedas, porque sus cimientos están fundados en roca sólida. Las otras casas tienen sus cimientos en el lodo, por esto es que serán agitados cuando llegue el viento.”
Las palabras de la Madre de Dios a su Hijo de parte de su novia, y acerca de cómo Cristo es comparado con Salomón, y sobre la severa sentencia contra los falsos cristianos.
Capítulo 4
La Madre de Dios habló a su Hijo, diciendo: “Hijo mío, mira cómo está llorando tu novia porque tienes pocos amigos y muchos enemigos.” El Hijo respondió: “Está escrito que los hijos del reino serán arrojados fuera y no heredarán el reino. También está escrito que cierta reina vino de lejos a ver la riqueza de Salomón y a oír su sabiduría. Cuando ella vio todo, se quedó sin aliento del puro asombro. Sin embargo, las personas de su reino no prestaron atención a su sabiduría ni admiraron su riqueza. Yo soy previamente modelado por Salomón, aunque soy mucho más sabio y rico que lo que Salomón lo fue, tanto como que toda la sabiduría viene de mí y cualquiera que es sabio de mí obtiene su sabiduría. Mis riquezas son la vida eterna y gloria indescriptible. Yo prometí y ofrecí estos bienes a los cristianos como a mis propios hijos, para que puedan poseerlos para siempre, si me imitan y creen en mis palabras. Pero no prestan atención a mi sabiduría.
Toman mis escrituras y promesas con desdén y respecto a mi riqueza como despreciables. Entonces, ¿qué debo hacer con ellos? Con seguridad, si los hijos no quieren su herencia, entonces extranjeros, es decir, paganos, la recibirán. Como esa reina extranjera, a quien tomo para que represente a las almas fieles, vendrán y admirarán las riquezas de mi gloria y caridad, tanto que se apartarán de su espíritu de infidelidad y serán llenados de mi Espíritu. ¿Entonces, qué debo hacer con los hijos del reino? Los manejaré en la forma en que lo hace un hábil alfarero quien, cuando observa que el primer objeto que hizo de arcilla no es ni hermoso ni utilizable, lo tira a la tierra y lo despedaza. Manejaré a los cristianos de la misma forma. Aunque deberían ser míos, ya que los hice a mi imagen y los redimí con mi sangre, resultaron ser lamentablemente deformes. Por lo tanto, serán pisoteados como la tierra y arrojados al infierno.”
La palabra del Señor en presencia de la novia concerniente a su propia majestad, y una maravillosa parábola comparando a Cristo con David, mientras que los judíos, malos cristianos, y paganos son comparados con los tres hijos de David, y cómo la iglesia subsiste en los siete sacramentos.
Capítulo 5
Yo soy Dios, no hecho de piedra o madera o creado por otro sino el Creador del universo, permanente sin principio ni fin. Soy aquel que vino dentro de la Virgen y estuvo con la Virgen sin perder mi divinidad. A través de mi naturaleza humana estuve en la Virgen mientras que aún retenía mi propia naturaleza divina, y soy la misma persona que, a través de mi divina naturaleza, continúa mandando sobre cielos y tierra junto con el Padre y el Espíritu Santo. A través de mi Espíritu encendí el fuego en la Virgen – no en el sentido en que el Espíritu que le encendió en fuego era algo separado de mí, ya que el Espíritu que le prendió fuego fue el mismo que estaba en el Padre y en mí, el Hijo, tanto como el Padre y el Hijo estaban en él, estos tres siendo un solo Dios, no tres dioses.
Yo soy como el Rey David que tuvo tres hijos. Uno de ellos se llamó Absalón, y buscó la vida de su padre. El segundo, Adonías, buscó el reino de su padre. El tercer hijo, Salomón, obtuvo el reino. El primer hijo denota a los judíos. Ellos son las gentes que buscan mi vida y muerte y desdeñaron mi consejo. Consecuentemente, ahora que su retribución es conocida, puedo decir lo que dijo David sobre la muerte de su hijo: ‘¡Hijo mío, Absalón!’ es decir: Oh judíos hijos míos, y ahora ¿dónde están vuestras añoranzas y expectativas? Oh hijos míos, ¿ahora cual será vuestro fin? Sentí compasión por vosotros porque anhelabais que viniera – de Mí que ustedes supieron por las muchas señales que vinieron – y porque ustedes anhelaron gloria que rápidamente se desvanecía, toda la cual ya ha desaparecido. Pero ahora siento mayor compasión por ustedes, como David repitiendo esas primeras palabras una y otra vez, porque veo que terminarán en una desdichada muerte.
Por lo tanto, como David, digo con todo mi amor: ‘Hijo mío, ¿quien me dejará morir en su lugar?’ David sabía bien que no podía traer de regreso a su hijo muerto si muriera por él, pero, para mostrar su profundo afecto paternal y el ansioso anhelo de su voluntad, aunque sabía que era imposible, estaba preparado para morir en lugar de su hijo. De la misma manera, ahora digo: Oh mis hijos judíos, aunque tuvisteis una voluntad enfermiza hacia mí, e hicisteis todo lo que pudisteis en mi contra, si fuera posible y mi Padre lo permitiera, voluntariamente moriría de nuevo por vosotros, ya que me da lástima la miseria que vosotros mismos os habéis acarreado como requiere la justicia. Os dije lo que debíais haber hecho a través de mis palabras y os lo mostré con mi ejemplo. Fui por delante de vosotros como una gallina protegiéndoos con sus alas de amor, pero vosotros lo rechazasteis todo. Por lo tanto, todas las cosas que anhelabais han desaparecido. Vuestro fin es desgracia y todo vuestro trabajo desperdiciado.
Los malos cristianos se refieren al segundo hijo de David quien pecó contra su padre a avanzada edad. Razonó consigo mismo de esta manera: ‘Mi padre es un hombre anciano y le fallan sus fuerzas. Si le digo algo equivocado, él no me responde. Si hago algo en su contra no se venga. Si lo meto en un asilo, lo soporta pacientemente. Por consiguiente, haré lo que yo quiero.’ Con algunos de los sirvientes de su padre David, se fue a una arboleda de pocos árboles a hacerse rey. Pero cuando la sabiduría e intención de su padre se hicieron evidentes, cambió su plan y los que estaban con él cayeron en descrédito.
Esto es lo que los cristianos me están haciendo ahora. Piensan dentro de ellos: ‘Las decisiones y señales de Dios no se manifiestan tanto ahora como lo hacían antes. Podemos decir lo que queramos, ya que Él es misericordioso y no presta atención. ¡Hagamos lo que nos plazca, ya que cede fácilmente! Ellos no tienen fe en mi poder, como si fuera más débil ahora de lo que lo era antes en hacer mi voluntad.
Ellos se imaginan que mi amor es menor, como si ya no estuviera dispuesto a tenerles piedad como a sus padres.
También piensan que mi juicio es cosa de risa y que mi justicia no tiene sentido. Por lo tanto, también, ellos, van a una arboleda con algunos de los sirvientes de David para jugar al rey con presunción. ¿Qué es lo que significa esta arboleda con algunos árboles, sino la Santa Iglesia subsistiendo a través de los siete sacramentos como de algunos árboles? Ellos entran dentro de esta iglesia junto con algunos sirvientes de David, es decir, con algunas buenas obras, para ganar el reino de Dios con presunción.
Hacen un modesto número de obras buenas, confiando que por éstas, sin importar en qué estado de pecado se encuentren o qué pecados hayan cometido, aún pueden ganar el reino del cielo como si lo tuvieran como derecho de herencia. El hijo de David quería ganar el reino en contra de la voluntad de David pero fue ahuyentado en desgracia, tanto él como su ambición eran injustas, y el reino fue dado a un hombre mejor y más sabio. De la misma manera, estas personas serán expulsadas de mi reino.
Les será dado a quienes hagan la voluntad de David, puesto que sólo una persona que tiene caridad puede obtener mi reino. Sólo una persona que es pura y es conducida por mi corazón puede acercarse a mí que soy el más puro de todos.
Salomón fue el tercer hijo de David. Él representa a los paganos. Cuando Betsabé oyó que otro que no era Salomón – a quien David le había prometido sería rey después de él – había sido elegido por ciertas personas, fue a David y le dijo: ¿Señor mío, me juraste que Salomón sería rey después de ti. Ahora, sin embargo, otro ha sido electo.
Si éste es el caso y continúa así, terminaré siendo sentenciado al fuego como adúltera y mi hijo señalado como ilegítimo.’ Cuando David oyó esto, se puso en pie y dijo: ‘Juro a Dios que Salomón se sentará en mi trono y será rey después de mí.’ Enseguida ordenó a sus sirvientes que pusieran en el trono a Salomón y lo proclamaran como el rey que David había elegido. Llevaron a cabo las órdenes de su amo y encumbraron a Salomón otorgándole gran poder, y todos aquellos que habían dado su voto a su hermano fueron dispersados y reducidos a servidumbre. Esta Betsabé, que había sido tomada como adúltera y logró que eligieran otro rey, no simboliza otra cosa que la fe de los paganos.
Ninguna clase de adulterio es peor que venderse uno mismo en prostitución alejándose de su Dios y de la fe verdadera y creer en otro dios, que no sea el Creador del universo. Justo como hizo Betsabé, algunos de los gentiles vienen a mí con humildad y con corazones contritos, diciendo: ‘Señor, me prometiste que en el futuro seríamos cristianos. ¡Lleva a cabo tu promesa! Si otro rey, si otra fe que no fuera la tuya debiera ganar nuestra ascendencia, si te retiraras de nosotros, arderíamos de miseria y moriríamos como una adúltera que ha tomado un adúltero en vez de un legítimo marido. Además de que, aunque Tú vives por siempre, aún así, morirías por nosotros y nosotros por ti en el sentido que retirarías tu gracia de nuestros corazones y nos pondríamos en tu contra por nuestra falta de fe. Por lo tanto, ¡lleva a cabo tu promesa y fortifica nuestras debilidades e ilumínanos en nuestra oscuridad! ¡Si tardas, si te retiras de nosotros, pereceremos! Habiendo oído esto, me enfrentaré resueltamente como David por mi gracia y piedad.
Juro por mi divina naturaleza, la cual está unida a mi humanidad, y por mi naturaleza humana, que está en mi Espíritu, y por mi Espíritu, el cual está en mis naturalezas divina y humana, estas tres no siendo tres dioses sino un solo Dios, que cumpliré mi promesa. Enviaré a mis amigos para que traigan a mi hijo Salomón, es decir, los paganos, dentro de la arboleda, es decir, dentro de la iglesia, la cual subsiste a través de los siete sacramentos como siete árboles (a saber bautismo, penitencia, la unción de la confirmación, el sacramento del altar y del sacerdocio, matrimonio, y extremaunción). Ellos estarán apoyados en mi trono, es decir, en la fe verdadera de la Santa Iglesia.
Además, los malos cristianos serán sus sirvientes. Los primeros encontrarán su gozo en una herencia imperecedera y en el dulce alimento que Yo les prepararé. Los segundos, sin embargo, gemirán en la miseria que para ellos dará principio en el presente y perdurará por siempre. Y por tanto, ya que aún es el tiempo de estar vigilantes, ¡que mis amigos no se duerman, que no desfallezcan, ya que una gloriosa recompensa les aguarda a su duro trabajo!”
Las palabras del Hijo en presencia de la novia concernientes a un rey parado en un campo de batalla con amigos a su derecha y enemigos a su izquierda, y acerca de cómo el rey representa a Cristo quien tiene cristianos a la derecha y paganos a la izquierda, y acerca de cómo los cristianos son rechazados y Él envía sus predicadores a los paganos.
Capítulo 6
El Hijo dijo: “Soy como un rey parado en un campo de batalla con amigos a su derecha y enemigos a su izquierda. La voz de alguien gritando llegó a aquellos que estaban parados a la derecha donde todos estaban bien armados. Sus yelmos estaban ceñidos y sus rostros vueltos hacia su señor. La voz les gritó: ‘¡Vuélvanse a mí y confíen en mí! Tengo oro para darles.’ Cuando oyeron esto, se volvieron hacia él. La voz habló por segunda vez a aquellos que se habían vuelto habían volteado: ‘Si quieren ver el oro, desabróchense sus yelmos, y si desean conservarlo, yo se los abrocharé nuevamente cuando yo lo desee.’ Cuando asintieron, les abrochó los yelmos con la parte delantera hacia atrás. El resultado fue que la parte delantera con las rendijas para ver estaba en la parte trasera de sus cabezas mientras que la parte trasera de sus yelmos cubría sus ojos de manera que no podían ver. Gritando de esta manera, los condujo a él como hombres ciegos.
Cuando había hecho esto, algunos de los amigos del rey informaron a su amo de que sus enemigos habían engañado a sus hombres. El le dijo a sus amigos: ‘Vayan entre ellos y griten: ¡Desabróchense sus yelmos y vean cómo han sido engañados! ¡Regresen a mí y les daré la bienvenida en paz!’ Ellos no quisieron escuchar, y pensaron que era burla. Los sirvientes oyeron esto y se lo comunicaron a su señor. El dijo: ‘Bien, entonces, puesto que me han desdeñado, vayan rápido hacia el lado izquierdo y díganle a todos aquellos que están parados a la izquierda estas tres cosas: El camino que los conduce a la vida ha sido preparado para ustedes. La puerta está abierta. Y el señor mismo desea venir a encontrarlos con paz. ¡Por lo tanto crean firmemente que el camino ha sido preparado! ¡Tengan una inquebrantable esperanza en que la puerta está abierta y sus palabras son verdaderas! ¡Vayan a encontrar al señor con amor, y él les dará la bienvenida con amor y paz y los conducirá a una paz imperecedera! Cuando oyeron las palabras del mensajero, creyeron en ellas y fueron recibidos en paz.
Yo soy el rey. Tuve cristianos a mi derecha, ya que les había preparado una recompensa eterna. Sus yelmos estaban abrochados y sus caras estaban vueltas hacia mí mientras traten totalmente de hacer mi voluntad, obedecer mis mandamientos, y siempre que todo lo que deseen apunte al cielo. Con el tiempo la voz del diablo, es decir, el orgullo, sonó en el mundo y les mostró mundanas riquezas y placer carnal. Se volvieron hacia él por ceder en asentir y en deseos de orgullo. Debido al orgullo, se quitaron los yelmos al llevar a cabo sus deseos y prefiriendo bienes temporales en vez de espirituales. Ahora que ya hicieron a un lado sus yelmos de la voluntad de Dios y las armas de la virtud, el orgullo los ha dominado de tal forma y se han ligado tanto a él que se sienten demasiado felices para seguir pecando hasta el fin y les gustaría vivir para siempre, con la condición de que pudieran pecar por siempre.
El orgullo los ha cegado tanto que las aberturas de los yelmos por las cuales deben ver están en la parte trasera de sus cabezas y en frente a ellos hay obscuridad. ¿Qué otra cosa representan estas aberturas en los yelmos sino la consideración del futuro y la providente circunspección de realidades presentes? A través de esta primera apertura, deben ver las delicias futuras y los horrores de castigos futuros como también la terrible sentencia de Dios. A través de la segunda apertura, deben ver los mandamientos y prohibiciones de Dios, también cuánto puedan haber transgredido los mandamientos de Dios y cómo deben mejorar. Pero estas aberturas están en la parte de atrás de la cabeza donde nada puede ser visto, lo que significa que la consideración de realidades celestiales ha caído en la indiferencia.
Su amor a Dios se ha enfriado, mientras que su amor por el mundo es considerado con deleite y abrazado de tal forma que los conduce como una rueda bien lubricada adonde vaya a dar. Sin embargo, viéndome deshonrado y las almas alejándose y el diablo ganando control, mis amigos me gritan diariamente por ellos en sus oraciones. Sus oraciones han alcanzado el cielo y llegado a mi oído. Conmovido por sus oraciones, he enviado mis predicadores diariamente a estas personas y les he mostrado señales y les he incrementado mis gracias. Pero, en su desdén por todo, han acumulado pecado sobre pecado.
Por lo tanto, le diré ahora a mis sirvientes y haré que mis palabras con toda certeza entren en vigor: Sirvientes Míos, vayan al lado izquierdo, es decir, a los paganos, y digan: ‘El Señor del cielo y el Creador del universo tiene que decirles a ustedes lo siguiente: El camino del cielo está abierto para ustedes. ¡Tengan la voluntad de entrar en él con una fe firme! La puerta del cielo se mantiene abierta para ustedes. ¡Tengan firme esperanza y entrarán por ella! El Rey del cielo y Señor de los ángeles vendrá personalmente a encontrarlos y a darles paz y bendiciones imperecederas. ¡Vayan a encontrarlo y recíbanlo con la fe que les ha revelado a ustedes y que ya ha preparado como camino al cielo! Recíbanlo con la esperanza con la que ustedes esperan, ya que él mismo tiene la intención de darles el reino.
Ámenlo con todo su corazón y pongan su amor en práctica y entrarán por las puertas de Dios de las que aquellos cristianos que no quisieron entrar por ellas y quienes se hicieron indignos por sus propios actos fueron arrojados.’ Por mi verdad les declaro que pondré mis palabras en práctica y no las olvidaré. Los recibiré como hijos míos y seré su padre, Yo, a quienes los cristianos han mantenido desdeñoso desprecio.
Entonces ustedes, amigos míos, quienes están en el mundo, vayan adelante sin temor y griten fuerte, anúncienles mi voluntad y ayúdenlos a llevarla a cabo. Yo estaré en sus corazones y en sus palabras. Yo seré su guía en la vida y su salvador en la muerte. Yo no los abandonaré. ¡Vayan audazmente – cuanto más duro sea, mayor la gloria!
Yo puedo hacer todas las cosas en un instante y con una sola palabra, pero quiero que crezca su recompensa a través de sus propios esfuerzos y que mi gloria crezca con su valentía. No se sorprendan con lo que digo. Si el hombre más sabio del mundo pudiera contar cuantas almas caen en el infierno cada día, sobrepasarían el número de granos de arena del mar y de guijarros en la orilla. Esto es un asunto de justicia, porque estas almas se han separado ellas mismas de su Señor y Dios. Estoy diciendo esto para que los números del diablo puedan decrecer, y se conozca el peligro, y se llene mi ejército. ¡Si tan sólo escucharan y entraran en razón!”
Jesucristo habla a la novia y compara su divina naturaleza a una corona y usa a Pedro y Pablo para simbolizar los estados de clérigo y laico, y sobre las maneras de lidiar con los enemigos, y sobre las cualidades que los caballeros en el mundo deben tener.
Capítulo 7
El Hijo habló a la novia, diciendo: “Yo soy el Rey de la corona. ¿Sabes por qué dije ‘Rey de la corona’? Porque mi naturaleza divina fue y será y es sin principio o fin. Mi naturaleza divina es aptamente comparada a una corona, porque una corona no tiene punto de principio ni de fin. Justamente como una corona está reservada para el futuro rey en un reino, así también mi naturaleza divina fue reservada para ser la corona de mi naturaleza humana. Tuve dos sirvientes. Uno fue un sacerdote, el otro un laico. El primero fue Pedro quien tuve un oficio de sacerdocio, mientras que Pablo fue, como era, un laico. Pedro estaba vinculado en matrimonio pero cuando vio que su matrimonio no era consistente con su ministerio sacerdotal, y considerando que su recta intención podría ser puesta en peligro por una falta de continencia, se separó del por lo demás lícito matrimonio, por el cual se divorció del lecho conyugal, y se hizo mi devoto sin reservas.
Pablo, observó el celibato y se mantuvo sin mancha del lecho conyugal. ¡Ve que gran amor tuve por estos dos! Le di las llaves del cielo a Pedro de manera que lo que atara o desatara en la tierra pudiera estar atado o desatado en el cielo. Le permití a Pablo ser como Pedro en gloria y honor. Como fueron iguales juntos en la tierra, ahora están unidos en gloria imperecedera en el cielo y glorificados conjuntamente. Sin embargo, aunque mencioné expresamente a estos dos por nombre, por y a través de ellos deseo también mencionar a otros amigos míos. En una forma similar, bajo el anterior pacto, Yo solía hablarle a Israel como si me dirigiese a una sola persona, aunque me refería a toda la gente de Israel por ese solo nombre. De la misma manera, ahora, utilizando a estos dos hombres, me refiero a la multitud de aquellos a quienes he llenado de mi gloria y amor.
Con el paso del tiempo, los diablos empezaron a multiplicarse y la carne se hizo más débil y más propensa al mal. Por lo tanto, pongo normas por cada uno de los dos, es decir, para los clérigos y los laicos, aquí representados por Pedro y Pablo. En mi piedad decidí permitir al clero poseer una moderada cantidad de propiedad de la iglesia para las necesidades del cuerpo para que pudieran crecer más fervientes y constantes al servirme. También le permití al laicado el unirse en matrimonio conforme a los ritos de la iglesia. Entre los sacerdotes había cierto buen hombre quien pensó dentro de sí mismo: ‘La carne me arrastra hacia el placer básico, el mundo me arrastra hacia dañinas visiones, mientras que el diablo prepara varias trampas para hacerme pecar. Por lo tanto, para no ser atrapado por el placer carnal, observaré moderación en todos mis actos. Seré moderado en mi descanso y esparcimiento.
Le dedicaré el tiempo apropiado al trabajo y la oración y refrenaré mis apetitos carnales a través del ayuno. Segundo, para que el mundo no me arrastre alejándome del amor de Dios, renunciaré a todas las cosas mundanas, ya que todas ellas son perecederas. Es más seguro seguir a Dios en la pobreza. Tercero, para no ser engañado por el diablo quien siempre nos está mostrando falsedades en vez de la verdad, me someteré a la regla y obediencia de otro; y rechazaré todo egoísmo y demostraré que estoy listo para tomar cualquier cosa que me ordene la otra persona.’ Este hombre fue el primero en establecer una regla monástica. Él perseveró en ella de forma elogiable y dejó su vida como un ejemplo a seguir.
Por un tiempo la clase de los laicos estuvo bien organizada. Algunos de ellos cultivaron la tierra y valientemente perseveraron trabajando la tierra. Otros zarparon en navíos y llevaron mercancía a otras regiones para que los recursos de una región abastecieran las necesidades de otra. Otros fueron hábiles artesanos y artífices. Entre estos estaban los defensores de mi iglesia a quienes ahora se les llama caballeros.
Tomaron las armas como vengadores de la Santa Iglesia para poder combatir a sus enemigos. Ahí entre ellos apareció un buen hombre amigo mío quien pensó para sí: ‘Yo no cultivo la tierra como un granjero. No trabajo en los mares como un mercader. No trabajo con mis manos como un hábil artesano.
¿Entonces, qué puedo hacer o con qué trabajo puedo agradar a mi Dios? No tengo la energía suficiente para servir a la iglesia. Mi cuerpo es muy blando y débil para soportar daños físicos, a mis manos les faltan fuerzas para derribar enemigos, y mi mente se inquieta considerando las cosas del cielo. ¿Entonces qué puedo hacer?
Ya sé lo que puedo hacer. Iré y me sujetaré con un juramento estable a un príncipe secular, jurando defender la fe de la Santa Iglesia con mi fuerza y con mi sangre.’ Ese amigo mío fue al príncipe y le dijo: ‘Mi señor, soy uno de los defensores de la iglesia. Mi cuerpo es muy débil para soportar daños físicos, mis manos carecen la fuerza para derribar a otros; mi mente es inestable cuando se refiere a hacer lo que es bueno; mi libre voluntad es lo que me place; y mi necesidad de descanso no me permite una postura firme por la casa de Dios. Me vinculo por lo tanto con un juramento público de obediencia a la Santa Iglesia y a ti, o Príncipe, jurando defenderla todos los días de mi vida para que, aunque mi mente y mi voluntad sean tibias con respecto a la lucha, pueda yo ser obligado a trabajar debido a mi juramento.’ El príncipe le contestó: ‘Iré contigo a la casa del Señor y seré testigo de tu juramento y tu promesa.’ Ambos vinieron a mi altar, y mi amigo hizo la genuflexión y dijo: ‘Tengo un cuerpo muy débil para soportar daños físicos, mi libre voluntad es toda muy complaciente para mí, mis manos son muy tibias cuando se refiere a dar golpes.
Por lo tanto, ahora les prometo obediencia a Dios y a ti, jefe mío, vinculándome por un juramento a defender la Santa Iglesia contra sus enemigos, confortar a los amigos de Dios, hacerle el bien a viudas, huérfanos, y a los fieles a Dios, y nunca hacer nada que esté en contra de la iglesia de Dios o de la fe. Además, me someto a tu corrección, si llegara a cometer algún error, para que, obligado por obediencia, pueda temer aún más al pecado y egoísmo y aplicarme más fervientemente y de buena gana a llevar a cabo la voluntad de Dios y tu propia voluntad, sabiéndome más merecedor de condenación y desacato si yo debiera suponer el violar la obediencia y trasgredir tus mandamientos.’ Después de haber hecho esta profesión en mi altar, el príncipe sabiamente decidió que el hombre debería vestir diferentemente que los otros laicos como símbolo de autorrenuncia y como un recordatorio para de que tenía un superior a quien debía someterse.
El príncipe también puso una espada en su mano, diciendo: ‘Esta espada es para que la uses para amenazar y dar muerte a los enemigos de Dios.’ Él puso un escudo en su brazo y le dijo: ‘Defiéndete con este escudo contra los proyectiles del enemigo y pacientemente aguanta lo que se le arroje. ¡Que primero lo puedas ver abollado que haber corrido de la batalla!’ En la presencia de mi sacerdote quien que estaba escuchando, mi amigo hizo la firme promesa de observar todo esto. Cuando hizo su promesa el sacerdote le dio mi cuerpo para proporcionarle fuerza y fortaleza para que, ya unido conmigo a través de mi cuerpo, nunca pueda mi amigo ser separado de mí. Ese fue mi amigo Jorge como también muchos otros. Tales, también, deben ser caballeros. Deberán permitirles sostener su título como resultado del mérito y usar su atuendo de caballeros como resultado de sus acciones en defensa de la Santa Fe. Oye cómo mis enemigos van en contra de las primeras acciones de mis amigos. Mis amigos solían entrar al monasterio por su sabia reverencia y amor a Dios. Pero aquellos quienes que ahora están en monasterios salen al mundo por orgullo y codicia, siguiendo su libre albedrío, satisfaciendo el placer de sus cuerpos. La justicia exige que la gente que muere con tal disposición no debe experimentar el gozo del cielo sino por contrario obtener el castigo sin fin del infierno. Sepan, también, que los monjes enclaustrados que son forzados en contra de su voluntad a ser prelados por amor a Dios no deben de ser contados entre su número. Los caballeros que solían portar mis armas estaban listos para dar sus vidas por la justicia y derramar su sangre por la causa de la santa fe, trayendo justicia al necesitado, derribando y humillando a quienes hacían el mal.
¡Pero ahora oigan cómo se han corrompido! Ahora prefieren morir en la batalla por su propósito de orgullo, avaricia, y envidia a las incitaciones del diablo en vez de vivir de acuerdo a mis mandamientos y obtener el gozo eterno. Pagas justas por lo tanto serán dadas en el juicio a todas las personas que mueran en tal disposición, y sus almas serán uncidas al diablo para siempre. Pero los caballeros que me sirvan recibirán su debida paga ante el celestial anfitrión para siempre. Yo, Jesucristo, verdadero Dios y hombre, uno con el Padre y el Espíritu Santo, un Dios desde siempre y para siempre, he dicho esto.”
Palabras de Cristo a la novia sobre la deserción de un caballero del verdadero ejército, es decir, de la humildad, obediencia, paciencia, fe, etc., al falso, es decir, a los vicios opuestos, orgullo, etc., y la descripción de esta condenación, y sobre cómo uno puede encontrarse con la condenación debido a una voluntad maligna tanto como a actos del diablo.
Capítulo 8
Yo soy el Señor verdadero. No hay otro señor más grande que yo. No hubo señor antes de mí y no habrá alguno después de mí. Todos los señoríos vienen por mí y a través de mí. Es por esto que yo soy el Señor verdadero y por lo que nadie sino sólo Yo puede ser verdaderamente llamado Señor, ya que todos los poderes vienen de mí. Yo te estaba diciendo antes que tenía dos sirvientes, uno quien valientemente tomó un camino de vida digno de elogio y lo mantuvo valientemente hasta el fin. Otros incontables lo siguieron en la misma forma de servicio caballeroso. Ahora te hablaré sobre el primer hombre que desertó la profesión de caballería tal como fue instituida por mi amigo. No te diré su nombre, porque no lo conoces por nombre, pero descubriré su objetivo y deseo.
Un hombre que quería ser caballero vino a mi santuario. Cuando entró, oyó una voz: ‘Tres cosas se necesitan si deseas ser caballero: Primero, debes creer que el pan que ves en el altar es verdadero Dios y verdadero hombre, el Creador del cielo y tierra. Segundo, ya que tomas tu servicio de caballería, debes ejercitar más autorrestricción de la que estabas acostumbrado a hacer antes. Tercero, no te debe importar el honor mundano. Más bien te daré gozo divino y honor imperecedero.
Oyendo esto y considerando consigo mismo estas tres cosas, oyó una voz maligna en su mente haciendo estas tres propuestas contrarias a las tres primeras. Dijo: ‘Si me sirves, te haré otras tres propuestas. Te permitiré tomar lo que ves, oír lo que quieres, y que obtengas lo que desees.’ Cuando oyó esto, pensó dentro de sí mismo: ‘El primer Señor me ofreció tener fe en algo que no veo y me prometió cosas desconocidas para mí. Él me ofreció que me abstuviera de los placeres que puedo ver, y que anhelo, y que esperase cosas de las cuales no tengo certeza. El otro señor me prometió el honor mundano que puedo ver y el placer que deseo sin prohibirme oír o ver las cosas que me gustan.
Con seguridad, es mejor para mí seguirlo y obtener las cosas que veo y disfrutar las cosas que son seguras en vez de esperar cosas de las que no estoy seguro.’ Con pensamientos como éste, éste fue el primer hombre en comenzar la deserción del servicio de un verdadero caballero. Él rechazó la verdadera profesión y rompió su promesa. Arrojó el escudo de la paciencia a mis pies y dejó caer de sus manos la espada para la defensa de la fe y dejó el santuario. La voz maligna le dijo: ‘Si, como dije, eres mío, deberás caminar orgullosamente en los campos y desiertos. El otro Señor ordena a sus hombres ser constantemente humildes. Por lo tanto, ¡asegúrate de no evitar cualquier símbolo de orgullo y ostentación! Mientras que el otro Señor hacía su entrada en obediencia y sujetándose Él mismo a la obediencia en todo sentido, no debes permitir que nadie sea tu superior. No dobles tu cuello en humildad por otro. ¡Toma tu espada para derramar la sangre de tu vecino y hermano para poder adquirir su propiedad!
¡Sujeta el escudo en tu brazo y arriesga tu vida para obtener reconocimiento! En lugar de la fe que Él da, da tu amor al templo de tu propio cuerpo sin dejar de abstenerte de ninguno de los placeres que te deleitan.’ Mientras el hombre se decidía y fortalecía su resolución con tales pensamientos, su príncipe puso su mano sobre el cuello del hombre en el lugar indicado. Ningún lugar en absoluto puede hacer daño a alguien que tiene buena voluntad o ayudar a alguien que tiene una mala intención. Después de la confirmación de este nombramiento de caballero, el desgraciado traicionó su servicio de caballería, ejercitándolo solamente con una visión de orgullo mundano, aclarando el hecho de que él ahora estaba bajo una mayor obligación de vivir una vida más austera que antes. Innumerables ejércitos de caballeros imitaron y aún imitan a este caballero en su orgullo, y él se ha hundido más hondo en el abismo debido a sus votos de caballero. Pero, dado que hay mucha gente que desea ascender en el mundo y obtener reconocimiento pero no lo han logrado, podrías preguntar: ¿Deben estas personas ser castigadas por la maldad de sus intenciones tanto como aquellos que lograron alcanzar sus deseos? A esto te respondo: Te aseguro que cualquiera que intente con todo elevarse en el mundo y hace todo lo que puede para obtener un vacío título de honor mundano, aunque su intención nunca logre su efecto debido a alguna decisión secreta mía, tal hombre será castigado por la maldad de su intención tanto como aquél que logra alcanzarla, es decir, a menos que rectifique su intención por medio de penitencia.
Mira, te pondré el ejemplo de dos personas bien conocidas para mucha gente. Una de ellas prosperó de acuerdo a sus deseos y obtuvo casi todo lo que deseaba. La otra tenía la misma intención, pero no las mismas posibilidades. La primera obtuvo el reconocimiento mundial; él amaba el templo de su cuerpo en su completa lujuria; tenía el poder que quería; en todo lo que ponía su mano prosperaba. El otro era idéntico a él en intención pero recibía menos reconocimiento. Él voluntariamente habría derramado la sangre de su vecino y otras cien más para poder llevar a cabo sus planes de avaricia.
Hizo lo que pudo y llevó a cabo su voluntad de acuerdo a su anhelo. Estos dos fueron iguales es su horrible castigo. Aunque no murieron exactamente al mismo tiempo, aún puedo hablar de un alma en vez de dos, ya que su condenación fue una y la misma. Ambos tuvieron que decir la misma cosa cuando su cuerpo y alma fueron separados y el alma partió. Ya que abandonó el cuerpo, el alma le dijo: Dime, ¿dónde están las vistas para deleitar mis ojos que me prometiste, dónde está el placer que me mostraste, dónde están las placenteras palabras que me ofreciste usar? El diablo estaba ahí y contestó:
‘Las prometidas vistas no son más que polvo, las palabras sólo aire, el placer es lodo y podredumbre. ¡Esas cosas no tienen valor para ti ahora!’ El alma entonces exclamó: ‘Ay de mí, ay de mí, he sido engañado horriblemente. Veo tres cosas.
Veo Aquél que me fue prometido bajo la semblanza de pan. Él es el mismo Rey de reyes y Señor de señores. Veo lo que prometió, y es indescriptible e inconcebible. Oigo ahora que la abstinencia que recomendó fue verdaderamente muy útil.’ Entonces, con una voz aún más fuerte, el alma gritó ‘ay de mí’ tres veces: ‘¡Ay de mí que nací! ¡Ay de mí que mi vida en la tierra fue tan larga! ¡Ay de mí que viviré en una muerte perpetua e interminable!’
¡Contemple qué desdicha el desdichado tendrá a cambio de su desprecio de Dios y su fugaz gozo! ¡Por lo tanto debes agradecerme, novia mía, por haberte llamado alejándote de tal desdicha! ¡Sé obediente a mi Espíritu y a mis elegidos!”
Palabras de Cristo a la novia dando una explicación del capítulo precedente, y sobre el ataque del diablo al antes mencionado caballero, y sobre su terrible y justa condena.
Capítulo 9
La duración total de su vida es como si fuera una sola hora para mí. Por lo tanto, lo que ahora te estoy diciendo siempre ha estado en mi conocimiento. Te hablé antes acerca de un hombre que tomó el ser verdadero caballero, y sobre otro que lo desertó como un canalla. El hombre que desertó de los rangos de verdadera caballería arrojó su escudo a mis pies y su espada junto a mí al romper sus sagradas promesas y votos. El escudo que arrojó no simboliza otra cosa que la honrada fe con la cual se iba a defender de los enemigos de la fe y de su alma. Arrojó este escudo cuando entró en mi santuario, pensando dentro de sí: quiero obedecer al señor que me aconsejó no practicar abstinencia, el que me da lo que deseo y me deja oír cosas placenteras a mis oídos. Así fue como arrojó el escudo de mi fe por querer seguir su propio deseo egoísta en vez de a mí, por amar más a la criatura que al Creador.
Los pies, sobre los cuales camino hacia la humanidad, no simbolizan otra cosa sino el divino placer por el cual atraigo una persona a mí y la paciencia con la cual pacientemente lo aguanto.
Si hubiera tenido una verdadera fe, si me hubiera creído que era todopoderoso y un juez justo y el donante de gloria eterna, no hubiera deseado otra cosa que a mí, no le hubiera temido a nada sino a mí. Pero arrojó su fe a mis pies, despreciándola y tomándola como nada, porque no buscó complacerme y mi paciencia no le importó. Entonces él tiró a mi lado su espada. La espada no denota otra cosa sino el temor de Dios, el cual los verdaderos caballeros de Dios continuamente deben tener en sus manos, es decir, en sus acciones. Mi lado no simboliza otra cosa que el cuidado y la protección con la que yo cobijo y defiendo mis hijos, como una gallina cobija sus polluelos, para que el diablo no les haga daño y no estén expuestos a pruebas insoportables. Pero el hombre arrojó la espada de mi temor al no molestarse en pensar acerca de mi poder y sin tener consideración de mi amor y paciencia.
Lo arrojó a mi lado como si dijera: ‘Ni me importa ni tengo temor de tu defensa. Obtuve lo que tengo haciéndolo yo solo y por mi noble cuna.’ Rompió la promesa que me había hecho. ¿Cuál es la verdadera promesa a la que un hombre está obligado por sus votos a Dios? Sin duda, son actos de amor: que lo que haga una persona, lo debe de hacer por amor a Dios. Pero esto lo hizo a un lado al convertir su amor por Dios en amor a sí mismo; él prefirió su egoísmo al futuro y eterno gozo.
De esta manera él se separó de mí y dejó el santuario de mi humildad. El cuerpo de cualquier cristiano regido por la humildad es mi santuario. Aquellos regidos por el orgullo no son mi santuario sino el santuario del diablo quien los conduce hacia los deseos del mundo para sus propios propósitos. Habiendo salido del templo de mi humildad, y habiendo rechazado el escudo de fe santa y la espada del temor, él caminó orgullosamente por los campos, cultivando toda lujuria y deseo, desdeñando el temerme y creciendo en pecado y lujuria.
Cuando llegó la parte final de su vida y su alma había abandonado su cuerpo, los demonios corrieron a su encuentro. Tres voces del infierno podían oírse hablando en su contra. La primera dijo: ‘¿No es este el hombre quien desertó de la humildad y nos siguió en el orgullo? Si sus dos pies lo pudieran poner aún más alto en orgullo para sobrepasarnos y obtener la primacía en orgullo, lo haría rápidamente.’ El alma le contestó: ´’Yo soy ése.’ La justicia le respondió: ‘Ésta es la recompensa a tu orgullo: descenderás llevado por un demonio más abajo hasta que llegues a la parte más baja del infierno. Y dado que no hubo demonio que no conociera su propio castigo en particular y el tormento a ser inflingido por cada pensamiento y acción inútil, tampoco escaparás al castigo de cualquiera de ellos y compartiendo el dolor y maldad de todos ellos.’ La segunda voz gritó diciendo: ‘¿No es éste el hombre que se separó él mismo de su profesado servicio a Dios y en vez de esto se unió a nuestras filas?’
El alma contestó: ‘Yo soy ése.’ Y la justicia dijo: ‘Ésta es tu recompensa adjudicada: que todo el que imite tu conducta como caballero lo añada a tu castigo y pena por su propia corrupción y dolor y te golpeará en su llegada como con una herida mortal. Serás como un hombre afligido por una grave herida, de hecho sufriendo como si fuese una herida sobre herida hasta que tu cuerpo esté totalmente lleno de llagas, que soporta intolerable sufrimiento e incrementan su pena constantemente. Aun así, experimentarás miseria sobre miseria. En la cúspide del dolor, tu dolor será renovado, y tu castigo nunca terminará y tus aflicciones nunca decrecerán.’ La tercera voz gritó: ‘¿No es éste el hombre que cambió al Creador por sus criaturas, el amor de su Creador por su propio egoísmo?’ La justicia le respondió: ‘Ciertamente lo es.
Por lo tanto, se le abrirán dos hoyos. Por el primero entrará todo castigo ganado por su menor pecado hasta el más grande, tanto como cambió a su Creador por su propia lujuria. A través del segundo, entrará toda clase de dolor y vergüenza, y nunca vendrá a él ninguna consolación divina o caridad, tanto como se amó a sí mismo en lugar de su Creador. Su vida durará por siempre y su castigo durará para siempre, ya que todos los santos se han alejado de él.’ Novia mía, ¡ve cuán miserables serán esas personas que me desprecian y cuán grande será el dolor que compran al precio de tan poco placer!”
Jesucristo nuestro Señor habla a los suyos por sus ministros, y a veces por las tribulaciones. Hermosa parábola en que el Señor compara la Iglesia a una colmena, cuyo Rey es Jesucristo y las abejas los fieles.
Capítulo 10
Yo, que soy tu Dios, he ordenado que mi espíritu te dé virtud para que oigas mis palabras, veas mis semejanzas y figuras y sientas mi espíritu con gozo y devoción de tu alma. En mí está la justicia mezclada con misericordia. Yo soy como uno que ve a sus amigos caer en una grande hoya de donde no pueden levantarse ni salir, y les digo por mis predicadores lo que deben hacer, y les enseño con el azote de las tribulaciones, para que se guarden de los peligros, pero no se aprovecha con ellos, sino que se van descarriados tras sus antojos.
Mis palabras pueden reducirse a estas pocas: Conviértete a mí, pecador, que vas por un camino muy peligroso, en donde hallarás miles de pasos malos y muchas asechanzas, que por tener ciego el corazón no las hechas de ver. Mas con ser tan pocas estas palabras no las quieren ver, menospreciando de la misericordia y el bien que les hago. Con todo, aunque soy tan misericordioso, que mientras pecan los amonesto, soy tan justo y los dejo en su libertad, de tal modo, que no bastaría la fuerza de todos los ángeles para convertirlos, si ellos mismos, correspondiendo a mi gracia, no moviesen e inclinasen su voluntad al bien; mas si esto hicieran y moviesen su corazón a mí y me amasen, no bastaría a estorbarles su conversión, no todo el poder del infierno.
Hay un Señor que tiene muchas colmenas y enjambres de abejas, las cuales tienen su rey, a quien reverencian de estos tres modos: preséntanle toda la dulzura y miel que ellas pueden granjear; están obedientes a su mandato, y cuando salen de su colmena y vuelan de una parte a otra, siempre van con aquellas ansias y amor de su rey, y por último, siempre lo siguen y se juntan a él con suma obediencia. Págales el rey con tres cosas: a saber, les señala el tiempo de salir y labrar sus panales; las rige con grande amor, pagándoles el que le tienen; porque del mutuo amor que hay entre el rey y todas ellas, unas se ayudan a otras, están tan unidas y hermanadas, que cada una se huelga del bien y provecho de la otra, y se dan el parabién; y lo tercero, que por el amor grande que se tienen, vienen a multiplicarse y a crecer con el mutuo amor y con el gozo de su rey.
Yo, el Señor y Creador de todas las cosas, soy el dueño de estas abejas, y de puro amor y caridad hice con mi propia sangre un colmenar en donde habían de estar; este es la Santa Iglesia, en la cual habían de juntarse los cristianos por la unidad de la fe y del amor que unos y otros se debieran tener. Los corchos donde se han de recoger son sus corazones, en los cuales había de haber dulzura y miel de buenos pensamientos y deseos, hecha de la flor de mi misericordia al criar el mundo, al redimirlo, y al padecer con tanta paciencia para renovarlo. En esta Iglesia hay dos géneros de hombres, como hay también dos géneros de abejas.
Unos son los malos cristianos que todo cuanto afanan y trabajan, sólo es para sí; y estos ni conocen a su rey y cabeza, ni le son de provecho; porque en vez de traerle flores y miel, le traen espinas, y lo que le habían de amar, lo truecan en ser codiciosos. Los buenos cristianos son las buenas abejas, que me reverencian de tres modos: me tienen y reconocen por su Rey, cabeza y Señor, labrando panales de dulce miel, que son sus buenas obras hechas con caridad, que me son más dulces que la miel, y para ellos de mucho mayor provecho: están sujetos a mi voluntad en todo, subordinan su voluntad a la mía, su pensamiento lo tienen en mi Pasión, y sus obras las encaminan a mi honra, y por último, me siguen, porque me obedecen en todo, y dondequiera que estuvieren, ya sea en lo próspero, ya sea en lo adverso, no apartan se corazón del mío.
Estos tres servicios que me hacen, se los pago con tres favores. Primero: inspiro en sus almas cómo se han de aprovechar del día y cómo de la noche, y aun de la noche saben hacer día, porque saben trocar el gozo del mundo en gozo eterno, y la felicidad mundana en bienaventuranza perpetua. En todo son discretos, porque sólo usan de las cosas según su necesidad, no desfallecen con los trabajos, son cautos en las prosperidades, moderados en cuidar de su cuerpo, y mirados en lo que han de hacer. Lo segundo; les doy gracia para que tengan un corazón igual todos ellos, amándose unos a otros como a sí mismo, y a mí sobre todas las cosas, y más que a sí. Y lo tercero, les doy fruto de bendición, que es darles mi Espíritu Santo y llenarlos de él; porque el que no tiene mi espíritu y carece de su dulzura no puede fructificar ni ser de provecho, sino que se cae y se aniquila; mas el que lo tiene, está encendido con el amor de Dios, arranca de sí la soberbia y la incontinencia, y excita el alma a la honra de Dios y al menosprecio del mundo.
Pero las malas abejas no conocen este Espíritu Santo, y por eso no quieren ser gobernadas, huyen de la unión y caridad, están vacías de buenas obras, de la luz hacen tinieblas, y truecan el consuelo en lloro y el gozo en dolor. Consiento, sin embargo, que vivan por tres cosas. Primeramente, porque en lugar de ellos no entre la carcoma, que son los infieles, pues sí a un mismo tiempo se acabara con todos los malos, pocos quedaran de los buenos, y así vendrían los infieles a ocupar el lugar que los malos cristianos ocupaban, y molestarían mucho a los buenos. En segundo lugar, los sufro para que ejerciten a los buenos y sea más probada su virtud, porque con la malicia de los malos sale más a la vista la perseverancia de los buenos.
En la adversidad, pues, se echa de ver la paciencia, y en la prosperidad la constancia, y templanza; y porque algunas veces caen los justos en pecadillos leves, y las virtudes suelen envanecer, por esta razón dejo que los malos vivan con los buenos para que los apuren, porque con sus maldades hacen que no tengan mucha alegría, que no se duerman ni emperecen, y que siempre tengan sus ojos y la mirada fija en Dios, porque donde la pelea es poca, corto es el premio. En tercer lugar, los tolero para que ayuden y defiendan a los buenos, a fin de que no les hagan daño los gentiles ú otros enemigos infieles, antes se atemoricen cuanto mayor sea el número de los que ellos piensan que son buenos.
Y como los buenos hacen la guerra y resisten a los infieles por defender la justicia, solamente por mi amor, así los malos luchan en defensa de su vida y por evitar la ira de Dios: y de esta suerte malos y buenos se ayudan unos a otros; de modo que los malos son tolerados por causa de los buenos, y los buenos reciben más esplendente corona a causa de la malicia de los malos.
Los que guardan este colmenar son los prelados y príncipes seculares. Mas, digo a los buenos guardas, a quienes amonesto yo su Dios y guarda de ellos, que miren cómo guardan mis abejas y consideren su vuelo, y si están enfermas o sanas, lo cual conocerán por tres señales, a saber: si fuesen flojas en el volar, indiscretas en guardar los tiempos, y sin fruto porque no traen miel. Aquellos son flojos en el vuelo, que cuidan más de las cosas temporales que las eternas, que temen más la muerte del cuerpo que la del alma, los que dicen para sí: ¿Por qué me he de cansar yo pudiendo vivir con descanso? ¿Por qué me he de matar pudiendo vivir?
Y no consideran los miserables, que siendo yo Rey Omnipotente y de gloria, escogí ser pobre y poco poderoso; siendo yo el verdadero descanso, escogí por ellos cansarme y morir por librarlos. Aquellos disponen y gastan mal el tiempo, que todo su cuidado lo cifran en buscar cosas de la tierra, todas sus conversaciones son chocarrerías y entretenimientos, todas sus obras las ordenan a su provecho e interés, y todo el tiempo lo acomodan como su cuerpo quiere. No tienen amor al colmenar, ni llevan a él flores ni miel, porque aunque hacen algo bueno, es por temor del castigo y no por amor; hacen algunas obras de piedad, pero ni dejan su mala voluntad, ni el pecado; quieren tener a Dios, pero no soltar el mundo, y no quieren padecer falta ni turbación alguna.
Estos tales vienen a casa pero vacíos; vuelan, pero no con alas de amor, y así, cuando llegare el otoño, al salir el alma del cuerpo, apartaré las buenas abejas de las malas, las cuales padecerán en pago de su amor propio y codicia una hambre eterna, y por el menosprecio de Dios y hastío de la virtud, serán atormentadas con gran frío, que jamas se consumirá.
Yo advierto a mis amigos que se guarden de tres daños, que les pueden hacer las malas abejas. Lo primero, es que no den oídos a sus palabras, porque van llenas de veneno, pues como carecen de miel, todo es amargura y pestilencia: lo segundo, que no las miren, ni pongan los ojos en sus alas, porque son agudas como agujas y se los sacarán; y lo tercero, que cubran bien su cuerpo para que no les lleguen a él, porque lo lastimarán con su aguijón. Lo que significan estos daños, los sabios que conocen sus obras, deseos y costumbres, lo entienden; y los que no lo entienden, teman el peligro y huyan de su compañía e imitación, porque si no, con la experiencia y daño propio aprenderán lo que no quisieran aprender por la enseñanza que de ello se les hace.
Apareció entonces la Virgen María y dijo: Bendito seas, Hijo mío, que eres, fuiste y serás eternamente. Tu misericordia es dulce, y tu justicia grande. Voy a decir lo que acontece contigo, y me valgo del símil de una nube que subiera al cielo precedida de algún viento, y en ella se notase algo obscuro y tenebroso. El que estuviese fuera de su casa, sintiese aquel aire, alzara los ojos y viera aquella nube tenebrosa, diría para sí: La obscuridad de esta nube, indica según parece que va a llover; y al punto obrando cuerdamente, se iría a su casa para librarse de la lluvia. Pero hubo otros que estaban ciegos, o no hacían caso de la blandura y apacibilidad del aire, ni de la obscuridad de la nube, y estuviéronse quietos. Creció la nube cubriendo todo el cielo, y arrojó de sí gran tempestad y rayos de fuego, los truenos quitaban la vida y los rayos consumían lo interior y lo exterior de los que no quisieron ponerse en salvo.
Esta nube, Hijo mío, son tus palabras, que a muchos parecen tenebrosas e increibles, porque las han oído pocas veces, o porque son idiotas los que se las han enseñado, o porque no se las confirman con milagros. A estas palabras las predece mi peticion y tu misericordia, con la cual te compadeces de todos, y te los atraes a ti como hace una buena madre. Esta misericordia, que es cual suavísimo aire en la paciencia y en el sufrimiento, es también ardiente en el amor, porque convidas con misericordia a los que te injurian, y ofreces compasión a los que te menosprecian.
Por consiguiente, todos los que oyesen estas palabras, alcen los ojos, y entiendan, de dónde ellas provienen; miren si persuaden a misericordia y humildad, si convidan con lo presente, o con lo porvenir, si enseñan verdad o falsedad; y si hallaren ser verdaderas, acójanse a su casa, esto es, a la verdadera humildad con el amor de Dios; no aguarden a que se venga la justicia, cuando se aparte el alma del cuerpo, pues se inundará de fuego, y arderá interior y exteriormente, y se abrasará y no se consumirá. Por tanto, yo que soy Reina de misericordia, aviso y doy voces a los que viven en el mundo, para que alcen los ojos y vean la misericordia, Se lo amonesto y se lo ruego como madre, y se lo aconsejo como Señora; pues cuando llegare la justicia, les será imposible el resistir. Crean, pues, firmemente; vean y prueben en su conciencia la verdad; muden de parecer, y el que les diere entonces palabras de amor, les dará también obras y señales de amor.
Cuenta la Virgen María a santa Brígida el descendimiento de la cruz, con muy tiernos pormenores.
Capítulo 11
Tres cosas, dijo la Virgen, has de considerar, hija mía, en la muerte de mi Hijo. Lo primero es, que todos sus miembros quedaron yertos y fríos, y estaba cuajada en ellos la sangre que de sus llagas había derramado en toda la Pasión. Segundo, que su corazón estaba tan amarga y cruelmente atravesado, que el que le hirió, le introdujo hasta el costado el hierro de la lanza y le dividió el corazón en dos partes. Lo tercero, has de considerar cómo fué bajado de la cruz. Los dos que lo bajaban pusieron tres escaleras; una a los pies, otra a los brazos, y otra a la mitad del cuerpo.
Subió el primero, y lo tenía por la mitad del cuerpo, y el otro quitó el clavo de una de las manos, y pasando la escalera al lado opuesto, quitó el de la otra mano; y estos clavos pasaban hasta el lado opuesto de la cruz. Bajóse un paso, lo mejor que pudo, el que sustentaba el cuerpo, y el otro subió por la escalera que estaba a los pies de mi Hijo, y le sacó los clavos de los pies. Y cuando lo tenían cerca del suelo, uno le asió de la cabeza y otro de los pies, y yo, su afligida Madre, lo tomé por medio de su divino cuerpo; y de esta manera los tres lo pusimos sobre una piedra, donde yo había tendido una sábana limpia, y en ella envolvimos su santísimo cuerpo sin coser nada, porque sabía yo con certeza que no se había de pudrir ni corromper en la sepultura.
Luego se acercaron María Magdalena y las otras santas mujeres, e innumerables ángeles como átomos del sol, a prestar obediencia y obsequio a su Creador. Pero ¿quién te podrá decir la tristeza que yo entonces sentí? Estaba como una mujer que en el trance de dar a luz le tiemblan todos sus miembros, y que aun cuando está llena de dolor y sin poder respirar, al fin se alivia y recibe algún contento viendo en sus brazos al hijo que nació y que no volverá a las estrechuras y peligro de su vientre y a renovar el parto. Así yo, aunque era mucho mayor sin comparación mi tristeza, no obstante, como sabía que no había de morir más, ni padecer más mi Hijo, sino que había de vivir y triunfar eternamente, me alegraba y mezclábase alguna alegría con mi tristeza. Con verdad te podría decir, que cuando dieron sepultura a mi Hijo, sepultaron también mi corazón junto con el suyo, que si se dice: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón, en el sepulcro de mi Hijo tuve yo el mío, y no se apartó de allí un solo punto y junto con él estaba mi pensamiento.
Alta doctrina de la Virgen María, con la que enseña a santa Brígida la sabiduría de Dios, apartándola de la falsa prudencia del mundo.
Capítulo 12
El que quisiere ser sabio, dijo la Virgen, ha de aprender sabiduría del que la tiene, según está escrito. Hay dos clases de sabiduría: la espiritual y la mundanal. La espiritual consiste en dejar la voluntad propia, y suspirar con todo empeño y trabajo por las cosas celestiales, porque no puede llamarse verdaderamente sabiduría, cuando no concuerdan las palabras con las obras. Esta sabiduría espiritual conduce a la bienaventuranza, pero su camino es pedregoso y áspero, y la subida muy trabajosa. Es duro y pedregoso resistir a las pasiones, y es áspero hallar los deleites habituales y menospreciar la honra del mundo.
Mas por difícil que esto sea, todo el que pensare consigo mismo, y viese que el tiempo es breve y que el mundo es perecedero, y tuviese, además, su ánimo fijo en Dios, se le aparecerá sobre el monte una nube, que es el consuelo del Espíritu Santo. Este, finalmente, será digno de consuelo, porque no buscó otro que le consolase más que Dios. ¿Cómo, pues, hubiesen acometido todos los escogidos de Dios cosas tan arduas y tan amargas, si a la buena voluntad del hombre no hubiera cooperado cual excelente medio el espíritu de Dios? Su buena voluntad les atrajo este espíritu, y el divino amor que tenían a Dios, les convidó para ir a ellos, porque trabajaban con voluntad y afecto, hasta fortalecerse con el mismo trabajo.
Después de alcanzar el consuelo del Espíritu Santo, obtenían el oro del deleite y del amor divino, porque no sólo padecían muchas contrariedades, sino que se deleitaban en padecerlas, considerando la recompensa que les aguardaba. Este placer parece tenebroso a los amadores del mundo, porque aman las tinieblas; y para los amadores de Dios es más luminoso que el sol y más refulgente que el oro, porque rompen las tinieblas de los vicios, suben al monte de la paciencia y contemplan la nube del consuelo, que no teniendo fin, comienza en la presente vida, y como un círculo, va dando vueltas hasta llegar a la perfección. Pero la sabiduría del mundo conduce a un valle de miserias, florido y abundante al parecer, ameno en honras y voluptuoso en los placeres. Esta sabiduría pronto acabará, y no tiene más utilidad que lo que se ve y se oye en el momento.
Así que, te aconsejo, hija mía, que aprendas de la sabiduría del que verdaderamente es sabio, y que es mi Hijo, porque es la sabiduría eterna, de donde mana, como de fuente perenne, toda la que merece tener este nombre, y es un círculo que no tiene fin. Por tanto, te aconsejo como madre, que ames esta sabiduría que encierra en sí oro verdadero, el cual, aunque por fuera aparece de poca estima, por dentro está lleno de fervorosa caridad; y por fuera también es trabajadora y hacendosa; y si te turbare la mucha carga, el Espíritu y amor de Dios te consolará. Acércate y haz la prueba, como el niño que empieza a dar pasos hasta que llega por fin a acostumbrarse; no eches paso atrás, y no te detengas hasta llegar a la cumbre del monte.
Lucha sin cesar, porque no hay cosa, por difícil que sea, que el trabajo continuo y racional no la venza, ni tampoco hay nada tan honesto en su principio, que no pueda ofuscar y confundir por el temor de no conseguir su último término. Llégate, pues, a la sabiduría espiritual, que te llevará a los trabajos del cuerpo, al desprecio del mundo, a una corta tribulación y al consuelo eterno. En cambio, la sabiduría del mundo, que es engañosa y desabrida, te llevará a procurar honras y haciendas, y acarbará en gran desventura, a no ser que se prevenga y evite con sumo cuidado.
Incomparable misericordia y humildad de la Virgen María, y preciosos frutos de esta virtud.
Capítulo 13
Muchos se maravillan, hija mía, de que con tanta familiaridad hablo contigo. Pero hágolo para que sea más conocida mi humildad tratando con pecadores, porque así como el corazón se alegra cuando recibe salud alguna parte del cuerpo que antes estaba enferma, así también me alegro yo, cuando con humildad verdadera un pecador se convierte y enmienda; y a éste lo recibo en cualquier tiempo sin atender a lo mucho que ha pecado, sino a la intención y voluntad con que se convierte.
Todos me llaman Madre de misericordia, y a la verdad lo soy, porque la misericordia de mi Hijo me hizo misericordiosa y me enseñó a ser compasiva. Así, pues, será miserable el que pudiendo no se llega a esta misericordia. Pero tú, hija mía, ven y acógete bajo mi manto, que aunque por fuera parece humilde, interiormente es provechoso, porque te defenderá del aire tempestuoso, te resguardará del extremado frío, y te protegerá contra las lluviosas nubes.
Este manto es mi humildad, que a los amadores del mundo les parece muy despreciable y de poca estimación para ser imitada. ¿Qué hay más despreciable que ser llamada fatua, y no incomodarse ni contestar? ¿Qué hay menos estimado que el dejar todas las cosas necesitando de todas? ¿Qué hay más doloroso para los mundanos que el disimular y el creerse y tenerse por más indigna y ruin que todos los demás? Tal, hija mía, era mi humildad, este era mi gozo y esta toda mi voluntad, la cual solamente pensaba en agradar a mi Hijo.
En verdad te digo que la consideración de mi humildad es como un buen manto que abriga a los que lo llevan; no a los que lo llevan en el pensamiento, sino a los que se cubren con él. Así, tampoco la consideración de mi humildad es de bastante provecho, sino a los que la imitan y ponen por obra según sus fuerzas. Viste, hija, según puedas este manto de la humildad, y no los que se ponen las mujeres del mundo, en los cuales por de fuera todo es vanidad y soberbia, e interiormente no son de provecho alguno. Huye por completo del uso de semejantes vestidos, porque si primero no te es vilipendioso el amor del mundo, si no traes una continua memoria de la misericordia de Dios para contigo, y de tu ingratitud para con él, si no pensares en lo que has hecho y en lo que haces, y en el castigo que por esto mereces, no podrás vestir el manto de mi humildad.
¿Por qué me humillaba yo tanto, y por qué merecí tan abundante gracia, sino porque pensé y estuve convencida de que yo no era ni tenía nada por mí misma? Y así, jamás procuré mi alabanza, sino la del sólo Dador y Criador de todas las cosas. Acógete, hija mía, a este manto de mi humildad, y tente por más pecadora que todos cuantos hay; pues aunque veas que algunos son malos, no sabes con qué intención y conocimiento hacen sus obras, si por flaqueza o de propósito; y así no te tengas por mejor que otros, ni en tu conciencia juzgues a nadie.
Quéjase la Virgen María de los pocos cristianos que se acuerdan hoy de sus dolores. Simil que explica por qué no dan fruto en todos las palabras de Jesús.
Capítulo 14
A la manera que si viera uno reunida una muchedumbre de personas, dijo la Virgen, y uno se acercase junto a ella llevando en las espaldas una carga pesadísima, y otra en los brazos; y con los ojos llenos de lágrimas, mirase a toda aquella gente, por ver si alguien se compadecía de él y le aliviara la carga; de esta misma suerte me encontraba yo en el mundo, porque estaba llena de tribulaciones desde que nació mi Hijo hasta su muerte. A mis espaldas llevaba una carga gravísima, cuando trabajé sin cesar en el servicio Divino, y sufrí con paciencia todas las adversidades. En los brazos llevé un gran peso, cuando padecí la mayor angustia y dolor de corazón que ha padecido criatura alguna. Y tuve los ojos llenos de lágrimas siempre que consideraba en el cuerpo de mi Hijo los sitios de los clavos y su futura Pasión, y cuando veía cumplirse en él todo lo vaticinado por los Profetas.
Mas ahora miro a todos los que viven en el mundo, por ver si hay quien se compadezca de mí y mediten mi dolor; mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y padecimientos. Y así, tú hija, no me olvides, aunque soy olvidada y menospreciada de muchos, mira mi dolor, é imítame en lo que pudieres. Considera mis angustias y lágrimas, y duélete de que sean pocos los amigos de Dios. Permanece firme, que ahora viene aquí mi Hijo.
Yo soy, le dijo Jesucristo, tu Dios y tu Señor, que hablo contigo. Mis palabras son como flores de una hermosa planta, y aunque nazcan estas flores de una misma raíz, no todas llevan simiente ni fruto. Así, mis palabras son como unas flores que salen de la raíz del amor de Dios, las cuales las reciben muchos, pero no en todos dan fruto, ni llegan a madurar, porque unos las reciben y las retienen poco, y después las echan de sí, porque son ingratos a mi espíritu; otros las reciben y las retienen, porque están llenos de amor de Dios, y en estos dan fruto de devoción y obras santas y perfectas.
Exhorta la Virgen María a santa Brígida a que medite mucho la Pasión de su Divino Hijo.
Capítulo 15
Tú, hija mía, le dice la Virgen, has de imprimir en ti por cadena y joyel la Pasión de mi Hijo, como lo hizo san Lorenzo, que cada día la meditaba y decía en su alma: Mi Dios mismo es mi Señor, y yo soy su siervo. Mi Señor Jesucristo fué desnudo, burlado y escarnecido, ¿cómo siendo yo su siervo, tengo de andar vestido pomposamente? Mi Señor Jesucristo fué azotado y clavado en un madero, ¿cómo es justo que, si yo soy verdaderamente su siervo, pase sin dolores y tribulaciones? Movido de semejante pensamiento, cuando lo extendían sobre las brasas y la grasa líquida corría por el fuego, y éste le abrasaba todos sus miembros, alzó los ojos al cielo y dijo: Bendito seáis mi Dios y Criador, mi Señor Jesucristo. Conozco que no he empleado bien los días de mi vida, y que he hecho poco por vuestra honra. Mas porque vuestra misericordia es grandísima, os ruego obréis conmigo según vuestra misericordia. Y pronunciando estas palabras, expiró.
Mira, hija mía, ¡el que tanto amó a mi Hijo, y tales cosas padeció por su honra, todavía se llamaba indigno de alcanzar el cielo! ¿Cómo han de ser dignos los que viven según su voluntad? Por tanto, considera continuamente la Pasión de mi Hijo y de sus santos, que no padecieron sin causa tan grandes tormentos, sino para dar ejemplo a los otros, y para mostrar el rigor con que mi Hijo castiga los pecados, que no quiere quede impune ni aun el más pequeño.
Infinita veracidad de nuestro Señor Jesucristo, y cuánto debemos acatar sus palabras y someter en todo a la suya nuestra voluntad.
Capítulo 16
Por qué te has de turbar, esposa mía, dice Jesucristo, por haberte dicho aquel hombre que mis palabras son falsas? ¿Acaso seré yo mejor de lo que soy, porque él me alabe, ni menos bueno porque me vitupere? Yo soy inmutable, y no puedo crecer ni menguar, ni he menester alabanzas; pues cuando el hombre me alaba, para sí es el provecho, no para mí. Nunca de mi boca, que soy la misma verdad, salió ni pudo salir cosa falsa, porque todo cuanto he hablado por los Profetas, o por otros amigos míos, se cumplirá espiritual o materialmente, como lo entendí cuando lo dije.
Ni tampoco son falsas mis palabras porque dijese yo antes una cosa y después otra, una cosa más clara y otra más obscura; porque para probar la constancia de la fe de mis amigos y su solicitud, manifesté muchas cosas, que según los diferentes efectos de mi Espíritu, podían ser entendidas de diverso modo por los buenos y por los malos, esto es, unos bien y otros mal, a fin de que hubiese en los diferentes estados la posibilidad de ejercitarse en el bien de diferentes modos. Pues como mi divinidad tomó mi humanidad en una persona, así a veces hablaba yo en nombre de mi humanidad como sujeta a mi divinidad, y otras veces en nombre de la divinidad, como criadora de la humanidad, según consta de mi Evengelio.
Y así, aunque parezca a los calumniadores e ignorantes que mis palabras se contradicen, eran, no obstante, en un todo verdaderas. Y si dije algo con obscuridad, fué porque así convino para que se ocultasen algo a los malos mis juicios, y los buenos esperasen fervorosamente mi gracia, y por esta paciencia en esperar obtuviesen el premio; porque si mi juicio hubiese estado señalado para un tiempo fijo, todos se hubieran decaído en el amor y la caridad, a causa de la prolongación del tiempo que hubieron de esperar.
Muchas cosas prometí también que no se han cumplido, porque las desmerecieron los hombres con su ingratitud; y si dejaran de pecar, yo cumpliera mi palabra. Por tanto, no te has de turbar cuando oyeres esa blasfemia de que mis palabras son falsas; porque lo que parece imposible a los hombres, es posible para mí. Maravíllanse también, muchos amigos míos, de que no se vean los efectos de mis palabras. Cuando Moisés fué envíado a Faraón, no hizo al punto milagros. ¿Y, por qué fué esto? Porque si desde luego hubiera dado señales milagrosas, no se hubiese manifestado la obstinación de Faraón, ni el poder de Dios, ni hubiese habido aquellos milagros patentes. Con todo, Faraón se hubiera condenado a causa de su malicia, aunque Moisés no hubiese venido, ni su obstinación hubiese sido tan manifiesta. De la misma suerte se procede ahora.
Por tanto, amigos míos, trabajad varonilmente, que aunque los bueyes arrastran el arado, va, con todo, según la voluntad del que lo rige. Así, también, aunque oigáis y sepáis mis palabras, no van ni aprovechan según vuestra voluntad, sino según la mía, porque yo sé cómo está dispuesta la tierra y cómo ha de labrarse. Pero vosotros debéis resignar toda vuestra voluntad en la mía, y estar siempre diciendo: Hágase tu voluntad.
avemaria
MARIA ES CAMINO DE SALVACION
La Anunciación

jueves, 19 de agosto de 2010
viernes, 9 de julio de 2010
visiones de ana catalina hemerick
Después de presentar los auténticos frutos del Espíritu Santo san Pablo añade en la carta a
los Gálatas: “los que son de Cristo han crucificado sus apetitos desordenados junto con sus
pasiones y apetencias.” (Gal 5,24). Veremos hasta que punto se realizó esto en la vida de beata Ana
Catalina. Para confiar y gustar más en los frutos (visiones), hay que examinar primero el arbol del
cual caen.
Anna Katerina Emmerich nació el 8 de septiembre de 1774 en Flamske, aldea situada
cerca (unos 5 km) de Koesfeld, en Westfalia. Entre los
9 hijos de los pobres y piadosos campesinos Bernando
Emmerich y Ana Hillers, Ana Catalina era el quinto
niño. Fue bautizada el mismo día (Natividad de la
Santíssima Virgen) en la iglesia parroquial de Koesfeld.
En una vision posterior (de los últimos años de su vida)
veía entonces que en su entorno había más que
familiares y vecinos: “Vi todas las santas ceremonias
de mi bautismo, y mis ojos y mi corazón se abrieron
de un modo admirable. Vi que cuando fui bautizada,
estaban allí presentes el ángel de mi guarda y mis
santas patronas Santa Ana y Santa Catalina. Vi a la
Madre de Dios con el Niño Jesús, y fui desposada con El mediante la entrega de un anillo.” 2
Este místico desposorio con Cristo, su eleción y especial unión con el Salvador bien pronto se
vieron en la vida de la niña. El mismo Jesús se le aparecía pidiendo su ayuda en llevar su cruz o
ayudando a Anita pasturear su ganado. La Madre de Dios, la Reina del cielo, se presentaba a ella en
el prado como una mujer llena de belleza, de dulzura y de
majestad; le ofrecía su ternura y su protección, y le llevaba su Hijo
divino para que participase de sus juegos. Algunos santos hacían
lo mismo, y venían a tomar afectuosamente las coronas que tejía
para el día de su fiesta.
Un innegable papel en su educación religiosa tenían sus
virtuosos padres.3 Le profesaban un amor extraordinario; pero su
2 En aquel momento podía repetir también las palabras de san Pablo “Dios me había elegido desde el seno de mi madre,
me llamó por su gracia para revelarme a su Hijo y hacerme su mensajero” (Gal 1,15-16)
3 Que nos lo ilustren estos ejemplos: «Mi padre», dice, «era sumamente recto y piadoso, su carácter severo y franco al
mismo tiempo. La pobreza le hacía afanarse y trabajar mucho, pero no se inquietaba de cómo sustentar su familia; pues
todas las cosas las ponía con filial confianza en las manos de Dios y hacía su dura labor como un criado fiel, sin angustia y
sin codicia.» «Las primeras lecciones de catecismo las aprendí de mi madre. Su dicho favorito era: 'Señor, hágase tu
voluntad y no la mía', y: 'Señor, dame paciencia y aflígeme después'. Estas palabras siempre las he conservado en mi
memoria.» «Debía salir al campo con mi padre, y llevar el caballo, conducir el rastro y hacer todo género de faenas.
Cuando dábamos alguna vuelta o nos parábamos, decía: '¡Qué hermoso es esto! Mira, aquí podemos divisar la iglesia de
Koesfeld, y contemplar al Santísimo Sacramento y adorar a nuestro Dios y Señor. Desde allí nos está viendo y bendiciendo
nuestro trabajo'. Cuando tocaban a misa, se quitaba el sombrero y hacía oración, diciendo: '¡Oigamos ahora misa!' y
mientras estaba trabajando, decía: 'Ahora está el sacerdote en el Gloria; ahora llega al Sanctus; y ahora debemos pedir con
3
carácter no les permitía manifestar de un modo especial con caricias la inclinación que hacia ella
sentían. En su laboriosidad, sencillez y observancia religiosa no se fijaron demasiado en las cosas
extraordinarias que desde muy temprano habían observado en su hija Ana Catalina. La admiraban a
veces, pero también la reprendían en lo que a su madre parecía defectuoso, o a su padre: invento de
la fantasía infantíl. De ningún trabajo ni ocupación la dispensaban desde la más tierna edad, de esta
suerte se conservó Ana Catalina en la más dichosa ignorancia de si misma. Su sincera himildad
no fue turbada con alabanzas o admiración. Lo alcanzó también gracias a un instructor más de su
infancia, a su Ángel de Guarda, este era aún más exigente que sus padres. La instruía en las
verdades de la fe, la enseñaba la mortificación y abnegación de
ella misma. La hacía adquirir una inteligéncia más profunda de los
divinos misterios, practicar las virtudes por amor de Dios. Muy
pronto llegó Ana Catalina a tal pureza y fortaleza, que pudo
mantener su corazón constantemente unido con Dios, y que le era
como natural buscar a Dios en todas las cosas y referirlas todas a
Dios. Obedece al ángel así como después obedecerá a sus
confesores.
Dios le facilitva en muchos casos la oración, por ejemplo
dandole comprender el lenguaje de la Iglesia. Las oraciones
latinas de la Misa y de otros actos del culto las entendía conla
misma claridad que su proprio idioma bajo alemán. Y por espacio
de mucho tiempo creyó que a todos los fieles les pasaba lo mismo
que a ella. «Nunca he conocido», dijo, «diferencia alguna en el
lenguaje de las ceremonias sagradas, porque siempre he entendido,
no sólo las palabras, sino las cosas mismas.» Recordemoslo
porqué esto será también nuestra capacidad dentro de poco en la casa del Padre, donde está gente
del este y oeste, norte y sur, formando en Dios la única família. Este don le era muy útil tanto en
comprender la gente en sus visiones y viajes, como al leer p.ej. un misterioso libro en latín, que le
regalaron en su juventud unos santos para que apriendera sobre la vida consagrada.
Avanzaba en la vida interior con pasos de gigante también a costa de sufrimientos y penitencias.
Cuando llegó a la edad de poder tratar con otras niñas, daba a éstas por amor de Dios todo lo que
buenamente podía. Socorría a los pobres que mendigaban. Aún no tenía cinco años, y ya no se
permitía nunca quedarse del todo satisfecha en la mesa. Siempre que se sentaba a ella con sus
padres se mortificaba, ya tomando para sí lo peor, ya comiendo tan poco, que parecía imposible que
pudiera vivir. «Tal cosa te doy, oh Dios mío», decía en su corazón, «para que Tú lo des a los que
tengan mayor necesidad».
A ningún niño podía ver Ana Catalina enfermo o llorando sin pedir a Dios que pusiera en ella la
causa de aquel llanto y le enviara la enfermedad o el dolor de tal niño, para que éste fuera socorrido.
Esta oración fue escuchada siempre al instante. Ana Catalina sentía el dolor y los niños se
él esto y recibir la bendición'. Después cantaba o repetía alguna tonada.» «El domingo después de comer nos refería el
sermón y nos lo explicaba de un modo muy edificante. También nos leía la explicación del Evangelio.» De ellos
seguramente aprendió esta sencilla regla «Manos siempre en el trabajo, el corazón en Dios». Nunca dejó su padre
Bernardo, aunque volviera muy cansado del trabajo de todo el día, de reunir a sus hijos al anochecer, y exhortarlos a rezar
por los caminantes, por los pobres soldados y por los obreros sin trabajo, enseñándoles algunas oraciones con este fin. Los
días de Carnaval les mandaba su madre rezar postrados en tierra con los brazos extendidos cuatro Padrenuestros para que
Dios defendiese la inocencia de los que en tales días son incitados a perderla. «Niños», solía decirles, «vosotros no sabéis
ni entendéis esto; pero orad: yo sí lo sé». Así observavan fidelmente sus deberes de verdaderos cristianos.
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tranquilizaban: «El pobre que no pide y suplica», solía decir, «nada recibe. Ni Tú, Dios mío, ayudas a
los que no quieren orar ni sufrir. Ya ves que yo pido y clamo por ellos, que ellos mismos no lo
hacen». Ya aquí empezó la atarea de toda su vida, sufrir y expiar por el Cuerpo Mísitica de Cristo, la
Iglesia. En su propio cuerpo hacerse Víctima de propiciación con Cristo por el bién de los demás.
Siempre que veía alguna falta o alguna mala costumbre en algún niño, ella rogaba a Dios que
se enmendara; mas para ser oída, se imponía a sí misma un castigo y pedía a Dios que
castigara en ella la culpa ajena. Preguntada después por su director espiritual, de donde le venía
esto, respondió: «Siempre he sentido en mí que todos somos miembros de un cuerpo en Jesucristo;
y así como experimento dolor cuando padece alguno de mis dedos, así me lo causa también el mal
del prójimo. Desde que era niña, por compasión he deseado padecer las enfermedades de los
demás; pues siempre he creído que los dolores no los envía Dios sin causa, y que con ellos se paga
alguna deuda. Y si a veces los trabajos son tan grandes, la razón es, pensaba yo, porque no hay
nadie que quiera ayudar al que los padece, a pagar las deudas de sus culpas. Por eso pedía yo a
Dios que se dignara permitirme a mí pagar; y por eso pedía al Niño Jesús que me ayudara, y así
sentía luego muchos dolores».
Pero todavía más asombrosa que todas las otras mortificaciones fue en Ana Catalina el ejercicio,
pronto comenzado y nunca interrumpido, de la oración nocturna. Ya a los cuatro años empezó a
reducir durante la noche las horas del sueño, tan necesario a su edad, para darse a la oración. Cuando
sus padres se habían retirado a descansar, levantábase ella de su lecho y oraba con el ángel de
su guarda por espacio de dos a tres horas y muchas veces hasta el amanecer. Hacía oración con los
brazos abiertos. Dios mismo le daba inspiración y fuerza para hacerlo. Como el cuerpo resistía,
Anita con el tiempo no halló ningun remedio más a propósito que poner en el lecho pedazos de
madera o cuerdas, con que lo hacía incómodo y doloroso, y cilicios que tejía para hallar en las
crecidas aflicciones de la carne la fuerza de voluntad que la naturaleza no podía prestarle.
Nos podríamos preguntar el ¿porqué? de estas
llamadas nocturnas, ¿cual era el asunto de tal constante
y penosa oración? Ana Catalina todos los días veía
claramente en la contemplación el motivo por el cual debía
orar. Veía en una serie de imágenes, desdichas
inminentes de cuerpo y de alma, y conocía que debía
hacer oración para que estas desdichas no llegaran a
suceder. Veía enfermos impacientes, cautivos afligidos,
moribundos sin preparación; veía viajeros extraviados,
náufragos; veía necesitados, próximos a entregarse a la
desesperación; veía al borde del abismo almas vacilantes, a todos que la divina providencia
quería conceder auxilio, consuelo y salvación mediante los frutos de su oración. El ángel
custodio de Ana Catalina apoyaba sus súplicas; Muchas de sus oraciones las ofrecía por las benditas
ánimas del purgatorio, las cuales se llegaban frecuentemente a ella pidiéndole auxilio.
En la iglesia siempre entraba acompañada por su Angel de Guarda que le enseño
adorar a Jesús sacramentado con gran amor y reverencia. El mismo Salvador la habçía ilustrado, por
medio de las visiones sobre la magnificéncia y grandeza de los misterios eucarísticos. Así es que
estaba poseída de tan profundo respeto al sacerdocio de la Iglesia, que no había cosa en la tierra
que le pareciera semejante a él en dignidad. Arrodillada delante del altar, no se atrevía a mirar
siquiera a su alrededor. Con filial intimidad hablaba con el Santísimo Sacramento. Pero como no
podía permanecer en el templo tanto tiempo como deseaba, se dirigían involuntariamente por la
noche sus miradas a donde ella sabía que se hallaba un tabernáculo. Toda su niñez vivía de
Comunión espiritual, pero cuando llegó la hora de hacerlo sacramentalmente a sus 12 años,
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todo le parecía poco para prepararse a acoger dignamente al divino
huésped. Aquel día se consagró a Dios «del todo, sin restricción
ninguna». Su amor a Jesús fue la escuela en que aprendió esta lección,
y así decía: 'Sé por experiencia, que el amor a las criaturas es capaz de
inducir a muchos a llevar a cabo obras grandes y difíciles; pues ¿por
qué no habrá de poder mucho más el amor a Jesús?
Mortificábase la vista bajando los ojos o mirando a otro lugar
cuando se le ofrecía alguna cosa bella o agradable, o que pudiera
excitar la curiosidad; en la iglesia, sobre todo, no dejaba a sus ojos
libertad ninguna. Decíase a sí misma: 'No mires tal o cual cosa, que
podría turbarte, o agradarte demasiado. ¿De qué te aprovecharía mirarla?”
Lo recuerdo en este resumen porqué en cambio por esta
rigurosa ascesis de su vista Dios le permitió abrir sus ojos a sus propias
maravillas y contarnoslo después.
El tiempo que mediaba entre una comunión y otra, lo dividió, según afirma su primer
biógrafo Overberg, en dos partes: la primera la empleaba en dar gracias, y la segunda en prepararse
a comulgar otra vez. Invitaba a todos los santos a dar a Dios gracias con ella y a pedirle beneficios; y
rogaba a Dios por su amor a Jesús y a María, que se dignase preparar su corazón para recibir a su
amado Hijo.4 Cuando un sacerdote pasaba con el Viático, aunque fuera a larga distancia de su
choza o del sitio donde guardaba su ganado, sentíase atraída hacia aquel paraje, corría y se
arrodillaba en el camino, y adoraba la santa Eucaristía.
Desde sus más tiernos años tuvo un don particular de distinguir lo que es malo o bueno,
bendito o maldito, en las cosas materiales o en las espirituales. Siendo aún niña, traía del campo
plantas saludables, cuya virtud conocía ella sola, y las plantaba alrededor de su casa o en los sitios
donde trabajaba o rezaba. Los usaba también para ayudar a los pobres y enfermos en sus
padecimientos. Distinguía los objetos sagrados y profanos; Conocía las reliquias de los santos hasta
el punto de contar, no sólo particularidades ignoradas de su vida, sino la historia de la reliquia que le
presentaban y de los diversos sitios que había corrido. Tuvo toda su vida comercio íntimo con las
ánimas del Purgatorio: todas sus acciones,
todas sus oraciones se dirigían a las ánimas;
sentía a menudo que la llamaban a su
socorro, y recibía algún aviso cuando las
olvidaba. Cuando pasaba por un sitio donde
se habían cometido grandes pecados ella lo
percibía, huía o rezaba y hacía penitencia;
reconocía igualmente los sitios benditos y
santificados, complaciéndose feliz en ellos.
Estos dones extraordinarios le vienen
en la época la Revolución Francesa, del
positivismo, enciclopedistas, de los incrédulos
racionalistas que atacaban la Iglesia y ponían
en tela de juício hasta la posibilidad de la
divina revelación. Ana Catalina tenía posibilidad de visitar y consolar en sus viajes-visiones al rey
4 Parece entonces que tenía las mismas inspiraciones que Santa Teresa del Niño Jesús en la hora de la Comunión, cuando
Teresita sintiéndose indigna de la visita divina invitaba a la Virgen y los ángelse que vengan a su corazón a dar un pequeño
concercito en la hora de la Comunión y amenizarla así a su Esposos – ver “Historia de un Alma”. Agradecida por el amor
Divino deseaba como Teresita: “Quiero sufrir por amor, por Dios. No hay alegría mas grande que sufrir por amor.” HA.
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Luís XVI y la reina Maria Antonieta cuando estaban ya en la prisión. Cuando contaba su estado a los
padres, ellos preocupados respondieron que esto no puede ser, que es asunto de hechicera. Pronto
sin embargo llegó la noticia de la degollación de los reyes, confirmando noticias dadas de primera
mano por parte de Ana Catalina, quye tenía entonces 19 años. Viajaba no solo en el espíritu. Gracias
al don de bilocación a menudo lo hacía en su cuerpo, además conservan-do signos externos de
viajar p.ej. cansacio de sus pies, heridas en las manos que trabajaban etc.
Desde muy niña quería vivir para Dios como monja. Por muchois años trataba ca sus
padres como as us superioras religiosas, ejerciendose en la santa obediencia, pobreza y castidad. A
la edad de dieciséis años por fin desveló a los padres su firme propósito de entrar en un convento lo
más riguroso posible. Los padres se oponieron. No querían perder su hija predilecta y le explicaban
que no le será posible entrar por la falta de una dote. La obligaban desde entonces a varias
diversiones esperando cambiar su decisión interior por las cuales Ana sufría y hasta enfermaba. A la
edad de dieciocho años fue a Koesfeld a aprender el oficio de costurera, y después de haber pasado
dos años, volvió a casa de sus padres. Pidió el ser admitida en las Agustinas de Borken, en las
Trapistinas de Darfeld y en las Clarisas de Münster; pero su pobreza y la de aquellos conventos
fueron un obstáculo. Le dieron alguna esperanza en un convento en cuanto podría aprender el oficio
de organista. Admitida como criada en la casa de un pobre organista Söntgen de Koesfeld, trascurrió
allí unos años en duros trabajos, socoría con sus ahorros a los pobres y a esta família de Söntgen,
así que al final no llegó a aprender la música del órgano. El día entero lo pasaba trabajando
asiduamente y las noches las dedicaba a la oración.
De este periodo quería recordar su oración predilecta: hacer el Via Crucis de Koesfeld. Aun
cuando sólo se detenía algunos minutos en oración delante de cada una de las estaciones,
necesitaba por lo menos dos horas cumplidas para recorrer, atravesando pinares, la extensión en
que están divididas estas estaciones. Comenzaba su trabajo ordinario al amanacer y hasta la caída
de la tarde no lo dejaba, de suerte que en los días de trabajo sólo podía disponer de la noche para
practicar esta devoción. Por esta razón salía a hacerla poco después de media noche; y cuando las
puertas de Koesfeld estaban cerradas tenía que trepar por las murallas, ruinosas en algunos sitios.
Estas excursiones nocturnas le eran muy duras y trabajosas a causa de su natural timidez,
aumentada con su género de vida modesta y recogida, pero nunca las omitió cuando las ánimas
benditas se las pedían, o le eran impuestas en la contemplación. Ni aun las inclemencias del tiempo
fueron bastantes para que las dejara; a lo más buscaba alguna amiga piadosa que la acompañase. A
veces en forma visible o por sus envíados le molestaba en este ejercicio piadoso el demonio. Este
Via Crucis lo recorrerá gracias a la bilocación hasta imposibilitada de moverse en los últimos años.
Sentía un singular amor por la pasión de Jesucristo. Durante la Misa veía realmente el drama
del Calvario. Veía a Jesús en la Hostia, a veces sangrando. Tan vivamente había deseado padecer
los sufrimientos de Jesús e identificarse con la vida total de la Iglesia, que el Señor le concedió
participar en su Pasión en manera especial.
A la edad de veinticuatro años (4 años antes de entrar en el convento)
cuando estaba en la iglesia de jesuitas arrodillad delante de un crucifijo, orando
fervorosamente. Se le apareció Jesús como su celestial Esposo como un joven
resplandeciente. En la mano izquierda tenía una guirnalda de flores, y una
corona de espinas en la derecha: le ofreció elegir una. Ella tomó la corona de
espinas. Jesús se la puso en la cabeza, se la oprimió con ambas manos y desapareció. Desde
entonces Ana Catalina no solo sentía el vivo dolor alrededor de su cabeza, salieron las heridas. Al
poner una venda alrededor y cambia el peinado lo supo ocultar delante de los los ojos de los
curiosos, también en la vida en el convento (salvo una persona que guardó fielmente el segreto).
Como pequeña digresión volía añadir una anégdota. Cuando Ana Catalina recibió Corona de Espinas
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de manos de Nuestro Señor, estaba en la iglesia con su amiga. En el fondo de la iglesia hacía tiempo
que el joven sagristán estaba ya impaciente y hacía ruido con las llaves para cerrar el templo...
El organista agradecido a Ana Catalina por su buena infuencia a su família facilitó que fuese
admitida junto con su hija, habil organista, en un convento de agustinas de Dülmen. Así en el 1802
consigió Ana Catalina por fin ralizar su costante deseo.
La comunidad de agustinas en Dülmen era muy
pobre y por desgracias estaba en muy mal estado
espiritual. La relajación de los vínculos de la obediencia, la
infracción habitual de las reglas, la ausencia de dirección
espiritual era al orden del día. Pero esta disolución no fue
obstáculo para que Ana Catalina alcanzara en este
claustro la más elevada perfección.
Le dieron la peor celda del convento con dos sillas,
una sin espaldar, y otra sin asiento. Servíale de mesa el
dintel de la ventana. «Pero esta pobre celda», decía ella
después muchas veces, «era para mí tan completa y
magnífica, que me parecía que allí se encerraba el cielo
entero.» Para que se perfeccionara en la humildad
permitió Dios que desde los primeros tiempos de su
noviciado fuese Ana Catalina tenida por sospechosa,
acusada y castigada sin culpa: todo lo soportó ella sin
murmurar ni disculparse ni defenderse.
Cuando recibe el santo hábito en Navidad de 1802 tienen una visión. San Agustín, como
patrono de la orden, le había impuesto el hábito, aceptándola por hija suya y prometiéndole su
especial protección; y le había manifestado su inflamado corazón encendiendo con esto tal fuego en
el de Ana Catalina, que ella se sintió unida a sus hermanas de religión más íntimamente que a
sus padres y hermanos naturales. Su corazón era ahora como el centro de esta comunidad, pues
tenía la temible misión de recibir en su cuerpo todas las penas que las faltas y pecados de la
comunidad causasen al corazón de su celestial Esposo. Lo que se hacía en el convento contra las
reglas y los votos, de palabra u obra, por omisión o negligencia, le atravesaba el corazón como con
una flecha, causandole grandes padecimientos. Desde este momento en su corazón experimentó
muy agudos dolores que iban en aumento. En vano procuró reconcentrar sus fuerzas para resistir a
la enfermedad. El médico del convento la trató como si tubiera convulsiones, sin poder ayudarle.
Ana Catalina todo lo obedecía aunque sabía que no son remedios para su malestar. Incapaz
de trabajar, siendo cargo para la comunidad, algunas monjas decían que era perferible despedirla
ahora, murmuraban contra ella. El don de leer en los corazones, que Ana Catalina había poseído
desde su niñez, y que mientras vivió entre honrados y sencillos labradores, las más
veces benévolos con ella, no le había parecido cosa dura, érale ahora fuente de
infinitas penas, pues ninguna cosa de cuantas sospechaban de ella y le deseaban
las demás religiosas, permanecía oculta a sus ojos. Así Dios le llamaba a ser una
victima expiatoría. Recibe un don de lágrimas, para que las derramase a torrentes y
del modo más doloroso por las ofensas que se cometían contra DIos. Este don fue
ocasión para que padeciera humillaciones sin fin.
En el convento de Agnetenberg Ana Catalina se mostró contenta por ser considerada siempre
como la última de la casa. A consecuencia de las frecuentes enfermedades nunca fue confiado a la
Beata ningún cargo especial, pues sólo le impusieron el deber de ayudar, ya a unas religiosas, ya a
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otras, en jardín, en sagristía o en lavandería. Su celo y entusiasmo, sin embargo, incomodaba al
común de las hermanas, que estaban intrigadas y molestas por sus extrañas capacidades y su salud
frágil, y que al no comprender los éxtasis en los que entraba cuando estaba en la iglesia, en su celda
o mientras trabajaba, la trataban con cierta antipatía. El mayor consuelo y fortaleza lo hallaba Ana
Catalina en el Santísimo Sacramento del Altar. Desde que entró en el convento, no hubo dolor que le
pareciera comparable a la inmensa dicha de habitar cerca del Santísimo y de poder pasar en su
presencia gran parte del día.
Precisamente al mismo tiempo que ardía en el corazón de Ana Catalina una llama de amor
suficiente para inflamar innumerables corazones, fueron profanadas y destruidas infinitas casas
de Dios, y corría peligro de extinguirse la luz de la fe en orden a la presencia real de Jesucristo en el
Sacramento; pues el odio y la impiedad de las sectas de los iluminados y jansenistas, se esforzaban
por abolir el incruento sacrificio de la Misa y las santas solemnidades de que está rodeado desde su
institución, y arrancar de los corazones el culto a la Santísima Virgen. Ofrecíase toda esta cadena de
crímenes ante los ojos de Ana Catalina y llenaba su corazón de indecible dolor cuando se arrodillaba
ante el altar, como si tuviera que sufrir corporalmente, en lugar de su Esposo, las penas que habían
de afligir su divino corazón a causa de los desprecios y ofensas al Santísimo Sacramento.
Una caida de la canasta con la ropa recién lavada le produció una doble contusión en el hueso, y en
otras partes de su cuerpo, e indudablemente habría sido mortal la caída, si Dios no hubiera querido
conservarle la vida a pesar de tan grande daño. Guardaba cama por mucho tiempo lo cual le fue ocasión
de larga expiación por los pecados ajenos y muchas humiliaciones para bien de la Iglesia.
La Revolución Francesa había ejercido una influencia nefasta
en la misma Alemania: con-tribuyó a la relajación de las costumbres,
a la se-cularización de la cultura, al auge del racionalismo.
Sobrevinieron guerras, convulsiones, persecuciones, que culminaron
en 1811 con la disolución de los conventos y monasterios. El 3 de
diciembre fue suprimido el monasterio de Agnetenberg, y las
monjas agustinas se dispersaron.
Ana Catalina estaba a la sazón muy enferma, y el abate
Lambert (un anciano sacerdote, emigrado, que decía Misa en el
convento) la condujo, a principios de la Cuaresma de 1812, a casa
de una pobre viuda de Roters. Allí se vio privada de la regla
conventual. de la grata soledad, de la capilla, del Santísimo
Sacramento. Sentíase en lugar extraño, en una habitación que daba
al rumor de la calle y por cuya ventana se asomaban los curiosos.
Los que tienen un poco de delicadeza comprenderán mejor las
congojas que padecería esta alma angelical.
El Señor, en aquella época, quiso marcar su cuerpo virginal con las llagas de su cruz y de
su crucifixión; escándalo para los judíos, locura para los paganos, lo uno y lo otro para muchos de los
que se titulan cristianos. Desde su juventud había pedido al Salvador que le imprimiese fuertemente
su santa Cruz en el corazón, a fin de no olvidar jamás su amor infinito para con los hombres: mas no
se había acordado nunca de un signo exterior. Rechazada del mundo, lo pedía con más ardor que
nunca. El 28 de agosto, fiesta de San Agustín, mientras hacía esta petición en su cama, arrebatada
en un éxtasis y los brazos tendidos, vio venir a ella un joven resplandeciente, como su Esposo
celestial se le aparecía algunas veces; y este joven hizo sobre su cuerpo, con la mano derecha, el
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signo de una cruz ordinaria. Por la Natividad se le apareció encima de la cruz que tenía en el pecho
una pequeña marca de la misma forma, de modo que figuraba una doble cruz partida.5
Era tal su postración y el dolor que le producían las llagas, que el padre dominico Lümberg le
administró el Viático, creyendo que estaba en los últimos instantes. Reaccionó, sin embargo, y el 2
de noviembre de 1812 se levantó, por última vez, para tomar la comunión en la iglesia parroquial.
Desde entonces ya no le fue posible salir del lecho.
El 29 de diciembre, a las tres de la
tarde, se hallaba en su cuarto muy mala,
acostada sobre la cama, pero con los brazos
extendidos y en actitud de éxtasis. Meditaba
sobre los padecimientos del Salvador, y le
pedía que la hiciese sufrir con Él. Fue
entonces cuando recibió las marcas
exterios de las llagas de Jesús en sus pies,
manos y costado, brotando las sangre con
dolores violentos.
Ana Catalina, no pudiendo ya andar ni
levantarse de la cama, llegó pronto a no
comer ni poder tomar más que agua con un
poco de vino. Su único alimento era la
sagrada Eucaristía. Desde este momento su via fue un contínuo milagro de expiación por la Iglesia,
junto con su esposo.
El 23 de octubre de 1813 la trasladaron a otra habitación que daba a un jardín. El estado de la
pobre religiosa era cada día más penoso. Las llagas fueron para Ana Catalina, hasta la muerte en
1824, origen de dolores indecibles: las consideraba como una cruz pesada que la abrumaba por
sus propios pecados. Su pobre cuerpo debía también predicar a Jesús crucificado. Los estigmas
atraían un gran número de curiosos. Era difícil continuar siendo para todos un enigma; un objeto de
sospecha para la mayor parte; de respeto, mezclado de temor, para muchos, sin dejarse llevar de la
impaciencia, de la irritación o del orgullo. Se hubiera ocultado con gusto del mundo entero, pero la
obediencia la obligo a someterse a los juicios diversos. Había perdido la propiedad de sí misma, y se
había vuelto como una cosa que cada uno creía tener derecho a ver y a juzgar con frecuencia,
privandola del reposo y del recogimiento.
Ni una comisión eclesiástica de Münster, como 2 gobernamentales (luterana y napoleónica),
no podían más que constatar la procedencia sobrenatural de este fenómeno en el cuerpo de Ana
Catalina (lo confirman en sus investigaciones y documentos). Esta piadosa mujer pedía a Dios
constantemente que le quitara las llagas exteriores, a causa de la perturbación y de las contínuas
visitas de los curiosos que le causaban, y sus ruegos fueron oídos al fin de siete años. Hacia el año
de 1819 la sangre salía rara vez de sus llagas, y después cesó enteramente. Solo se reabrían cada
Viernes Santo para participar en los padecimientos del Salvador.
Días antes de morir el 15 de enero del 1824 la Beata dijo: "El Niño Jesús me ha traído en su
Natividad grandes dolores. Me he encontrado de nuevo en el pesebre de Belén. El divino Infante
tenía calentura, y me revelaba sus padecimientos y los de su Madre. Estaban tan pobres, que tenían
un pedazo de pan por todo alimento. Me ha dado angustias todavía mayores, y me ha dicho: "Tú
eres mía; tú eres mi esposa. Sufre como Yo he sufrido, y no preguntes por qué". Yo no sé lo
5 Algunas otras almas contemplativas han recibido estigmas iguales de la cruz; entre otras: Catalina de Raconis, Marina de
Escobar, Emilia Bichieri y Juliana Falconieri.
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que será, ni si durará mucho tiempo. Me abandono enteramente a mi martirio, ya sea menester vivir
o que sea preciso morir. Yo deseo que la voluntad secreta de Dios se cumpla sobre mí.” Quiso Dios
retirar su alma de su cuerpo virginal y martirizado por el amor el 9 de febrero de 1824.
Los últimos 5 años le estaba acompañando un famoso poeta alemán Clemens Brentano. En
la biografía de Ana María puso él después este frase, que en mi opinión resume miu bien toda la vida
de esta extraordinaria mujer: su misión era amara y sufriir por la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.
Clemens era hijo de unos riquíssimos fabricantes
de tejidos, pero con su fuerte personalidad romántica no
encajaba en el negocio paterno. Comenzó escribir,
aquiriendo fama, y viajar mucho. Así fue que su conocido,
el médico de Dülmen le llevó en setiembre 1818 por la
primera vez a la estigmatizada. Va por curiosidad, pero
encuentra una misteriosa personalidad que le asegura
con alegría de conocerle de muchas visiones, dandole el
nombre del PELEGRINO. Los primeros biógrafos tratan
con dureza a este hombe rico, culto y mundano, pero era
él que se dió cuenta quel excepcional tesoro que debería
trasmitir a la huminidad. Por se enfadaba por las
interminables visitas a la mística, sentía que el tiempo se
acababa y no reparó en sacrificios para transmitirnos el
conocimiento que Dios quería hacer llegar a su Pueblo.
Sus ácidas observaciones de sus diarios, sobre el círculo
familiar y de amistades de la vidente son un testimonio más de que no hubo allí manipulación
humana. Se dió cuenta bien pronto que hay alli una luz y obra divina que llegaba a pesar de las
flaquezas humanas.
Para proteger la enferma de los curiosos y mejorar sus condiciones de vida le encontró un
nuevo alojamiento en Dülmen, dondé también él se instaló en la planta superior. 2 veces al día
visitaba Brentano a la estigmatizada para escribir en bajo alemaná (dialecto de Vestfalia) lo que ella
le comunicaba. Y aún volvía por la tercera con el texto redactado en alemán correcto para obtener la
aprobación o sus correcciones. De la vidente decía: “Ella cuando habla no da lecciones de moral, ni
pesados sermones de la abnegación de si misma. Su conversación carece en absoluto de esa
repelente insulsez dulzarrona. Todo lo qe dice es breve, simple, coherente, y a la vez lleno de
profundidad, amor y vida.” En el comentario a la “Amaraga Pasión de Cristo” añade: «En el estado de
éxtasis su lenguaje se purificaba con frecuencia; sus narraciones eran una mezcla de sencillez
infantil y de elevada inspiración.»
¿Que visiones describe Brentano, permanecido al pie de la lecho de la enferma hasta la
muerte de ésta? En gran parte son las visiones de la infancia, vida pública, pasión y resurección de
Cristo, imágenes de la vida de la Virgen María y sus antepasados. Pero hay también visiones de toda
la historia de Salvación desde la creación del mundo y caída de los ángeles. Hay visiones de la
historia de la Iglesia, y también de su futuro. Es capaz de porfetizar sobre Hitler, futuras querras con
el uso de los bombardeos del aire. Habla de los judíos que volverán a Palestina y en los últimos
tiempos se corvertirán. Tiene p.ej. la visiones de la guera civil en España (vision incluida en Anexo1).
Tiene tamvién muchíssimas más imágenes, que no le interesan, como describe Dr. Wesner,
médico convertido por el encuentro con la Estigmatizada:
Desde su infancia, en visiones y en sueños ve desarrollarse, junto a la Historia Sagrada, ve los
acontecimientos profanos que la acompañan. Así por ejemplo, cuando veía transcurrir la vida de
los patriarcas, veía también, a derecha e izquierda, todas las bajeras paganas del ambiente en que
vivían; pero dejaba de lado esas visiones, como plantas desconocidas al borde del camino, de
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modo que el espectáculo de tales abominaciones cayera muy pronto en la sombra para no dejar
lugar más que a la contemplación de las cosas santas56.
A veces son visiones reales, a veces alegóricas. Estas luces también harmonizan con la
mentalidad de la vidente y de su época (como siempre en la Biblia). EL lugar especial ocupa en estas
imágenes la vida de Jesús.
Desde muy pequeña, ya tenía los más hermosos sueños alegó-ricos y las visiones más
reales de la vida de Cristo. (asegura Dr. Wesner).
Las representaciones vivientes y los sueños que aportan consuelo, como los llama, se hacen
cada vez más frecuentes, hasta el punto de encadenarse unos a otros en una serie cuyo orden
y coherencia des-cubrirá paulatinamente más adelan-te. En cualquier caso, es cierto que, ya en
su infancia, disfruta de múltiples visiones relacionadas especialmente con la vida de Jesús:
Veía moverse al Señor, le oía hablar, era la espectadora de sus actos. Le seguía en espíritu a través
de las colinas, los valles y los ríos. Y cuanto más disfrutaba con el placer de aquel espectáculo, más
angustiada y conmovida se sentía viendo los padecimientos sin nombre del divino Redentor.
Las visiones no son únicamente de imágenes exteriores: llevan a Ana Catalina a participar de
la vida de Jesús, le hacen entrar en su intimidad y compartir sus sentimientos y sus dolores. Ofrecen
a la chiquilla un modo suplementario de identificarse con Cristo y de caminar en su seguimiento por
las vías de la perfección. En consecuencia, tienen un alcance pedagógico no desdeñable,
teniendo en cuenta que se duplican frecuentemente en enseñanzas simbólicas -- que se
pueden calificar acertadamente de carismáticas, destinadas a todo fiel.
Recordando visiones de viajes a Tierra Santa, reproducía en la arena lugares y cosas sagradas:
«Si hubiese tenido ocasión, desde niña, de relatar, sería capaz de reproducir con mi narración
la mayor parte de los caminos y lugares de Tierra Santa, puesto que los tenía tan vivamente siempre
ante los ojos que ningún otro lugar me era tan conocido como los de Palestina.»
Cuando estaba en el campo o jugaba con otros niños en la
arena húmeda o sobre un terreno arcilloso, en seguida erguía allí
un monte Calvario, el Santo Sepulcro con su jardín etc.
Estas imágenes las veía a muchas horas, aunque
estuviera despierta y ocupada; y creyendo que los demás las
veían también, hablaba con sencillez de lo que había visto, y
la buena gente que la rodeaba escuchaba con admiración pero
también incredulidad sus relaciones sobre la Historia sagrada;
algunas veces, interrumpida por sus preguntas y sus
advertencias, callaba. En medio de su sencillez pensaba que no
era conveniente hablar de tales cosas; que los otros callaban lo
que les sucedía, y que de ese modo era menester hablar poco;
decir "sí" o "no"; "Alabado sea Jesucristo". Todo lo que le había
sido revelado era tan claro, tan luminoso, tan saludable, que
opinaba que lo mismo sucedía a todos los niños cristianos; y los
otros, que no lo contaban, le parecían más discretos y mejor
educados; y entonces calló para imitarlos6. Fue siempre más reservada en desvelarlas. Estas
imágenes los trataba como su personal libro de estampas. «Porque así como veía en las
estampas de la historia sagrada representarse el mismo objeto ya de una manera ya de otra, sin que
6 “Creía yo que todos veían estas cosas lo mismo que las demás que nos rodean, y hablaba de ellas sin reparo a mis padres,
a mis hermanos y a otros niños, hasta que noté que se burlaban de mí y me preguntaban si tenía algún libro en que
estuvieran escritas. Entonces empecé a guardar silencio, creyendo que no convenía hablar de ellas, pero no pensé
espcialmente sobre esto. Estas visiones se me representaban ya de noche, ya de día, en el campo, en casa, andando,
trabajando y en cualquiera otra ocupación.”
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esta diversidad causara mudanza alguna en mi fe, así pensaba yo que las visiones que tenía, eran
mi libro de estampas, y las contemplaba en paz y siempre con esta intención: Todo a la mayor gloria
de Dios.»7
EL MANDATO DE COMUNICAR ESTAS VISIONES A LA IGLESIA:
«Ayer he pedido fervorosamente a Dios que dejase de concederme estas visiones, para verme libre
de la responsabilidad de referirlas. Pero el Señor no quiso escucharme; antes bien, he entendido,
igual que otras veces, que debo referir todo lo que veo, aunque se burlen de mí y no comprenda yo
ahora el provecho que resulte de esto. También he sabido que nadie ha visto nunca estas cosas
en el grado y medida en que yo las veo, y he entendido que no son cosas mías, sino de la
Iglesia.»
En otra ocasión el Señor le dijo:
"Yo te doy esta visión, me dijo el Señor, no para tí, sino para que sea consignada: debes, pues,
comunicarla. Ahora no es tiempo de obrar maravillas exteriores. Te doy estas visiones y te las he
dado siempre, para mostrar que estoy con mi Iglesia hasta la consumación de los siglos. Pero las
visiones», por sí solas, a nadie hacen bienaventurado: has de ejercitar, pues, la caridad, la
paciencia y todas las virtudes".
De la dificultad de comunicarlas escribe entre otras:
«Desde algunos días estoy continuamente entre una visión sensible y otra sobrenatural. Tengo que
hacerme mucha violencia porque en medio de la conversación con otros, veo delante de mí, almismo
tiempo, diversas cosas y toda clase de imágenes y oigo mi propia palabra y la de los demás,
como si viniese ronca y tosca de un recipiente vacío. Me encuentro además como embriagada y a
punto de caer. Mis palabras de respuesta a las personas que me hablan salen tranquilas de ñus
labios y a veces más vivaces que de costumbre, sin que yo sepa después lo que he hablado
momentos antes; no obstante, hablo ordenadamente y con pleno sentido. Siento una gran pena al
verme en este doble estado. Con los ojos veo cuanto me rodea de un modo incierto y velado, como
vería uno las cosas cuando está por dormirse y empezara a soñar.
Lo próximo y el contorno de las cosas, me parecen como un sueño; todo lo veo turbio,
impenetrable y desconectado, semejante a un confuso sueño, a través del cual veo un mundo
luminoso, sucesivamente comprensible, y hasta en su íntimo origen y concatenación con todas sus
manifestaciones inteligibles. En el seno de esta vista, cuanto hay de bueno y de santo deleita más
profundamente, porque se reconoce su derivación de Dios y su retorno a Dios. En cambio, cuanto
hay de malo y de impío perturba profundamente, porque se reconoce el camino que trae desde el
diablo y lleva a él, siempre contrario a Dios y a su criatura. La vida en este mundo sobrenatural,
donde no existe impedimento alguno, ni tiempo, ni espacio, ni cuerpo, ni secretos, donde todo habla
y resplandece, es tan perfecta y libre, que en su comparación la ciega, torcida, balbuciente vida real y
actual parece un sueño vacío.»
Esta dificultad de pasar del mundo de lo lúcido al tenebroso y limitado mundo de nuestras
dimensiones la confirma, pero en otra manera también su “secretario” Brentano al abservar: “Hablaba
ordinariamente el bajo alemán. En el estado de éxtasis, su lenguaje se purificaba, con frecuencia;
sus narraciones eran una mezcla de sencillez infantil y de elevada inspiración.“
7 «Tratándose de cosas espirituales nunca he creído sino lo que Dios ha revelado y propone a nuestra fe mediante la Iglesia
católica, haya sido o no escrito. Pero nunca he creído de la misma manera que lo que propone la Iglesia a creer, lo que he
visto en las visiones que he tenido. Contemplaba las visiones así como en diferentes lugares miraba diversos pesebres del
Niño Jesús, considerándolos devotamente, sin ser turbada en unos por la diversidad que advertía en otros: en cada uno de
aquellos pesebres adoraba al mismo Niño Jesús.»
los Gálatas: “los que son de Cristo han crucificado sus apetitos desordenados junto con sus
pasiones y apetencias.” (Gal 5,24). Veremos hasta que punto se realizó esto en la vida de beata Ana
Catalina. Para confiar y gustar más en los frutos (visiones), hay que examinar primero el arbol del
cual caen.
Anna Katerina Emmerich nació el 8 de septiembre de 1774 en Flamske, aldea situada
cerca (unos 5 km) de Koesfeld, en Westfalia. Entre los
9 hijos de los pobres y piadosos campesinos Bernando
Emmerich y Ana Hillers, Ana Catalina era el quinto
niño. Fue bautizada el mismo día (Natividad de la
Santíssima Virgen) en la iglesia parroquial de Koesfeld.
En una vision posterior (de los últimos años de su vida)
veía entonces que en su entorno había más que
familiares y vecinos: “Vi todas las santas ceremonias
de mi bautismo, y mis ojos y mi corazón se abrieron
de un modo admirable. Vi que cuando fui bautizada,
estaban allí presentes el ángel de mi guarda y mis
santas patronas Santa Ana y Santa Catalina. Vi a la
Madre de Dios con el Niño Jesús, y fui desposada con El mediante la entrega de un anillo.” 2
Este místico desposorio con Cristo, su eleción y especial unión con el Salvador bien pronto se
vieron en la vida de la niña. El mismo Jesús se le aparecía pidiendo su ayuda en llevar su cruz o
ayudando a Anita pasturear su ganado. La Madre de Dios, la Reina del cielo, se presentaba a ella en
el prado como una mujer llena de belleza, de dulzura y de
majestad; le ofrecía su ternura y su protección, y le llevaba su Hijo
divino para que participase de sus juegos. Algunos santos hacían
lo mismo, y venían a tomar afectuosamente las coronas que tejía
para el día de su fiesta.
Un innegable papel en su educación religiosa tenían sus
virtuosos padres.3 Le profesaban un amor extraordinario; pero su
2 En aquel momento podía repetir también las palabras de san Pablo “Dios me había elegido desde el seno de mi madre,
me llamó por su gracia para revelarme a su Hijo y hacerme su mensajero” (Gal 1,15-16)
3 Que nos lo ilustren estos ejemplos: «Mi padre», dice, «era sumamente recto y piadoso, su carácter severo y franco al
mismo tiempo. La pobreza le hacía afanarse y trabajar mucho, pero no se inquietaba de cómo sustentar su familia; pues
todas las cosas las ponía con filial confianza en las manos de Dios y hacía su dura labor como un criado fiel, sin angustia y
sin codicia.» «Las primeras lecciones de catecismo las aprendí de mi madre. Su dicho favorito era: 'Señor, hágase tu
voluntad y no la mía', y: 'Señor, dame paciencia y aflígeme después'. Estas palabras siempre las he conservado en mi
memoria.» «Debía salir al campo con mi padre, y llevar el caballo, conducir el rastro y hacer todo género de faenas.
Cuando dábamos alguna vuelta o nos parábamos, decía: '¡Qué hermoso es esto! Mira, aquí podemos divisar la iglesia de
Koesfeld, y contemplar al Santísimo Sacramento y adorar a nuestro Dios y Señor. Desde allí nos está viendo y bendiciendo
nuestro trabajo'. Cuando tocaban a misa, se quitaba el sombrero y hacía oración, diciendo: '¡Oigamos ahora misa!' y
mientras estaba trabajando, decía: 'Ahora está el sacerdote en el Gloria; ahora llega al Sanctus; y ahora debemos pedir con
3
carácter no les permitía manifestar de un modo especial con caricias la inclinación que hacia ella
sentían. En su laboriosidad, sencillez y observancia religiosa no se fijaron demasiado en las cosas
extraordinarias que desde muy temprano habían observado en su hija Ana Catalina. La admiraban a
veces, pero también la reprendían en lo que a su madre parecía defectuoso, o a su padre: invento de
la fantasía infantíl. De ningún trabajo ni ocupación la dispensaban desde la más tierna edad, de esta
suerte se conservó Ana Catalina en la más dichosa ignorancia de si misma. Su sincera himildad
no fue turbada con alabanzas o admiración. Lo alcanzó también gracias a un instructor más de su
infancia, a su Ángel de Guarda, este era aún más exigente que sus padres. La instruía en las
verdades de la fe, la enseñaba la mortificación y abnegación de
ella misma. La hacía adquirir una inteligéncia más profunda de los
divinos misterios, practicar las virtudes por amor de Dios. Muy
pronto llegó Ana Catalina a tal pureza y fortaleza, que pudo
mantener su corazón constantemente unido con Dios, y que le era
como natural buscar a Dios en todas las cosas y referirlas todas a
Dios. Obedece al ángel así como después obedecerá a sus
confesores.
Dios le facilitva en muchos casos la oración, por ejemplo
dandole comprender el lenguaje de la Iglesia. Las oraciones
latinas de la Misa y de otros actos del culto las entendía conla
misma claridad que su proprio idioma bajo alemán. Y por espacio
de mucho tiempo creyó que a todos los fieles les pasaba lo mismo
que a ella. «Nunca he conocido», dijo, «diferencia alguna en el
lenguaje de las ceremonias sagradas, porque siempre he entendido,
no sólo las palabras, sino las cosas mismas.» Recordemoslo
porqué esto será también nuestra capacidad dentro de poco en la casa del Padre, donde está gente
del este y oeste, norte y sur, formando en Dios la única família. Este don le era muy útil tanto en
comprender la gente en sus visiones y viajes, como al leer p.ej. un misterioso libro en latín, que le
regalaron en su juventud unos santos para que apriendera sobre la vida consagrada.
Avanzaba en la vida interior con pasos de gigante también a costa de sufrimientos y penitencias.
Cuando llegó a la edad de poder tratar con otras niñas, daba a éstas por amor de Dios todo lo que
buenamente podía. Socorría a los pobres que mendigaban. Aún no tenía cinco años, y ya no se
permitía nunca quedarse del todo satisfecha en la mesa. Siempre que se sentaba a ella con sus
padres se mortificaba, ya tomando para sí lo peor, ya comiendo tan poco, que parecía imposible que
pudiera vivir. «Tal cosa te doy, oh Dios mío», decía en su corazón, «para que Tú lo des a los que
tengan mayor necesidad».
A ningún niño podía ver Ana Catalina enfermo o llorando sin pedir a Dios que pusiera en ella la
causa de aquel llanto y le enviara la enfermedad o el dolor de tal niño, para que éste fuera socorrido.
Esta oración fue escuchada siempre al instante. Ana Catalina sentía el dolor y los niños se
él esto y recibir la bendición'. Después cantaba o repetía alguna tonada.» «El domingo después de comer nos refería el
sermón y nos lo explicaba de un modo muy edificante. También nos leía la explicación del Evangelio.» De ellos
seguramente aprendió esta sencilla regla «Manos siempre en el trabajo, el corazón en Dios». Nunca dejó su padre
Bernardo, aunque volviera muy cansado del trabajo de todo el día, de reunir a sus hijos al anochecer, y exhortarlos a rezar
por los caminantes, por los pobres soldados y por los obreros sin trabajo, enseñándoles algunas oraciones con este fin. Los
días de Carnaval les mandaba su madre rezar postrados en tierra con los brazos extendidos cuatro Padrenuestros para que
Dios defendiese la inocencia de los que en tales días son incitados a perderla. «Niños», solía decirles, «vosotros no sabéis
ni entendéis esto; pero orad: yo sí lo sé». Así observavan fidelmente sus deberes de verdaderos cristianos.
4
tranquilizaban: «El pobre que no pide y suplica», solía decir, «nada recibe. Ni Tú, Dios mío, ayudas a
los que no quieren orar ni sufrir. Ya ves que yo pido y clamo por ellos, que ellos mismos no lo
hacen». Ya aquí empezó la atarea de toda su vida, sufrir y expiar por el Cuerpo Mísitica de Cristo, la
Iglesia. En su propio cuerpo hacerse Víctima de propiciación con Cristo por el bién de los demás.
Siempre que veía alguna falta o alguna mala costumbre en algún niño, ella rogaba a Dios que
se enmendara; mas para ser oída, se imponía a sí misma un castigo y pedía a Dios que
castigara en ella la culpa ajena. Preguntada después por su director espiritual, de donde le venía
esto, respondió: «Siempre he sentido en mí que todos somos miembros de un cuerpo en Jesucristo;
y así como experimento dolor cuando padece alguno de mis dedos, así me lo causa también el mal
del prójimo. Desde que era niña, por compasión he deseado padecer las enfermedades de los
demás; pues siempre he creído que los dolores no los envía Dios sin causa, y que con ellos se paga
alguna deuda. Y si a veces los trabajos son tan grandes, la razón es, pensaba yo, porque no hay
nadie que quiera ayudar al que los padece, a pagar las deudas de sus culpas. Por eso pedía yo a
Dios que se dignara permitirme a mí pagar; y por eso pedía al Niño Jesús que me ayudara, y así
sentía luego muchos dolores».
Pero todavía más asombrosa que todas las otras mortificaciones fue en Ana Catalina el ejercicio,
pronto comenzado y nunca interrumpido, de la oración nocturna. Ya a los cuatro años empezó a
reducir durante la noche las horas del sueño, tan necesario a su edad, para darse a la oración. Cuando
sus padres se habían retirado a descansar, levantábase ella de su lecho y oraba con el ángel de
su guarda por espacio de dos a tres horas y muchas veces hasta el amanecer. Hacía oración con los
brazos abiertos. Dios mismo le daba inspiración y fuerza para hacerlo. Como el cuerpo resistía,
Anita con el tiempo no halló ningun remedio más a propósito que poner en el lecho pedazos de
madera o cuerdas, con que lo hacía incómodo y doloroso, y cilicios que tejía para hallar en las
crecidas aflicciones de la carne la fuerza de voluntad que la naturaleza no podía prestarle.
Nos podríamos preguntar el ¿porqué? de estas
llamadas nocturnas, ¿cual era el asunto de tal constante
y penosa oración? Ana Catalina todos los días veía
claramente en la contemplación el motivo por el cual debía
orar. Veía en una serie de imágenes, desdichas
inminentes de cuerpo y de alma, y conocía que debía
hacer oración para que estas desdichas no llegaran a
suceder. Veía enfermos impacientes, cautivos afligidos,
moribundos sin preparación; veía viajeros extraviados,
náufragos; veía necesitados, próximos a entregarse a la
desesperación; veía al borde del abismo almas vacilantes, a todos que la divina providencia
quería conceder auxilio, consuelo y salvación mediante los frutos de su oración. El ángel
custodio de Ana Catalina apoyaba sus súplicas; Muchas de sus oraciones las ofrecía por las benditas
ánimas del purgatorio, las cuales se llegaban frecuentemente a ella pidiéndole auxilio.
En la iglesia siempre entraba acompañada por su Angel de Guarda que le enseño
adorar a Jesús sacramentado con gran amor y reverencia. El mismo Salvador la habçía ilustrado, por
medio de las visiones sobre la magnificéncia y grandeza de los misterios eucarísticos. Así es que
estaba poseída de tan profundo respeto al sacerdocio de la Iglesia, que no había cosa en la tierra
que le pareciera semejante a él en dignidad. Arrodillada delante del altar, no se atrevía a mirar
siquiera a su alrededor. Con filial intimidad hablaba con el Santísimo Sacramento. Pero como no
podía permanecer en el templo tanto tiempo como deseaba, se dirigían involuntariamente por la
noche sus miradas a donde ella sabía que se hallaba un tabernáculo. Toda su niñez vivía de
Comunión espiritual, pero cuando llegó la hora de hacerlo sacramentalmente a sus 12 años,
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todo le parecía poco para prepararse a acoger dignamente al divino
huésped. Aquel día se consagró a Dios «del todo, sin restricción
ninguna». Su amor a Jesús fue la escuela en que aprendió esta lección,
y así decía: 'Sé por experiencia, que el amor a las criaturas es capaz de
inducir a muchos a llevar a cabo obras grandes y difíciles; pues ¿por
qué no habrá de poder mucho más el amor a Jesús?
Mortificábase la vista bajando los ojos o mirando a otro lugar
cuando se le ofrecía alguna cosa bella o agradable, o que pudiera
excitar la curiosidad; en la iglesia, sobre todo, no dejaba a sus ojos
libertad ninguna. Decíase a sí misma: 'No mires tal o cual cosa, que
podría turbarte, o agradarte demasiado. ¿De qué te aprovecharía mirarla?”
Lo recuerdo en este resumen porqué en cambio por esta
rigurosa ascesis de su vista Dios le permitió abrir sus ojos a sus propias
maravillas y contarnoslo después.
El tiempo que mediaba entre una comunión y otra, lo dividió, según afirma su primer
biógrafo Overberg, en dos partes: la primera la empleaba en dar gracias, y la segunda en prepararse
a comulgar otra vez. Invitaba a todos los santos a dar a Dios gracias con ella y a pedirle beneficios; y
rogaba a Dios por su amor a Jesús y a María, que se dignase preparar su corazón para recibir a su
amado Hijo.4 Cuando un sacerdote pasaba con el Viático, aunque fuera a larga distancia de su
choza o del sitio donde guardaba su ganado, sentíase atraída hacia aquel paraje, corría y se
arrodillaba en el camino, y adoraba la santa Eucaristía.
Desde sus más tiernos años tuvo un don particular de distinguir lo que es malo o bueno,
bendito o maldito, en las cosas materiales o en las espirituales. Siendo aún niña, traía del campo
plantas saludables, cuya virtud conocía ella sola, y las plantaba alrededor de su casa o en los sitios
donde trabajaba o rezaba. Los usaba también para ayudar a los pobres y enfermos en sus
padecimientos. Distinguía los objetos sagrados y profanos; Conocía las reliquias de los santos hasta
el punto de contar, no sólo particularidades ignoradas de su vida, sino la historia de la reliquia que le
presentaban y de los diversos sitios que había corrido. Tuvo toda su vida comercio íntimo con las
ánimas del Purgatorio: todas sus acciones,
todas sus oraciones se dirigían a las ánimas;
sentía a menudo que la llamaban a su
socorro, y recibía algún aviso cuando las
olvidaba. Cuando pasaba por un sitio donde
se habían cometido grandes pecados ella lo
percibía, huía o rezaba y hacía penitencia;
reconocía igualmente los sitios benditos y
santificados, complaciéndose feliz en ellos.
Estos dones extraordinarios le vienen
en la época la Revolución Francesa, del
positivismo, enciclopedistas, de los incrédulos
racionalistas que atacaban la Iglesia y ponían
en tela de juício hasta la posibilidad de la
divina revelación. Ana Catalina tenía posibilidad de visitar y consolar en sus viajes-visiones al rey
4 Parece entonces que tenía las mismas inspiraciones que Santa Teresa del Niño Jesús en la hora de la Comunión, cuando
Teresita sintiéndose indigna de la visita divina invitaba a la Virgen y los ángelse que vengan a su corazón a dar un pequeño
concercito en la hora de la Comunión y amenizarla así a su Esposos – ver “Historia de un Alma”. Agradecida por el amor
Divino deseaba como Teresita: “Quiero sufrir por amor, por Dios. No hay alegría mas grande que sufrir por amor.” HA.
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Luís XVI y la reina Maria Antonieta cuando estaban ya en la prisión. Cuando contaba su estado a los
padres, ellos preocupados respondieron que esto no puede ser, que es asunto de hechicera. Pronto
sin embargo llegó la noticia de la degollación de los reyes, confirmando noticias dadas de primera
mano por parte de Ana Catalina, quye tenía entonces 19 años. Viajaba no solo en el espíritu. Gracias
al don de bilocación a menudo lo hacía en su cuerpo, además conservan-do signos externos de
viajar p.ej. cansacio de sus pies, heridas en las manos que trabajaban etc.
Desde muy niña quería vivir para Dios como monja. Por muchois años trataba ca sus
padres como as us superioras religiosas, ejerciendose en la santa obediencia, pobreza y castidad. A
la edad de dieciséis años por fin desveló a los padres su firme propósito de entrar en un convento lo
más riguroso posible. Los padres se oponieron. No querían perder su hija predilecta y le explicaban
que no le será posible entrar por la falta de una dote. La obligaban desde entonces a varias
diversiones esperando cambiar su decisión interior por las cuales Ana sufría y hasta enfermaba. A la
edad de dieciocho años fue a Koesfeld a aprender el oficio de costurera, y después de haber pasado
dos años, volvió a casa de sus padres. Pidió el ser admitida en las Agustinas de Borken, en las
Trapistinas de Darfeld y en las Clarisas de Münster; pero su pobreza y la de aquellos conventos
fueron un obstáculo. Le dieron alguna esperanza en un convento en cuanto podría aprender el oficio
de organista. Admitida como criada en la casa de un pobre organista Söntgen de Koesfeld, trascurrió
allí unos años en duros trabajos, socoría con sus ahorros a los pobres y a esta família de Söntgen,
así que al final no llegó a aprender la música del órgano. El día entero lo pasaba trabajando
asiduamente y las noches las dedicaba a la oración.
De este periodo quería recordar su oración predilecta: hacer el Via Crucis de Koesfeld. Aun
cuando sólo se detenía algunos minutos en oración delante de cada una de las estaciones,
necesitaba por lo menos dos horas cumplidas para recorrer, atravesando pinares, la extensión en
que están divididas estas estaciones. Comenzaba su trabajo ordinario al amanacer y hasta la caída
de la tarde no lo dejaba, de suerte que en los días de trabajo sólo podía disponer de la noche para
practicar esta devoción. Por esta razón salía a hacerla poco después de media noche; y cuando las
puertas de Koesfeld estaban cerradas tenía que trepar por las murallas, ruinosas en algunos sitios.
Estas excursiones nocturnas le eran muy duras y trabajosas a causa de su natural timidez,
aumentada con su género de vida modesta y recogida, pero nunca las omitió cuando las ánimas
benditas se las pedían, o le eran impuestas en la contemplación. Ni aun las inclemencias del tiempo
fueron bastantes para que las dejara; a lo más buscaba alguna amiga piadosa que la acompañase. A
veces en forma visible o por sus envíados le molestaba en este ejercicio piadoso el demonio. Este
Via Crucis lo recorrerá gracias a la bilocación hasta imposibilitada de moverse en los últimos años.
Sentía un singular amor por la pasión de Jesucristo. Durante la Misa veía realmente el drama
del Calvario. Veía a Jesús en la Hostia, a veces sangrando. Tan vivamente había deseado padecer
los sufrimientos de Jesús e identificarse con la vida total de la Iglesia, que el Señor le concedió
participar en su Pasión en manera especial.
A la edad de veinticuatro años (4 años antes de entrar en el convento)
cuando estaba en la iglesia de jesuitas arrodillad delante de un crucifijo, orando
fervorosamente. Se le apareció Jesús como su celestial Esposo como un joven
resplandeciente. En la mano izquierda tenía una guirnalda de flores, y una
corona de espinas en la derecha: le ofreció elegir una. Ella tomó la corona de
espinas. Jesús se la puso en la cabeza, se la oprimió con ambas manos y desapareció. Desde
entonces Ana Catalina no solo sentía el vivo dolor alrededor de su cabeza, salieron las heridas. Al
poner una venda alrededor y cambia el peinado lo supo ocultar delante de los los ojos de los
curiosos, también en la vida en el convento (salvo una persona que guardó fielmente el segreto).
Como pequeña digresión volía añadir una anégdota. Cuando Ana Catalina recibió Corona de Espinas
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de manos de Nuestro Señor, estaba en la iglesia con su amiga. En el fondo de la iglesia hacía tiempo
que el joven sagristán estaba ya impaciente y hacía ruido con las llaves para cerrar el templo...
El organista agradecido a Ana Catalina por su buena infuencia a su família facilitó que fuese
admitida junto con su hija, habil organista, en un convento de agustinas de Dülmen. Así en el 1802
consigió Ana Catalina por fin ralizar su costante deseo.
La comunidad de agustinas en Dülmen era muy
pobre y por desgracias estaba en muy mal estado
espiritual. La relajación de los vínculos de la obediencia, la
infracción habitual de las reglas, la ausencia de dirección
espiritual era al orden del día. Pero esta disolución no fue
obstáculo para que Ana Catalina alcanzara en este
claustro la más elevada perfección.
Le dieron la peor celda del convento con dos sillas,
una sin espaldar, y otra sin asiento. Servíale de mesa el
dintel de la ventana. «Pero esta pobre celda», decía ella
después muchas veces, «era para mí tan completa y
magnífica, que me parecía que allí se encerraba el cielo
entero.» Para que se perfeccionara en la humildad
permitió Dios que desde los primeros tiempos de su
noviciado fuese Ana Catalina tenida por sospechosa,
acusada y castigada sin culpa: todo lo soportó ella sin
murmurar ni disculparse ni defenderse.
Cuando recibe el santo hábito en Navidad de 1802 tienen una visión. San Agustín, como
patrono de la orden, le había impuesto el hábito, aceptándola por hija suya y prometiéndole su
especial protección; y le había manifestado su inflamado corazón encendiendo con esto tal fuego en
el de Ana Catalina, que ella se sintió unida a sus hermanas de religión más íntimamente que a
sus padres y hermanos naturales. Su corazón era ahora como el centro de esta comunidad, pues
tenía la temible misión de recibir en su cuerpo todas las penas que las faltas y pecados de la
comunidad causasen al corazón de su celestial Esposo. Lo que se hacía en el convento contra las
reglas y los votos, de palabra u obra, por omisión o negligencia, le atravesaba el corazón como con
una flecha, causandole grandes padecimientos. Desde este momento en su corazón experimentó
muy agudos dolores que iban en aumento. En vano procuró reconcentrar sus fuerzas para resistir a
la enfermedad. El médico del convento la trató como si tubiera convulsiones, sin poder ayudarle.
Ana Catalina todo lo obedecía aunque sabía que no son remedios para su malestar. Incapaz
de trabajar, siendo cargo para la comunidad, algunas monjas decían que era perferible despedirla
ahora, murmuraban contra ella. El don de leer en los corazones, que Ana Catalina había poseído
desde su niñez, y que mientras vivió entre honrados y sencillos labradores, las más
veces benévolos con ella, no le había parecido cosa dura, érale ahora fuente de
infinitas penas, pues ninguna cosa de cuantas sospechaban de ella y le deseaban
las demás religiosas, permanecía oculta a sus ojos. Así Dios le llamaba a ser una
victima expiatoría. Recibe un don de lágrimas, para que las derramase a torrentes y
del modo más doloroso por las ofensas que se cometían contra DIos. Este don fue
ocasión para que padeciera humillaciones sin fin.
En el convento de Agnetenberg Ana Catalina se mostró contenta por ser considerada siempre
como la última de la casa. A consecuencia de las frecuentes enfermedades nunca fue confiado a la
Beata ningún cargo especial, pues sólo le impusieron el deber de ayudar, ya a unas religiosas, ya a
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otras, en jardín, en sagristía o en lavandería. Su celo y entusiasmo, sin embargo, incomodaba al
común de las hermanas, que estaban intrigadas y molestas por sus extrañas capacidades y su salud
frágil, y que al no comprender los éxtasis en los que entraba cuando estaba en la iglesia, en su celda
o mientras trabajaba, la trataban con cierta antipatía. El mayor consuelo y fortaleza lo hallaba Ana
Catalina en el Santísimo Sacramento del Altar. Desde que entró en el convento, no hubo dolor que le
pareciera comparable a la inmensa dicha de habitar cerca del Santísimo y de poder pasar en su
presencia gran parte del día.
Precisamente al mismo tiempo que ardía en el corazón de Ana Catalina una llama de amor
suficiente para inflamar innumerables corazones, fueron profanadas y destruidas infinitas casas
de Dios, y corría peligro de extinguirse la luz de la fe en orden a la presencia real de Jesucristo en el
Sacramento; pues el odio y la impiedad de las sectas de los iluminados y jansenistas, se esforzaban
por abolir el incruento sacrificio de la Misa y las santas solemnidades de que está rodeado desde su
institución, y arrancar de los corazones el culto a la Santísima Virgen. Ofrecíase toda esta cadena de
crímenes ante los ojos de Ana Catalina y llenaba su corazón de indecible dolor cuando se arrodillaba
ante el altar, como si tuviera que sufrir corporalmente, en lugar de su Esposo, las penas que habían
de afligir su divino corazón a causa de los desprecios y ofensas al Santísimo Sacramento.
Una caida de la canasta con la ropa recién lavada le produció una doble contusión en el hueso, y en
otras partes de su cuerpo, e indudablemente habría sido mortal la caída, si Dios no hubiera querido
conservarle la vida a pesar de tan grande daño. Guardaba cama por mucho tiempo lo cual le fue ocasión
de larga expiación por los pecados ajenos y muchas humiliaciones para bien de la Iglesia.
La Revolución Francesa había ejercido una influencia nefasta
en la misma Alemania: con-tribuyó a la relajación de las costumbres,
a la se-cularización de la cultura, al auge del racionalismo.
Sobrevinieron guerras, convulsiones, persecuciones, que culminaron
en 1811 con la disolución de los conventos y monasterios. El 3 de
diciembre fue suprimido el monasterio de Agnetenberg, y las
monjas agustinas se dispersaron.
Ana Catalina estaba a la sazón muy enferma, y el abate
Lambert (un anciano sacerdote, emigrado, que decía Misa en el
convento) la condujo, a principios de la Cuaresma de 1812, a casa
de una pobre viuda de Roters. Allí se vio privada de la regla
conventual. de la grata soledad, de la capilla, del Santísimo
Sacramento. Sentíase en lugar extraño, en una habitación que daba
al rumor de la calle y por cuya ventana se asomaban los curiosos.
Los que tienen un poco de delicadeza comprenderán mejor las
congojas que padecería esta alma angelical.
El Señor, en aquella época, quiso marcar su cuerpo virginal con las llagas de su cruz y de
su crucifixión; escándalo para los judíos, locura para los paganos, lo uno y lo otro para muchos de los
que se titulan cristianos. Desde su juventud había pedido al Salvador que le imprimiese fuertemente
su santa Cruz en el corazón, a fin de no olvidar jamás su amor infinito para con los hombres: mas no
se había acordado nunca de un signo exterior. Rechazada del mundo, lo pedía con más ardor que
nunca. El 28 de agosto, fiesta de San Agustín, mientras hacía esta petición en su cama, arrebatada
en un éxtasis y los brazos tendidos, vio venir a ella un joven resplandeciente, como su Esposo
celestial se le aparecía algunas veces; y este joven hizo sobre su cuerpo, con la mano derecha, el
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signo de una cruz ordinaria. Por la Natividad se le apareció encima de la cruz que tenía en el pecho
una pequeña marca de la misma forma, de modo que figuraba una doble cruz partida.5
Era tal su postración y el dolor que le producían las llagas, que el padre dominico Lümberg le
administró el Viático, creyendo que estaba en los últimos instantes. Reaccionó, sin embargo, y el 2
de noviembre de 1812 se levantó, por última vez, para tomar la comunión en la iglesia parroquial.
Desde entonces ya no le fue posible salir del lecho.
El 29 de diciembre, a las tres de la
tarde, se hallaba en su cuarto muy mala,
acostada sobre la cama, pero con los brazos
extendidos y en actitud de éxtasis. Meditaba
sobre los padecimientos del Salvador, y le
pedía que la hiciese sufrir con Él. Fue
entonces cuando recibió las marcas
exterios de las llagas de Jesús en sus pies,
manos y costado, brotando las sangre con
dolores violentos.
Ana Catalina, no pudiendo ya andar ni
levantarse de la cama, llegó pronto a no
comer ni poder tomar más que agua con un
poco de vino. Su único alimento era la
sagrada Eucaristía. Desde este momento su via fue un contínuo milagro de expiación por la Iglesia,
junto con su esposo.
El 23 de octubre de 1813 la trasladaron a otra habitación que daba a un jardín. El estado de la
pobre religiosa era cada día más penoso. Las llagas fueron para Ana Catalina, hasta la muerte en
1824, origen de dolores indecibles: las consideraba como una cruz pesada que la abrumaba por
sus propios pecados. Su pobre cuerpo debía también predicar a Jesús crucificado. Los estigmas
atraían un gran número de curiosos. Era difícil continuar siendo para todos un enigma; un objeto de
sospecha para la mayor parte; de respeto, mezclado de temor, para muchos, sin dejarse llevar de la
impaciencia, de la irritación o del orgullo. Se hubiera ocultado con gusto del mundo entero, pero la
obediencia la obligo a someterse a los juicios diversos. Había perdido la propiedad de sí misma, y se
había vuelto como una cosa que cada uno creía tener derecho a ver y a juzgar con frecuencia,
privandola del reposo y del recogimiento.
Ni una comisión eclesiástica de Münster, como 2 gobernamentales (luterana y napoleónica),
no podían más que constatar la procedencia sobrenatural de este fenómeno en el cuerpo de Ana
Catalina (lo confirman en sus investigaciones y documentos). Esta piadosa mujer pedía a Dios
constantemente que le quitara las llagas exteriores, a causa de la perturbación y de las contínuas
visitas de los curiosos que le causaban, y sus ruegos fueron oídos al fin de siete años. Hacia el año
de 1819 la sangre salía rara vez de sus llagas, y después cesó enteramente. Solo se reabrían cada
Viernes Santo para participar en los padecimientos del Salvador.
Días antes de morir el 15 de enero del 1824 la Beata dijo: "El Niño Jesús me ha traído en su
Natividad grandes dolores. Me he encontrado de nuevo en el pesebre de Belén. El divino Infante
tenía calentura, y me revelaba sus padecimientos y los de su Madre. Estaban tan pobres, que tenían
un pedazo de pan por todo alimento. Me ha dado angustias todavía mayores, y me ha dicho: "Tú
eres mía; tú eres mi esposa. Sufre como Yo he sufrido, y no preguntes por qué". Yo no sé lo
5 Algunas otras almas contemplativas han recibido estigmas iguales de la cruz; entre otras: Catalina de Raconis, Marina de
Escobar, Emilia Bichieri y Juliana Falconieri.
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que será, ni si durará mucho tiempo. Me abandono enteramente a mi martirio, ya sea menester vivir
o que sea preciso morir. Yo deseo que la voluntad secreta de Dios se cumpla sobre mí.” Quiso Dios
retirar su alma de su cuerpo virginal y martirizado por el amor el 9 de febrero de 1824.
Los últimos 5 años le estaba acompañando un famoso poeta alemán Clemens Brentano. En
la biografía de Ana María puso él después este frase, que en mi opinión resume miu bien toda la vida
de esta extraordinaria mujer: su misión era amara y sufriir por la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.
Clemens era hijo de unos riquíssimos fabricantes
de tejidos, pero con su fuerte personalidad romántica no
encajaba en el negocio paterno. Comenzó escribir,
aquiriendo fama, y viajar mucho. Así fue que su conocido,
el médico de Dülmen le llevó en setiembre 1818 por la
primera vez a la estigmatizada. Va por curiosidad, pero
encuentra una misteriosa personalidad que le asegura
con alegría de conocerle de muchas visiones, dandole el
nombre del PELEGRINO. Los primeros biógrafos tratan
con dureza a este hombe rico, culto y mundano, pero era
él que se dió cuenta quel excepcional tesoro que debería
trasmitir a la huminidad. Por se enfadaba por las
interminables visitas a la mística, sentía que el tiempo se
acababa y no reparó en sacrificios para transmitirnos el
conocimiento que Dios quería hacer llegar a su Pueblo.
Sus ácidas observaciones de sus diarios, sobre el círculo
familiar y de amistades de la vidente son un testimonio más de que no hubo allí manipulación
humana. Se dió cuenta bien pronto que hay alli una luz y obra divina que llegaba a pesar de las
flaquezas humanas.
Para proteger la enferma de los curiosos y mejorar sus condiciones de vida le encontró un
nuevo alojamiento en Dülmen, dondé también él se instaló en la planta superior. 2 veces al día
visitaba Brentano a la estigmatizada para escribir en bajo alemaná (dialecto de Vestfalia) lo que ella
le comunicaba. Y aún volvía por la tercera con el texto redactado en alemán correcto para obtener la
aprobación o sus correcciones. De la vidente decía: “Ella cuando habla no da lecciones de moral, ni
pesados sermones de la abnegación de si misma. Su conversación carece en absoluto de esa
repelente insulsez dulzarrona. Todo lo qe dice es breve, simple, coherente, y a la vez lleno de
profundidad, amor y vida.” En el comentario a la “Amaraga Pasión de Cristo” añade: «En el estado de
éxtasis su lenguaje se purificaba con frecuencia; sus narraciones eran una mezcla de sencillez
infantil y de elevada inspiración.»
¿Que visiones describe Brentano, permanecido al pie de la lecho de la enferma hasta la
muerte de ésta? En gran parte son las visiones de la infancia, vida pública, pasión y resurección de
Cristo, imágenes de la vida de la Virgen María y sus antepasados. Pero hay también visiones de toda
la historia de Salvación desde la creación del mundo y caída de los ángeles. Hay visiones de la
historia de la Iglesia, y también de su futuro. Es capaz de porfetizar sobre Hitler, futuras querras con
el uso de los bombardeos del aire. Habla de los judíos que volverán a Palestina y en los últimos
tiempos se corvertirán. Tiene p.ej. la visiones de la guera civil en España (vision incluida en Anexo1).
Tiene tamvién muchíssimas más imágenes, que no le interesan, como describe Dr. Wesner,
médico convertido por el encuentro con la Estigmatizada:
Desde su infancia, en visiones y en sueños ve desarrollarse, junto a la Historia Sagrada, ve los
acontecimientos profanos que la acompañan. Así por ejemplo, cuando veía transcurrir la vida de
los patriarcas, veía también, a derecha e izquierda, todas las bajeras paganas del ambiente en que
vivían; pero dejaba de lado esas visiones, como plantas desconocidas al borde del camino, de
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modo que el espectáculo de tales abominaciones cayera muy pronto en la sombra para no dejar
lugar más que a la contemplación de las cosas santas56.
A veces son visiones reales, a veces alegóricas. Estas luces también harmonizan con la
mentalidad de la vidente y de su época (como siempre en la Biblia). EL lugar especial ocupa en estas
imágenes la vida de Jesús.
Desde muy pequeña, ya tenía los más hermosos sueños alegó-ricos y las visiones más
reales de la vida de Cristo. (asegura Dr. Wesner).
Las representaciones vivientes y los sueños que aportan consuelo, como los llama, se hacen
cada vez más frecuentes, hasta el punto de encadenarse unos a otros en una serie cuyo orden
y coherencia des-cubrirá paulatinamente más adelan-te. En cualquier caso, es cierto que, ya en
su infancia, disfruta de múltiples visiones relacionadas especialmente con la vida de Jesús:
Veía moverse al Señor, le oía hablar, era la espectadora de sus actos. Le seguía en espíritu a través
de las colinas, los valles y los ríos. Y cuanto más disfrutaba con el placer de aquel espectáculo, más
angustiada y conmovida se sentía viendo los padecimientos sin nombre del divino Redentor.
Las visiones no son únicamente de imágenes exteriores: llevan a Ana Catalina a participar de
la vida de Jesús, le hacen entrar en su intimidad y compartir sus sentimientos y sus dolores. Ofrecen
a la chiquilla un modo suplementario de identificarse con Cristo y de caminar en su seguimiento por
las vías de la perfección. En consecuencia, tienen un alcance pedagógico no desdeñable,
teniendo en cuenta que se duplican frecuentemente en enseñanzas simbólicas -- que se
pueden calificar acertadamente de carismáticas, destinadas a todo fiel.
Recordando visiones de viajes a Tierra Santa, reproducía en la arena lugares y cosas sagradas:
«Si hubiese tenido ocasión, desde niña, de relatar, sería capaz de reproducir con mi narración
la mayor parte de los caminos y lugares de Tierra Santa, puesto que los tenía tan vivamente siempre
ante los ojos que ningún otro lugar me era tan conocido como los de Palestina.»
Cuando estaba en el campo o jugaba con otros niños en la
arena húmeda o sobre un terreno arcilloso, en seguida erguía allí
un monte Calvario, el Santo Sepulcro con su jardín etc.
Estas imágenes las veía a muchas horas, aunque
estuviera despierta y ocupada; y creyendo que los demás las
veían también, hablaba con sencillez de lo que había visto, y
la buena gente que la rodeaba escuchaba con admiración pero
también incredulidad sus relaciones sobre la Historia sagrada;
algunas veces, interrumpida por sus preguntas y sus
advertencias, callaba. En medio de su sencillez pensaba que no
era conveniente hablar de tales cosas; que los otros callaban lo
que les sucedía, y que de ese modo era menester hablar poco;
decir "sí" o "no"; "Alabado sea Jesucristo". Todo lo que le había
sido revelado era tan claro, tan luminoso, tan saludable, que
opinaba que lo mismo sucedía a todos los niños cristianos; y los
otros, que no lo contaban, le parecían más discretos y mejor
educados; y entonces calló para imitarlos6. Fue siempre más reservada en desvelarlas. Estas
imágenes los trataba como su personal libro de estampas. «Porque así como veía en las
estampas de la historia sagrada representarse el mismo objeto ya de una manera ya de otra, sin que
6 “Creía yo que todos veían estas cosas lo mismo que las demás que nos rodean, y hablaba de ellas sin reparo a mis padres,
a mis hermanos y a otros niños, hasta que noté que se burlaban de mí y me preguntaban si tenía algún libro en que
estuvieran escritas. Entonces empecé a guardar silencio, creyendo que no convenía hablar de ellas, pero no pensé
espcialmente sobre esto. Estas visiones se me representaban ya de noche, ya de día, en el campo, en casa, andando,
trabajando y en cualquiera otra ocupación.”
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esta diversidad causara mudanza alguna en mi fe, así pensaba yo que las visiones que tenía, eran
mi libro de estampas, y las contemplaba en paz y siempre con esta intención: Todo a la mayor gloria
de Dios.»7
EL MANDATO DE COMUNICAR ESTAS VISIONES A LA IGLESIA:
«Ayer he pedido fervorosamente a Dios que dejase de concederme estas visiones, para verme libre
de la responsabilidad de referirlas. Pero el Señor no quiso escucharme; antes bien, he entendido,
igual que otras veces, que debo referir todo lo que veo, aunque se burlen de mí y no comprenda yo
ahora el provecho que resulte de esto. También he sabido que nadie ha visto nunca estas cosas
en el grado y medida en que yo las veo, y he entendido que no son cosas mías, sino de la
Iglesia.»
En otra ocasión el Señor le dijo:
"Yo te doy esta visión, me dijo el Señor, no para tí, sino para que sea consignada: debes, pues,
comunicarla. Ahora no es tiempo de obrar maravillas exteriores. Te doy estas visiones y te las he
dado siempre, para mostrar que estoy con mi Iglesia hasta la consumación de los siglos. Pero las
visiones», por sí solas, a nadie hacen bienaventurado: has de ejercitar, pues, la caridad, la
paciencia y todas las virtudes".
De la dificultad de comunicarlas escribe entre otras:
«Desde algunos días estoy continuamente entre una visión sensible y otra sobrenatural. Tengo que
hacerme mucha violencia porque en medio de la conversación con otros, veo delante de mí, almismo
tiempo, diversas cosas y toda clase de imágenes y oigo mi propia palabra y la de los demás,
como si viniese ronca y tosca de un recipiente vacío. Me encuentro además como embriagada y a
punto de caer. Mis palabras de respuesta a las personas que me hablan salen tranquilas de ñus
labios y a veces más vivaces que de costumbre, sin que yo sepa después lo que he hablado
momentos antes; no obstante, hablo ordenadamente y con pleno sentido. Siento una gran pena al
verme en este doble estado. Con los ojos veo cuanto me rodea de un modo incierto y velado, como
vería uno las cosas cuando está por dormirse y empezara a soñar.
Lo próximo y el contorno de las cosas, me parecen como un sueño; todo lo veo turbio,
impenetrable y desconectado, semejante a un confuso sueño, a través del cual veo un mundo
luminoso, sucesivamente comprensible, y hasta en su íntimo origen y concatenación con todas sus
manifestaciones inteligibles. En el seno de esta vista, cuanto hay de bueno y de santo deleita más
profundamente, porque se reconoce su derivación de Dios y su retorno a Dios. En cambio, cuanto
hay de malo y de impío perturba profundamente, porque se reconoce el camino que trae desde el
diablo y lleva a él, siempre contrario a Dios y a su criatura. La vida en este mundo sobrenatural,
donde no existe impedimento alguno, ni tiempo, ni espacio, ni cuerpo, ni secretos, donde todo habla
y resplandece, es tan perfecta y libre, que en su comparación la ciega, torcida, balbuciente vida real y
actual parece un sueño vacío.»
Esta dificultad de pasar del mundo de lo lúcido al tenebroso y limitado mundo de nuestras
dimensiones la confirma, pero en otra manera también su “secretario” Brentano al abservar: “Hablaba
ordinariamente el bajo alemán. En el estado de éxtasis, su lenguaje se purificaba, con frecuencia;
sus narraciones eran una mezcla de sencillez infantil y de elevada inspiración.“
7 «Tratándose de cosas espirituales nunca he creído sino lo que Dios ha revelado y propone a nuestra fe mediante la Iglesia
católica, haya sido o no escrito. Pero nunca he creído de la misma manera que lo que propone la Iglesia a creer, lo que he
visto en las visiones que he tenido. Contemplaba las visiones así como en diferentes lugares miraba diversos pesebres del
Niño Jesús, considerándolos devotamente, sin ser turbada en unos por la diversidad que advertía en otros: en cada uno de
aquellos pesebres adoraba al mismo Niño Jesús.»
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