La Anunciación

La Anunciación

viernes, 9 de julio de 2010

visiones de ana catalina hemerick

Después de presentar los auténticos frutos del Espíritu Santo san Pablo añade en la carta a

los Gálatas: “los que son de Cristo han crucificado sus apetitos desordenados junto con sus

pasiones y apetencias.” (Gal 5,24). Veremos hasta que punto se realizó esto en la vida de beata Ana

Catalina. Para confiar y gustar más en los frutos (visiones), hay que examinar primero el arbol del

cual caen.

Anna Katerina Emmerich nació el 8 de septiembre de 1774 en Flamske, aldea situada

cerca (unos 5 km) de Koesfeld, en Westfalia. Entre los

9 hijos de los pobres y piadosos campesinos Bernando

Emmerich y Ana Hillers, Ana Catalina era el quinto

niño. Fue bautizada el mismo día (Natividad de la

Santíssima Virgen) en la iglesia parroquial de Koesfeld.

En una vision posterior (de los últimos años de su vida)

veía entonces que en su entorno había más que

familiares y vecinos: “Vi todas las santas ceremonias

de mi bautismo, y mis ojos y mi corazón se abrieron

de un modo admirable. Vi que cuando fui bautizada,

estaban allí presentes el ángel de mi guarda y mis

santas patronas Santa Ana y Santa Catalina. Vi a la

Madre de Dios con el Niño Jesús, y fui desposada con El mediante la entrega de un anillo.” 2

Este místico desposorio con Cristo, su eleción y especial unión con el Salvador bien pronto se

vieron en la vida de la niña. El mismo Jesús se le aparecía pidiendo su ayuda en llevar su cruz o

ayudando a Anita pasturear su ganado. La Madre de Dios, la Reina del cielo, se presentaba a ella en

el prado como una mujer llena de belleza, de dulzura y de

majestad; le ofrecía su ternura y su protección, y le llevaba su Hijo

divino para que participase de sus juegos. Algunos santos hacían

lo mismo, y venían a tomar afectuosamente las coronas que tejía

para el día de su fiesta.

Un innegable papel en su educación religiosa tenían sus

virtuosos padres.3 Le profesaban un amor extraordinario; pero su

2 En aquel momento podía repetir también las palabras de san Pablo “Dios me había elegido desde el seno de mi madre,

me llamó por su gracia para revelarme a su Hijo y hacerme su mensajero” (Gal 1,15-16)

3 Que nos lo ilustren estos ejemplos: «Mi padre», dice, «era sumamente recto y piadoso, su carácter severo y franco al

mismo tiempo. La pobreza le hacía afanarse y trabajar mucho, pero no se inquietaba de cómo sustentar su familia; pues

todas las cosas las ponía con filial confianza en las manos de Dios y hacía su dura labor como un criado fiel, sin angustia y

sin codicia.» «Las primeras lecciones de catecismo las aprendí de mi madre. Su dicho favorito era: 'Señor, hágase tu

voluntad y no la mía', y: 'Señor, dame paciencia y aflígeme después'. Estas palabras siempre las he conservado en mi

memoria.» «Debía salir al campo con mi padre, y llevar el caballo, conducir el rastro y hacer todo género de faenas.

Cuando dábamos alguna vuelta o nos parábamos, decía: '¡Qué hermoso es esto! Mira, aquí podemos divisar la iglesia de

Koesfeld, y contemplar al Santísimo Sacramento y adorar a nuestro Dios y Señor. Desde allí nos está viendo y bendiciendo

nuestro trabajo'. Cuando tocaban a misa, se quitaba el sombrero y hacía oración, diciendo: '¡Oigamos ahora misa!' y

mientras estaba trabajando, decía: 'Ahora está el sacerdote en el Gloria; ahora llega al Sanctus; y ahora debemos pedir con

3

carácter no les permitía manifestar de un modo especial con caricias la inclinación que hacia ella

sentían. En su laboriosidad, sencillez y observancia religiosa no se fijaron demasiado en las cosas

extraordinarias que desde muy temprano habían observado en su hija Ana Catalina. La admiraban a

veces, pero también la reprendían en lo que a su madre parecía defectuoso, o a su padre: invento de

la fantasía infantíl. De ningún trabajo ni ocupación la dispensaban desde la más tierna edad, de esta

suerte se conservó Ana Catalina en la más dichosa ignorancia de si misma. Su sincera himildad

no fue turbada con alabanzas o admiración. Lo alcanzó también gracias a un instructor más de su

infancia, a su Ángel de Guarda, este era aún más exigente que sus padres. La instruía en las

verdades de la fe, la enseñaba la mortificación y abnegación de

ella misma. La hacía adquirir una inteligéncia más profunda de los

divinos misterios, practicar las virtudes por amor de Dios. Muy

pronto llegó Ana Catalina a tal pureza y fortaleza, que pudo

mantener su corazón constantemente unido con Dios, y que le era

como natural buscar a Dios en todas las cosas y referirlas todas a

Dios. Obedece al ángel así como después obedecerá a sus

confesores.

Dios le facilitva en muchos casos la oración, por ejemplo

dandole comprender el lenguaje de la Iglesia. Las oraciones

latinas de la Misa y de otros actos del culto las entendía conla

misma claridad que su proprio idioma bajo alemán. Y por espacio

de mucho tiempo creyó que a todos los fieles les pasaba lo mismo

que a ella. «Nunca he conocido», dijo, «diferencia alguna en el

lenguaje de las ceremonias sagradas, porque siempre he entendido,

no sólo las palabras, sino las cosas mismas.» Recordemoslo

porqué esto será también nuestra capacidad dentro de poco en la casa del Padre, donde está gente

del este y oeste, norte y sur, formando en Dios la única família. Este don le era muy útil tanto en

comprender la gente en sus visiones y viajes, como al leer p.ej. un misterioso libro en latín, que le

regalaron en su juventud unos santos para que apriendera sobre la vida consagrada.

Avanzaba en la vida interior con pasos de gigante también a costa de sufrimientos y penitencias.

Cuando llegó a la edad de poder tratar con otras niñas, daba a éstas por amor de Dios todo lo que

buenamente podía. Socorría a los pobres que mendigaban. Aún no tenía cinco años, y ya no se

permitía nunca quedarse del todo satisfecha en la mesa. Siempre que se sentaba a ella con sus

padres se mortificaba, ya tomando para sí lo peor, ya comiendo tan poco, que parecía imposible que

pudiera vivir. «Tal cosa te doy, oh Dios mío», decía en su corazón, «para que Tú lo des a los que

tengan mayor necesidad».

A ningún niño podía ver Ana Catalina enfermo o llorando sin pedir a Dios que pusiera en ella la

causa de aquel llanto y le enviara la enfermedad o el dolor de tal niño, para que éste fuera socorrido.

Esta oración fue escuchada siempre al instante. Ana Catalina sentía el dolor y los niños se

él esto y recibir la bendición'. Después cantaba o repetía alguna tonada.» «El domingo después de comer nos refería el

sermón y nos lo explicaba de un modo muy edificante. También nos leía la explicación del Evangelio.» De ellos

seguramente aprendió esta sencilla regla «Manos siempre en el trabajo, el corazón en Dios». Nunca dejó su padre

Bernardo, aunque volviera muy cansado del trabajo de todo el día, de reunir a sus hijos al anochecer, y exhortarlos a rezar

por los caminantes, por los pobres soldados y por los obreros sin trabajo, enseñándoles algunas oraciones con este fin. Los

días de Carnaval les mandaba su madre rezar postrados en tierra con los brazos extendidos cuatro Padrenuestros para que

Dios defendiese la inocencia de los que en tales días son incitados a perderla. «Niños», solía decirles, «vosotros no sabéis

ni entendéis esto; pero orad: yo sí lo sé». Así observavan fidelmente sus deberes de verdaderos cristianos.

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tranquilizaban: «El pobre que no pide y suplica», solía decir, «nada recibe. Ni Tú, Dios mío, ayudas a

los que no quieren orar ni sufrir. Ya ves que yo pido y clamo por ellos, que ellos mismos no lo

hacen». Ya aquí empezó la atarea de toda su vida, sufrir y expiar por el Cuerpo Mísitica de Cristo, la

Iglesia. En su propio cuerpo hacerse Víctima de propiciación con Cristo por el bién de los demás.

Siempre que veía alguna falta o alguna mala costumbre en algún niño, ella rogaba a Dios que

se enmendara; mas para ser oída, se imponía a sí misma un castigo y pedía a Dios que

castigara en ella la culpa ajena. Preguntada después por su director espiritual, de donde le venía

esto, respondió: «Siempre he sentido en mí que todos somos miembros de un cuerpo en Jesucristo;

y así como experimento dolor cuando padece alguno de mis dedos, así me lo causa también el mal

del prójimo. Desde que era niña, por compasión he deseado padecer las enfermedades de los

demás; pues siempre he creído que los dolores no los envía Dios sin causa, y que con ellos se paga

alguna deuda. Y si a veces los trabajos son tan grandes, la razón es, pensaba yo, porque no hay

nadie que quiera ayudar al que los padece, a pagar las deudas de sus culpas. Por eso pedía yo a

Dios que se dignara permitirme a mí pagar; y por eso pedía al Niño Jesús que me ayudara, y así

sentía luego muchos dolores».

Pero todavía más asombrosa que todas las otras mortificaciones fue en Ana Catalina el ejercicio,

pronto comenzado y nunca interrumpido, de la oración nocturna. Ya a los cuatro años empezó a

reducir durante la noche las horas del sueño, tan necesario a su edad, para darse a la oración. Cuando

sus padres se habían retirado a descansar, levantábase ella de su lecho y oraba con el ángel de

su guarda por espacio de dos a tres horas y muchas veces hasta el amanecer. Hacía oración con los

brazos abiertos. Dios mismo le daba inspiración y fuerza para hacerlo. Como el cuerpo resistía,

Anita con el tiempo no halló ningun remedio más a propósito que poner en el lecho pedazos de

madera o cuerdas, con que lo hacía incómodo y doloroso, y cilicios que tejía para hallar en las

crecidas aflicciones de la carne la fuerza de voluntad que la naturaleza no podía prestarle.

Nos podríamos preguntar el ¿porqué? de estas

llamadas nocturnas, ¿cual era el asunto de tal constante

y penosa oración? Ana Catalina todos los días veía

claramente en la contemplación el motivo por el cual debía

orar. Veía en una serie de imágenes, desdichas

inminentes de cuerpo y de alma, y conocía que debía

hacer oración para que estas desdichas no llegaran a

suceder. Veía enfermos impacientes, cautivos afligidos,

moribundos sin preparación; veía viajeros extraviados,

náufragos; veía necesitados, próximos a entregarse a la

desesperación; veía al borde del abismo almas vacilantes, a todos que la divina providencia

quería conceder auxilio, consuelo y salvación mediante los frutos de su oración. El ángel

custodio de Ana Catalina apoyaba sus súplicas; Muchas de sus oraciones las ofrecía por las benditas

ánimas del purgatorio, las cuales se llegaban frecuentemente a ella pidiéndole auxilio.

En la iglesia siempre entraba acompañada por su Angel de Guarda que le enseño

adorar a Jesús sacramentado con gran amor y reverencia. El mismo Salvador la habçía ilustrado, por

medio de las visiones sobre la magnificéncia y grandeza de los misterios eucarísticos. Así es que

estaba poseída de tan profundo respeto al sacerdocio de la Iglesia, que no había cosa en la tierra

que le pareciera semejante a él en dignidad. Arrodillada delante del altar, no se atrevía a mirar

siquiera a su alrededor. Con filial intimidad hablaba con el Santísimo Sacramento. Pero como no

podía permanecer en el templo tanto tiempo como deseaba, se dirigían involuntariamente por la

noche sus miradas a donde ella sabía que se hallaba un tabernáculo. Toda su niñez vivía de

Comunión espiritual, pero cuando llegó la hora de hacerlo sacramentalmente a sus 12 años,

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todo le parecía poco para prepararse a acoger dignamente al divino

huésped. Aquel día se consagró a Dios «del todo, sin restricción

ninguna». Su amor a Jesús fue la escuela en que aprendió esta lección,

y así decía: 'Sé por experiencia, que el amor a las criaturas es capaz de

inducir a muchos a llevar a cabo obras grandes y difíciles; pues ¿por

qué no habrá de poder mucho más el amor a Jesús?

Mortificábase la vista bajando los ojos o mirando a otro lugar

cuando se le ofrecía alguna cosa bella o agradable, o que pudiera

excitar la curiosidad; en la iglesia, sobre todo, no dejaba a sus ojos

libertad ninguna. Decíase a sí misma: 'No mires tal o cual cosa, que

podría turbarte, o agradarte demasiado. ¿De qué te aprovecharía mirarla?”

Lo recuerdo en este resumen porqué en cambio por esta

rigurosa ascesis de su vista Dios le permitió abrir sus ojos a sus propias

maravillas y contarnoslo después.

El tiempo que mediaba entre una comunión y otra, lo dividió, según afirma su primer

biógrafo Overberg, en dos partes: la primera la empleaba en dar gracias, y la segunda en prepararse

a comulgar otra vez. Invitaba a todos los santos a dar a Dios gracias con ella y a pedirle beneficios; y

rogaba a Dios por su amor a Jesús y a María, que se dignase preparar su corazón para recibir a su

amado Hijo.4 Cuando un sacerdote pasaba con el Viático, aunque fuera a larga distancia de su

choza o del sitio donde guardaba su ganado, sentíase atraída hacia aquel paraje, corría y se

arrodillaba en el camino, y adoraba la santa Eucaristía.

Desde sus más tiernos años tuvo un don particular de distinguir lo que es malo o bueno,

bendito o maldito, en las cosas materiales o en las espirituales. Siendo aún niña, traía del campo

plantas saludables, cuya virtud conocía ella sola, y las plantaba alrededor de su casa o en los sitios

donde trabajaba o rezaba. Los usaba también para ayudar a los pobres y enfermos en sus

padecimientos. Distinguía los objetos sagrados y profanos; Conocía las reliquias de los santos hasta

el punto de contar, no sólo particularidades ignoradas de su vida, sino la historia de la reliquia que le

presentaban y de los diversos sitios que había corrido. Tuvo toda su vida comercio íntimo con las

ánimas del Purgatorio: todas sus acciones,

todas sus oraciones se dirigían a las ánimas;

sentía a menudo que la llamaban a su

socorro, y recibía algún aviso cuando las

olvidaba. Cuando pasaba por un sitio donde

se habían cometido grandes pecados ella lo

percibía, huía o rezaba y hacía penitencia;

reconocía igualmente los sitios benditos y

santificados, complaciéndose feliz en ellos.

Estos dones extraordinarios le vienen

en la época la Revolución Francesa, del

positivismo, enciclopedistas, de los incrédulos

racionalistas que atacaban la Iglesia y ponían

en tela de juício hasta la posibilidad de la

divina revelación. Ana Catalina tenía posibilidad de visitar y consolar en sus viajes-visiones al rey

4 Parece entonces que tenía las mismas inspiraciones que Santa Teresa del Niño Jesús en la hora de la Comunión, cuando

Teresita sintiéndose indigna de la visita divina invitaba a la Virgen y los ángelse que vengan a su corazón a dar un pequeño

concercito en la hora de la Comunión y amenizarla así a su Esposos – ver “Historia de un Alma”. Agradecida por el amor

Divino deseaba como Teresita: “Quiero sufrir por amor, por Dios. No hay alegría mas grande que sufrir por amor.” HA.

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Luís XVI y la reina Maria Antonieta cuando estaban ya en la prisión. Cuando contaba su estado a los

padres, ellos preocupados respondieron que esto no puede ser, que es asunto de hechicera. Pronto

sin embargo llegó la noticia de la degollación de los reyes, confirmando noticias dadas de primera

mano por parte de Ana Catalina, quye tenía entonces 19 años. Viajaba no solo en el espíritu. Gracias

al don de bilocación a menudo lo hacía en su cuerpo, además conservan-do signos externos de

viajar p.ej. cansacio de sus pies, heridas en las manos que trabajaban etc.

Desde muy niña quería vivir para Dios como monja. Por muchois años trataba ca sus

padres como as us superioras religiosas, ejerciendose en la santa obediencia, pobreza y castidad. A

la edad de dieciséis años por fin desveló a los padres su firme propósito de entrar en un convento lo

más riguroso posible. Los padres se oponieron. No querían perder su hija predilecta y le explicaban

que no le será posible entrar por la falta de una dote. La obligaban desde entonces a varias

diversiones esperando cambiar su decisión interior por las cuales Ana sufría y hasta enfermaba. A la

edad de dieciocho años fue a Koesfeld a aprender el oficio de costurera, y después de haber pasado

dos años, volvió a casa de sus padres. Pidió el ser admitida en las Agustinas de Borken, en las

Trapistinas de Darfeld y en las Clarisas de Münster; pero su pobreza y la de aquellos conventos

fueron un obstáculo. Le dieron alguna esperanza en un convento en cuanto podría aprender el oficio

de organista. Admitida como criada en la casa de un pobre organista Söntgen de Koesfeld, trascurrió

allí unos años en duros trabajos, socoría con sus ahorros a los pobres y a esta família de Söntgen,

así que al final no llegó a aprender la música del órgano. El día entero lo pasaba trabajando

asiduamente y las noches las dedicaba a la oración.

De este periodo quería recordar su oración predilecta: hacer el Via Crucis de Koesfeld. Aun

cuando sólo se detenía algunos minutos en oración delante de cada una de las estaciones,

necesitaba por lo menos dos horas cumplidas para recorrer, atravesando pinares, la extensión en

que están divididas estas estaciones. Comenzaba su trabajo ordinario al amanacer y hasta la caída

de la tarde no lo dejaba, de suerte que en los días de trabajo sólo podía disponer de la noche para

practicar esta devoción. Por esta razón salía a hacerla poco después de media noche; y cuando las

puertas de Koesfeld estaban cerradas tenía que trepar por las murallas, ruinosas en algunos sitios.

Estas excursiones nocturnas le eran muy duras y trabajosas a causa de su natural timidez,

aumentada con su género de vida modesta y recogida, pero nunca las omitió cuando las ánimas

benditas se las pedían, o le eran impuestas en la contemplación. Ni aun las inclemencias del tiempo

fueron bastantes para que las dejara; a lo más buscaba alguna amiga piadosa que la acompañase. A

veces en forma visible o por sus envíados le molestaba en este ejercicio piadoso el demonio. Este

Via Crucis lo recorrerá gracias a la bilocación hasta imposibilitada de moverse en los últimos años.

Sentía un singular amor por la pasión de Jesucristo. Durante la Misa veía realmente el drama

del Calvario. Veía a Jesús en la Hostia, a veces sangrando. Tan vivamente había deseado padecer

los sufrimientos de Jesús e identificarse con la vida total de la Iglesia, que el Señor le concedió

participar en su Pasión en manera especial.

A la edad de veinticuatro años (4 años antes de entrar en el convento)

cuando estaba en la iglesia de jesuitas arrodillad delante de un crucifijo, orando

fervorosamente. Se le apareció Jesús como su celestial Esposo como un joven

resplandeciente. En la mano izquierda tenía una guirnalda de flores, y una

corona de espinas en la derecha: le ofreció elegir una. Ella tomó la corona de

espinas. Jesús se la puso en la cabeza, se la oprimió con ambas manos y desapareció. Desde

entonces Ana Catalina no solo sentía el vivo dolor alrededor de su cabeza, salieron las heridas. Al

poner una venda alrededor y cambia el peinado lo supo ocultar delante de los los ojos de los

curiosos, también en la vida en el convento (salvo una persona que guardó fielmente el segreto).

Como pequeña digresión volía añadir una anégdota. Cuando Ana Catalina recibió Corona de Espinas

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de manos de Nuestro Señor, estaba en la iglesia con su amiga. En el fondo de la iglesia hacía tiempo

que el joven sagristán estaba ya impaciente y hacía ruido con las llaves para cerrar el templo...

El organista agradecido a Ana Catalina por su buena infuencia a su família facilitó que fuese

admitida junto con su hija, habil organista, en un convento de agustinas de Dülmen. Así en el 1802

consigió Ana Catalina por fin ralizar su costante deseo.

La comunidad de agustinas en Dülmen era muy

pobre y por desgracias estaba en muy mal estado

espiritual. La relajación de los vínculos de la obediencia, la

infracción habitual de las reglas, la ausencia de dirección

espiritual era al orden del día. Pero esta disolución no fue

obstáculo para que Ana Catalina alcanzara en este

claustro la más elevada perfección.

Le dieron la peor celda del convento con dos sillas,

una sin espaldar, y otra sin asiento. Servíale de mesa el

dintel de la ventana. «Pero esta pobre celda», decía ella

después muchas veces, «era para mí tan completa y

magnífica, que me parecía que allí se encerraba el cielo

entero.» Para que se perfeccionara en la humildad

permitió Dios que desde los primeros tiempos de su

noviciado fuese Ana Catalina tenida por sospechosa,

acusada y castigada sin culpa: todo lo soportó ella sin

murmurar ni disculparse ni defenderse.

Cuando recibe el santo hábito en Navidad de 1802 tienen una visión. San Agustín, como

patrono de la orden, le había impuesto el hábito, aceptándola por hija suya y prometiéndole su

especial protección; y le había manifestado su inflamado corazón encendiendo con esto tal fuego en

el de Ana Catalina, que ella se sintió unida a sus hermanas de religión más íntimamente que a

sus padres y hermanos naturales. Su corazón era ahora como el centro de esta comunidad, pues

tenía la temible misión de recibir en su cuerpo todas las penas que las faltas y pecados de la

comunidad causasen al corazón de su celestial Esposo. Lo que se hacía en el convento contra las

reglas y los votos, de palabra u obra, por omisión o negligencia, le atravesaba el corazón como con

una flecha, causandole grandes padecimientos. Desde este momento en su corazón experimentó

muy agudos dolores que iban en aumento. En vano procuró reconcentrar sus fuerzas para resistir a

la enfermedad. El médico del convento la trató como si tubiera convulsiones, sin poder ayudarle.

Ana Catalina todo lo obedecía aunque sabía que no son remedios para su malestar. Incapaz

de trabajar, siendo cargo para la comunidad, algunas monjas decían que era perferible despedirla

ahora, murmuraban contra ella. El don de leer en los corazones, que Ana Catalina había poseído

desde su niñez, y que mientras vivió entre honrados y sencillos labradores, las más

veces benévolos con ella, no le había parecido cosa dura, érale ahora fuente de

infinitas penas, pues ninguna cosa de cuantas sospechaban de ella y le deseaban

las demás religiosas, permanecía oculta a sus ojos. Así Dios le llamaba a ser una

victima expiatoría. Recibe un don de lágrimas, para que las derramase a torrentes y

del modo más doloroso por las ofensas que se cometían contra DIos. Este don fue

ocasión para que padeciera humillaciones sin fin.

En el convento de Agnetenberg Ana Catalina se mostró contenta por ser considerada siempre

como la última de la casa. A consecuencia de las frecuentes enfermedades nunca fue confiado a la

Beata ningún cargo especial, pues sólo le impusieron el deber de ayudar, ya a unas religiosas, ya a

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otras, en jardín, en sagristía o en lavandería. Su celo y entusiasmo, sin embargo, incomodaba al

común de las hermanas, que estaban intrigadas y molestas por sus extrañas capacidades y su salud

frágil, y que al no comprender los éxtasis en los que entraba cuando estaba en la iglesia, en su celda

o mientras trabajaba, la trataban con cierta antipatía. El mayor consuelo y fortaleza lo hallaba Ana

Catalina en el Santísimo Sacramento del Altar. Desde que entró en el convento, no hubo dolor que le

pareciera comparable a la inmensa dicha de habitar cerca del Santísimo y de poder pasar en su

presencia gran parte del día.

Precisamente al mismo tiempo que ardía en el corazón de Ana Catalina una llama de amor

suficiente para inflamar innumerables corazones, fueron profanadas y destruidas infinitas casas

de Dios, y corría peligro de extinguirse la luz de la fe en orden a la presencia real de Jesucristo en el

Sacramento; pues el odio y la impiedad de las sectas de los iluminados y jansenistas, se esforzaban

por abolir el incruento sacrificio de la Misa y las santas solemnidades de que está rodeado desde su

institución, y arrancar de los corazones el culto a la Santísima Virgen. Ofrecíase toda esta cadena de

crímenes ante los ojos de Ana Catalina y llenaba su corazón de indecible dolor cuando se arrodillaba

ante el altar, como si tuviera que sufrir corporalmente, en lugar de su Esposo, las penas que habían

de afligir su divino corazón a causa de los desprecios y ofensas al Santísimo Sacramento.

Una caida de la canasta con la ropa recién lavada le produció una doble contusión en el hueso, y en

otras partes de su cuerpo, e indudablemente habría sido mortal la caída, si Dios no hubiera querido

conservarle la vida a pesar de tan grande daño. Guardaba cama por mucho tiempo lo cual le fue ocasión

de larga expiación por los pecados ajenos y muchas humiliaciones para bien de la Iglesia.

La Revolución Francesa había ejercido una influencia nefasta

en la misma Alemania: con-tribuyó a la relajación de las costumbres,

a la se-cularización de la cultura, al auge del racionalismo.

Sobrevinieron guerras, convulsiones, persecuciones, que culminaron

en 1811 con la disolución de los conventos y monasterios. El 3 de

diciembre fue suprimido el monasterio de Agnetenberg, y las

monjas agustinas se dispersaron.

Ana Catalina estaba a la sazón muy enferma, y el abate

Lambert (un anciano sacerdote, emigrado, que decía Misa en el

convento) la condujo, a principios de la Cuaresma de 1812, a casa

de una pobre viuda de Roters. Allí se vio privada de la regla

conventual. de la grata soledad, de la capilla, del Santísimo

Sacramento. Sentíase en lugar extraño, en una habitación que daba

al rumor de la calle y por cuya ventana se asomaban los curiosos.

Los que tienen un poco de delicadeza comprenderán mejor las

congojas que padecería esta alma angelical.

El Señor, en aquella época, quiso marcar su cuerpo virginal con las llagas de su cruz y de

su crucifixión; escándalo para los judíos, locura para los paganos, lo uno y lo otro para muchos de los

que se titulan cristianos. Desde su juventud había pedido al Salvador que le imprimiese fuertemente

su santa Cruz en el corazón, a fin de no olvidar jamás su amor infinito para con los hombres: mas no

se había acordado nunca de un signo exterior. Rechazada del mundo, lo pedía con más ardor que

nunca. El 28 de agosto, fiesta de San Agustín, mientras hacía esta petición en su cama, arrebatada

en un éxtasis y los brazos tendidos, vio venir a ella un joven resplandeciente, como su Esposo

celestial se le aparecía algunas veces; y este joven hizo sobre su cuerpo, con la mano derecha, el

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signo de una cruz ordinaria. Por la Natividad se le apareció encima de la cruz que tenía en el pecho

una pequeña marca de la misma forma, de modo que figuraba una doble cruz partida.5

Era tal su postración y el dolor que le producían las llagas, que el padre dominico Lümberg le

administró el Viático, creyendo que estaba en los últimos instantes. Reaccionó, sin embargo, y el 2

de noviembre de 1812 se levantó, por última vez, para tomar la comunión en la iglesia parroquial.

Desde entonces ya no le fue posible salir del lecho.

El 29 de diciembre, a las tres de la

tarde, se hallaba en su cuarto muy mala,

acostada sobre la cama, pero con los brazos

extendidos y en actitud de éxtasis. Meditaba

sobre los padecimientos del Salvador, y le

pedía que la hiciese sufrir con Él. Fue

entonces cuando recibió las marcas

exterios de las llagas de Jesús en sus pies,

manos y costado, brotando las sangre con

dolores violentos.

Ana Catalina, no pudiendo ya andar ni

levantarse de la cama, llegó pronto a no

comer ni poder tomar más que agua con un

poco de vino. Su único alimento era la

sagrada Eucaristía. Desde este momento su via fue un contínuo milagro de expiación por la Iglesia,

junto con su esposo.

El 23 de octubre de 1813 la trasladaron a otra habitación que daba a un jardín. El estado de la

pobre religiosa era cada día más penoso. Las llagas fueron para Ana Catalina, hasta la muerte en

1824, origen de dolores indecibles: las consideraba como una cruz pesada que la abrumaba por

sus propios pecados. Su pobre cuerpo debía también predicar a Jesús crucificado. Los estigmas

atraían un gran número de curiosos. Era difícil continuar siendo para todos un enigma; un objeto de

sospecha para la mayor parte; de respeto, mezclado de temor, para muchos, sin dejarse llevar de la

impaciencia, de la irritación o del orgullo. Se hubiera ocultado con gusto del mundo entero, pero la

obediencia la obligo a someterse a los juicios diversos. Había perdido la propiedad de sí misma, y se

había vuelto como una cosa que cada uno creía tener derecho a ver y a juzgar con frecuencia,

privandola del reposo y del recogimiento.

Ni una comisión eclesiástica de Münster, como 2 gobernamentales (luterana y napoleónica),

no podían más que constatar la procedencia sobrenatural de este fenómeno en el cuerpo de Ana

Catalina (lo confirman en sus investigaciones y documentos). Esta piadosa mujer pedía a Dios

constantemente que le quitara las llagas exteriores, a causa de la perturbación y de las contínuas

visitas de los curiosos que le causaban, y sus ruegos fueron oídos al fin de siete años. Hacia el año

de 1819 la sangre salía rara vez de sus llagas, y después cesó enteramente. Solo se reabrían cada

Viernes Santo para participar en los padecimientos del Salvador.

Días antes de morir el 15 de enero del 1824 la Beata dijo: "El Niño Jesús me ha traído en su

Natividad grandes dolores. Me he encontrado de nuevo en el pesebre de Belén. El divino Infante

tenía calentura, y me revelaba sus padecimientos y los de su Madre. Estaban tan pobres, que tenían

un pedazo de pan por todo alimento. Me ha dado angustias todavía mayores, y me ha dicho: "Tú

eres mía; tú eres mi esposa. Sufre como Yo he sufrido, y no preguntes por qué". Yo no sé lo

5 Algunas otras almas contemplativas han recibido estigmas iguales de la cruz; entre otras: Catalina de Raconis, Marina de

Escobar, Emilia Bichieri y Juliana Falconieri.

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que será, ni si durará mucho tiempo. Me abandono enteramente a mi martirio, ya sea menester vivir

o que sea preciso morir. Yo deseo que la voluntad secreta de Dios se cumpla sobre mí.” Quiso Dios

retirar su alma de su cuerpo virginal y martirizado por el amor el 9 de febrero de 1824.

Los últimos 5 años le estaba acompañando un famoso poeta alemán Clemens Brentano. En

la biografía de Ana María puso él después este frase, que en mi opinión resume miu bien toda la vida

de esta extraordinaria mujer: su misión era amara y sufriir por la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.

Clemens era hijo de unos riquíssimos fabricantes

de tejidos, pero con su fuerte personalidad romántica no

encajaba en el negocio paterno. Comenzó escribir,

aquiriendo fama, y viajar mucho. Así fue que su conocido,

el médico de Dülmen le llevó en setiembre 1818 por la

primera vez a la estigmatizada. Va por curiosidad, pero

encuentra una misteriosa personalidad que le asegura

con alegría de conocerle de muchas visiones, dandole el

nombre del PELEGRINO. Los primeros biógrafos tratan

con dureza a este hombe rico, culto y mundano, pero era

él que se dió cuenta quel excepcional tesoro que debería

trasmitir a la huminidad. Por se enfadaba por las

interminables visitas a la mística, sentía que el tiempo se

acababa y no reparó en sacrificios para transmitirnos el

conocimiento que Dios quería hacer llegar a su Pueblo.

Sus ácidas observaciones de sus diarios, sobre el círculo

familiar y de amistades de la vidente son un testimonio más de que no hubo allí manipulación

humana. Se dió cuenta bien pronto que hay alli una luz y obra divina que llegaba a pesar de las

flaquezas humanas.

Para proteger la enferma de los curiosos y mejorar sus condiciones de vida le encontró un

nuevo alojamiento en Dülmen, dondé también él se instaló en la planta superior. 2 veces al día

visitaba Brentano a la estigmatizada para escribir en bajo alemaná (dialecto de Vestfalia) lo que ella

le comunicaba. Y aún volvía por la tercera con el texto redactado en alemán correcto para obtener la

aprobación o sus correcciones. De la vidente decía: “Ella cuando habla no da lecciones de moral, ni

pesados sermones de la abnegación de si misma. Su conversación carece en absoluto de esa

repelente insulsez dulzarrona. Todo lo qe dice es breve, simple, coherente, y a la vez lleno de

profundidad, amor y vida.” En el comentario a la “Amaraga Pasión de Cristo” añade: «En el estado de

éxtasis su lenguaje se purificaba con frecuencia; sus narraciones eran una mezcla de sencillez

infantil y de elevada inspiración.»

¿Que visiones describe Brentano, permanecido al pie de la lecho de la enferma hasta la

muerte de ésta? En gran parte son las visiones de la infancia, vida pública, pasión y resurección de

Cristo, imágenes de la vida de la Virgen María y sus antepasados. Pero hay también visiones de toda

la historia de Salvación desde la creación del mundo y caída de los ángeles. Hay visiones de la

historia de la Iglesia, y también de su futuro. Es capaz de porfetizar sobre Hitler, futuras querras con

el uso de los bombardeos del aire. Habla de los judíos que volverán a Palestina y en los últimos

tiempos se corvertirán. Tiene p.ej. la visiones de la guera civil en España (vision incluida en Anexo1).

Tiene tamvién muchíssimas más imágenes, que no le interesan, como describe Dr. Wesner,

médico convertido por el encuentro con la Estigmatizada:

Desde su infancia, en visiones y en sueños ve desarrollarse, junto a la Historia Sagrada, ve los

acontecimientos profanos que la acompañan. Así por ejemplo, cuando veía transcurrir la vida de

los patriarcas, veía también, a derecha e izquierda, todas las bajeras paganas del ambiente en que

vivían; pero dejaba de lado esas visiones, como plantas desconocidas al borde del camino, de

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modo que el espectáculo de tales abominaciones cayera muy pronto en la sombra para no dejar

lugar más que a la contemplación de las cosas santas56.

A veces son visiones reales, a veces alegóricas. Estas luces también harmonizan con la

mentalidad de la vidente y de su época (como siempre en la Biblia). EL lugar especial ocupa en estas

imágenes la vida de Jesús.

Desde muy pequeña, ya tenía los más hermosos sueños alegó-ricos y las visiones más

reales de la vida de Cristo. (asegura Dr. Wesner).

Las representaciones vivientes y los sueños que aportan consuelo, como los llama, se hacen

cada vez más frecuentes, hasta el punto de encadenarse unos a otros en una serie cuyo orden

y coherencia des-cubrirá paulatinamente más adelan-te. En cualquier caso, es cierto que, ya en

su infancia, disfruta de múltiples visiones relacionadas especialmente con la vida de Jesús:

Veía moverse al Señor, le oía hablar, era la espectadora de sus actos. Le seguía en espíritu a través

de las colinas, los valles y los ríos. Y cuanto más disfrutaba con el placer de aquel espectáculo, más

angustiada y conmovida se sentía viendo los padecimientos sin nombre del divino Redentor.

Las visiones no son únicamente de imágenes exteriores: llevan a Ana Catalina a participar de

la vida de Jesús, le hacen entrar en su intimidad y compartir sus sentimientos y sus dolores. Ofrecen

a la chiquilla un modo suplementario de identificarse con Cristo y de caminar en su seguimiento por

las vías de la perfección. En consecuencia, tienen un alcance pedagógico no desdeñable,

teniendo en cuenta que se duplican frecuentemente en enseñanzas simbólicas -- que se

pueden calificar acertadamente de carismáticas, destinadas a todo fiel.

Recordando visiones de viajes a Tierra Santa, reproducía en la arena lugares y cosas sagradas:

«Si hubiese tenido ocasión, desde niña, de relatar, sería capaz de reproducir con mi narración

la mayor parte de los caminos y lugares de Tierra Santa, puesto que los tenía tan vivamente siempre

ante los ojos que ningún otro lugar me era tan conocido como los de Palestina.»

Cuando estaba en el campo o jugaba con otros niños en la

arena húmeda o sobre un terreno arcilloso, en seguida erguía allí

un monte Calvario, el Santo Sepulcro con su jardín etc.

Estas imágenes las veía a muchas horas, aunque

estuviera despierta y ocupada; y creyendo que los demás las

veían también, hablaba con sencillez de lo que había visto, y

la buena gente que la rodeaba escuchaba con admiración pero

también incredulidad sus relaciones sobre la Historia sagrada;

algunas veces, interrumpida por sus preguntas y sus

advertencias, callaba. En medio de su sencillez pensaba que no

era conveniente hablar de tales cosas; que los otros callaban lo

que les sucedía, y que de ese modo era menester hablar poco;

decir "sí" o "no"; "Alabado sea Jesucristo". Todo lo que le había

sido revelado era tan claro, tan luminoso, tan saludable, que

opinaba que lo mismo sucedía a todos los niños cristianos; y los

otros, que no lo contaban, le parecían más discretos y mejor

educados; y entonces calló para imitarlos6. Fue siempre más reservada en desvelarlas. Estas

imágenes los trataba como su personal libro de estampas. «Porque así como veía en las

estampas de la historia sagrada representarse el mismo objeto ya de una manera ya de otra, sin que

6 “Creía yo que todos veían estas cosas lo mismo que las demás que nos rodean, y hablaba de ellas sin reparo a mis padres,

a mis hermanos y a otros niños, hasta que noté que se burlaban de mí y me preguntaban si tenía algún libro en que

estuvieran escritas. Entonces empecé a guardar silencio, creyendo que no convenía hablar de ellas, pero no pensé

espcialmente sobre esto. Estas visiones se me representaban ya de noche, ya de día, en el campo, en casa, andando,

trabajando y en cualquiera otra ocupación.”

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esta diversidad causara mudanza alguna en mi fe, así pensaba yo que las visiones que tenía, eran

mi libro de estampas, y las contemplaba en paz y siempre con esta intención: Todo a la mayor gloria

de Dios.»7

EL MANDATO DE COMUNICAR ESTAS VISIONES A LA IGLESIA:

«Ayer he pedido fervorosamente a Dios que dejase de concederme estas visiones, para verme libre

de la responsabilidad de referirlas. Pero el Señor no quiso escucharme; antes bien, he entendido,

igual que otras veces, que debo referir todo lo que veo, aunque se burlen de mí y no comprenda yo

ahora el provecho que resulte de esto. También he sabido que nadie ha visto nunca estas cosas

en el grado y medida en que yo las veo, y he entendido que no son cosas mías, sino de la

Iglesia.»

En otra ocasión el Señor le dijo:

"Yo te doy esta visión, me dijo el Señor, no para tí, sino para que sea consignada: debes, pues,

comunicarla. Ahora no es tiempo de obrar maravillas exteriores. Te doy estas visiones y te las he

dado siempre, para mostrar que estoy con mi Iglesia hasta la consumación de los siglos. Pero las

visiones», por sí solas, a nadie hacen bienaventurado: has de ejercitar, pues, la caridad, la

paciencia y todas las virtudes".

De la dificultad de comunicarlas escribe entre otras:

«Desde algunos días estoy continuamente entre una visión sensible y otra sobrenatural. Tengo que

hacerme mucha violencia porque en medio de la conversación con otros, veo delante de mí, almismo

tiempo, diversas cosas y toda clase de imágenes y oigo mi propia palabra y la de los demás,

como si viniese ronca y tosca de un recipiente vacío. Me encuentro además como embriagada y a

punto de caer. Mis palabras de respuesta a las personas que me hablan salen tranquilas de ñus

labios y a veces más vivaces que de costumbre, sin que yo sepa después lo que he hablado

momentos antes; no obstante, hablo ordenadamente y con pleno sentido. Siento una gran pena al

verme en este doble estado. Con los ojos veo cuanto me rodea de un modo incierto y velado, como

vería uno las cosas cuando está por dormirse y empezara a soñar.

Lo próximo y el contorno de las cosas, me parecen como un sueño; todo lo veo turbio,

impenetrable y desconectado, semejante a un confuso sueño, a través del cual veo un mundo

luminoso, sucesivamente comprensible, y hasta en su íntimo origen y concatenación con todas sus

manifestaciones inteligibles. En el seno de esta vista, cuanto hay de bueno y de santo deleita más

profundamente, porque se reconoce su derivación de Dios y su retorno a Dios. En cambio, cuanto

hay de malo y de impío perturba profundamente, porque se reconoce el camino que trae desde el

diablo y lleva a él, siempre contrario a Dios y a su criatura. La vida en este mundo sobrenatural,

donde no existe impedimento alguno, ni tiempo, ni espacio, ni cuerpo, ni secretos, donde todo habla

y resplandece, es tan perfecta y libre, que en su comparación la ciega, torcida, balbuciente vida real y

actual parece un sueño vacío.»

Esta dificultad de pasar del mundo de lo lúcido al tenebroso y limitado mundo de nuestras

dimensiones la confirma, pero en otra manera también su “secretario” Brentano al abservar: “Hablaba

ordinariamente el bajo alemán. En el estado de éxtasis, su lenguaje se purificaba, con frecuencia;

sus narraciones eran una mezcla de sencillez infantil y de elevada inspiración.“

7 «Tratándose de cosas espirituales nunca he creído sino lo que Dios ha revelado y propone a nuestra fe mediante la Iglesia

católica, haya sido o no escrito. Pero nunca he creído de la misma manera que lo que propone la Iglesia a creer, lo que he

visto en las visiones que he tenido. Contemplaba las visiones así como en diferentes lugares miraba diversos pesebres del

Niño Jesús, considerándolos devotamente, sin ser turbada en unos por la diversidad que advertía en otros: en cada uno de

aquellos pesebres adoraba al mismo Niño Jesús.»

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